domingo, 16 de enero de 2011

Los helados Coppelia y la economía cubana Víctor Orozco


Los helados Coppelia son una verdadera delicia. De hecho, los mejores que he probado. Por ello, en la plaza de La Habana en el Vedado, donde se expenden, se forma una larguísima fila de clientes. Dos bolas de nieve nos cuestan 2.50 pesos convertibles (CUCS), equivalentes a treinta y siete pesos mexicanos. Unos pocos cubanos que tienen divisas y no desean esperar, se sientan en las mesas contiguas, pues el grueso de ellos prefiere o se ve obligado a tener paciencia, pasar a otra zona y pagar un precio veinticinco veces menor, en moneda nacional. El acceso a los famosos Coppelia ilustra bien varias de las contradicciones y tendencias que caracterizan a la economía cubana de estos tiempos. Para un extranjero no es fácil acostumbrarse a vérselas con dos monedas a la vez y tampoco debe serlo para los cubanos. Las siguientes impresiones dan cuenta del hecho.

Entramos en una librería de Bayamo y compramos todos los libros que nos permiten los veinticinco kilos reglamentarios de los aviones: claro, los pagamos en pesos cubanos, es decir, a precios de regalo. En cambio, una cerveza Bucanero o Cristal, las dos marcas de Cuba, en cualquier bar al que asisten los turistas cuesta dos cucs, es decir unos 2.50 dólares. Lo mismo sucede con los restaurantes, según se siente uno en una mesa de alguno de los ubicados en el circuito turístico o en otro frecuentado por los nacionales. Pero también hay hoteles en el interior del país, como el situado en el precioso embalse de Hanabanilla –en cuyo pórtico han colocado una fotografía de 1975, quizá el día de su inauguración, en la que aparecen el presidente mexicano Luis Echeverría y el infaltable comandante Fidel Castro– que cobran a los huéspedes y comensales en precios de subsidio, de suerte tal que los extranjeros pueden darse allí la gran vida gastando apenas un poco más que en sus hogares.

Un “ambulanciero” como se autodefinía un chofer de ambulancia al que le dimos “botella” –aventón diríamos en México– en las afueras de Camagüey nos informó que gana cuatrocientos pesos mensuales y que se jubilaría muy pronto. Tiene un viejo tractor y una caballería de tierra –pocos menos de una hectárea– en donde cultiva yuca, frijoles, maíz, que vende en el mercado. Su esposa es médica epidemióloga y se encuentra en Guatemala trabajando en una brigada por dos años, durante los cuales calcula ganar lo necesario para que ambos se retiren a su terruño del campo. Sus dos hijos también son médicos. Le parece que tiene un futuro bastante halagüeño. En cambio, una joven maestra rural que labora en una minúscula comunidad cercana a Sancti Spirtus junto con otras dos compañeras que atienden a diez y siete niños en total, se queja amargamente de un salario de cuatrocientos pesos con los cuales apenas puede sobrevivir. Cerca de Trinidad, suben al carro la dueña de un pequeño restaurante y una médica especializada en fisioterapia. Esta última, de plática fácil, revela a una profesionista segura quien está orgullosa de prestar sus servicios en dos pueblos de la zona, en donde se ha instalado equipo de primera. Gana ochocientos pesos al mes y con el sueldo de su marido, algo inferior, sale adelante sin graves problemas. Dos custodios de una granja de pollos a quienes llevamos a Guantánamo, nos revelan que de ninguna manera les alcanza su salario, por lo cual se ven en la necesidad de completarlo criando cerdos o realizando otros trabajos.

Platicamos largo con al menos otra veintena de habitantes de las coloridas y densamente pobladas zonas rurales de Cuba, en las cuales hay pocas relaciones con los extranjeros y por tanto menos acceso a las divisas convertibles, como sucede en La Habana, en Santiago o en otros centros turísticos. Es comprensible que esta diferencia permita una percepción con menores distorsiones de las economías familiares, que aquellas derivadas de sitios en los cuales la moneda extranjera fluye continuamente y entra en los bolsillos de los que ejercen alguno de los numerosos oficios ligados al turismo. La Habana vieja o Varadero, por ejemplo, no son buenos lugares para entender los presupuestos y las actitudes de la mayoría de los cubanos. Aquí, como nos lo aclaraba un prestigiado escritor, la pirámide social aparece invertida, pues quienes se encuentran colocados en la cúspide son los meseros, revendedores, etc., o aún las prostitutas y padrotes que abundan en las calles y en los bares, mientras que profesionistas o técnicos altamente calificados se ubican en la base, soportando niveles de vida bastante inferiores.

Una cabal visión de la relación entre precios y salarios reales en Cuba, es desde luego imposible de alcanzar en un par de visitas a la isla, pero sí es dable hacernos de unas aceptables deducciones. Para mi fortuna, viajo con Ramón Chavira, quien es un economista sagaz –y también un insuperable localizador de pan recién horneado en los pueblos que conocimos–. Hace rápidamente las cuentas para dilucidar el ingreso real de numerosos cubanos con quienes hablamos y su razonamiento nos lleva a una premisa de entrada: no se pueden aplicar aquí los patrones de un sistema capitalista o apoyarse en los números convencionales. El ingreso real de un cubano se descompone así, en su salario formal, los subsidios del gobierno a los artículos de primera necesidad, la vivienda y el servicio médico gratuitos, las remesas del exterior en su caso y las otras retribuciones que recibe merced a la ejecución de una variada gama de actividades suplementarias, entre las cuales para muchos el mercado negro no es de las menos relevantes, sobre todo en áreas donde funcionan grandes empresas estatales.

Si se pasan por alto estos factores, la conclusión absurda es que la población cubana ha vivido por años en hambruna permanente. Esta es la inferencia obligada que se desprende por ejemplo del artículo de Patrick Symmes publicado en el número de enero de este año por la revista Letras Libres. El panorama que nos pinta con tan vivos colores trae a la memoria los padecimientos que sufrieron los habitantes de Leningrado durante el sitio del ejército alemán, empujados hasta el canibalismo. Veo las fotografías y videos que he tomado de grupos de cubanos, recuerdo a personas de distintas localidades y no advierto por ninguna parte los signos de la desnutrición que nos describe el periodista norteamericano como si se tratara de los campos de refugiados africanos o de los desdichados haitianos comiendo panes de lodo. Lejos de ello, la población cubana muestra señas de estar saludable, los niños y jóvenes tienen en general una estatura superior a la de sus pares en numerosas regiones de Latinoamérica. En Camagüey ingresamos a la casa de la trova –contigua a la academia de ajedrez– por dos cucs, con derecho a un mojito por persona. Pronto el bello y gigantesco patio de la casona se encontraba a reventar de jóvenes, hombres y mujeres, que créanmelo, no parecían para nada desnutridas.

Es aventurado prever hacia donde llevarán las reformas económicas que comienzan a implementarse en Cuba. La sustancia de ellas es abrir el campo para las inversiones privadas en una gran cantidad de actividades, sobre todo en los servicios. No son del todo nuevas, porque desde hace tiempo funcionan las rentas de habitaciones, los restaurantes familiares llamados “paladares” (cuyo nombre se deriva de una popular novela brasileña), los taxis particulares, entre otros. Sin embargo, el gobierno de Raúl Castro no sólo incrementó considerablemente los rubros, entre ellos el de la posesión privada de tierras, sino legalizó aquellas que se ubicaban en la clandestinidad. Los “cuentapropistas” como se llama a los que laboran por cuenta propia, proliferarán en los próximos meses. Una de ellas, dueña de un restaurante, se quejaba de que tenía que cubrir los servicios médicos y de seguridad social de su familia y de la empleada contratada. La médica que nos acompañaba, firme partidaria del régimen según se veía, le reconvino con rapidez: ¿Y quién va entonces a pagar por estos servicios si tú no lo haces? ¿Los que somos asalariados del estado? El desafío para Cuba, reflexionábamos, es cómo evitar que se abran las brechas de la desigualdad entre los propietarios y los asalariados. Por ahora, la preocupación principal es el aumentar la producción, la productividad, el área cultivada. Son tareas difíciles, si se recuerda que el país no tiene acceso a los créditos internacionales de fomento a estas labores, merced al rígido bloqueo norteamericano. El ahorro interno, por otra parte, es obviamente exiguo. Ya se verá que depara el futuro a nuestras interlocutoras, la restaurantera y la fisioterapista.

La medicina cubana

y el Escozul

Cuba tiene unos 70,000 médicos, según coinciden diversas fuentes internacionales. Esto significa que hay uno para cada 159 habitantes, una proporción mayor a la de Inglaterra. En medicina, al igual que en el deporte, la isla es una potencia mundial. Fuera de los gigantes industriales y opulentos no existe en ningún país una oficina para atender las solicitudes de pacientes extranjeros. En Cuba existe esta dependencia, básicamente porque sus investigadores y profesionales, trabajando con limitaciones presupuestarias, han logrado colocarse en la vanguardia mundial para el tratamiento de algunos padecimientos. Por el tiempo en que me preparaba para viajar a la isla, la mala fortuna acompañó a una sobrina mía, quien tuvo que ser operada de emergencia por habérsele detectado un cáncer de mama. Con las angustias que siempre conllevan estas tragedias, su esposo me pidió que consiguiera en Cuba un medicamento elaborado a partir del veneno del alacrán azul. Cuando acudimos al hospital Cira García dedicado a los extranjeros, fui informado con amabilidad por una doctora, que el remedio se encontraba en fase experimental, pero que no tenía efectos secundarios, así que no se perdía nada con probarlo. Me proporcionó la dirección del laboratorio donde lo elaboraban, fuera de La Habana. Para nuestra sorpresa, apenas abandonamos el edificio, nos abordaron dos hombres que vendían el ansiado Escozul. Ambos coligieron que como tantos extranjeros lo estábamos buscando. Nos enteramos que tenían clientes italianos, franceses y norteamericanos que pagaban cien dólares por cada pequeño frasco. Con desconfianza, me negué a comerciar con ellos y preferimos buscar el laboratorio. Allí, otra doctora me informó que el medicamento lo está proporcionando gratuitamente el estado cubano hasta en tanto se encuentre plenamente certificado. Sin ninguna condición me hizo entrega de una dosis suficiente para cuatro meses de tratamiento. El episodio nos hizo ver por una parte la capacidad en la investigación de alta calidad en Cuba así como la generosidad de su gobierno y por la otra, el drenaje que sufre su economía por el mercado negro o el robo de los productos.

No obstante la extensión de los servicios médicos en la isla, no todo es miel sobre hojuelas: la infraestructura hospitalaria ha decaído y escuchamos quejas de que los médicos familiares, asignados a los barrios o poblados están desapareciendo, quizá para ir al extranjero en misiones de asistencia, sobre todo a países latinoamericanos.

Ya continuaremos con estas estampas cubanas.

Víctor Orozco (Chihuahua, 1946) es doctor en Ciencia Política, historiador, profesor e investigador en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

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