En ti está la fuente de la vida
Y tu luz nos hace ver la luz.
Salmo 35.
1. Comienzo por mostrar mi sorpresa ante lo numeroso e inusitado de las llamadas para comentarme mi artículo pasado, “Nuevos padres, nuevos hijos”, y hasta hubo quienes me pedían el artículo completo de Verdú. En realidad dicho artículo es el trazo logrado de un diagnóstico que ha de tomarse en cuenta al momento de buscar una salida a la situación. Desde Hegel, que en sus “Principios de la Filosofía del Derecho” (¡y cómo nos hace falta ahora una Filosofía del Derecho) … escribe que «el matrimonio, y, esencialmente la monogamia, es uno de los principales absolutos en los que se basa la moralidad de una colectividad. Esta es la razón por la que la institución del matrimonio aparece como uno de los episodios de la Fundación de los Estados por los héroes o los dioses», y éste era ya uno de los temas esenciales de sus “Lecciones de Filosofía de la Historia”: «El estado debe tener el mayor respeto por la piedad filial; gracias a ella cuenta entre los suyos con unos individuos morales en sí mismos y que aportan al Estado una base sólida, sabiendo sentirse unos en un conjunto», hasta Juan Pablo II que en el dictado: «el futuro de la humanidad pasa por la familia», encontramos la misma longitud de onda: la importancia decisiva del ente familiar para la salud de la sociedad.
En efecto, la moralidad tiene de común con la sociabilidad que enseña al individuo a no sentirse centro, sino a considerarse como el elemento de una relación. Sabemos suficientemente que el subjetivismo y el intimismo, que llamamos insolidaridad, no son más que facetas del egoísmo, y que la personalización auténtica consiste en descentrarse de alguna manera y en aumentar la capacidad de relación. La educación no es sólo una función de la familia; es su actualización. La entrega, la gratuidad, el acompañamiento y la experiencia del amor comprometido, dentro de la familia es esa sociabilización progresiva que hace que los miembros de la familia sean unos para otros, dentro de un nosotros que los constituye: para los esposos, entregarse el uno al otro, no es sólo tener hijos, es también querer seres humanos. Quien lo dude reflexione en el asesinato de la joven mujer Susana Chávez perpetrado por “menores de edad”, o el caso de los adolescentes que en rito satánico asesinaron a un niño de 13 años. Son hechos que derriban los discursos optimistas y alegres, y denuncian el mal radical de nuestra sociedad, que están esperando la lectura correcta.
2. El testamento moral de Marisela. El caso desafortunado de la señora Marisela constituye una radiografía nítida de lo que somos todos nosotros. Es algo así como una especie de claudicación general. Solamente la inconsciencia, la indiferencia, el vivir en otro mundo o en un mundo raro, nos privaría de una lectura cuidadosa y de captar el mensaje que este triste e infortunado evento representa. Dicha radiografía revela el debilitamiento relacional de todos los estamentos que conforman una sociedad.
El impacto que el final de este drama, al estilo de una tragedia, habría de tener, era manifiesto. Fui entrevistado al calor de los hechos y declaré que esto tendría efectos tremendos en nuestra ya de por sí convulsa sociedad. A nivel nacional e internacional, los medios y ONG’s se han ocupado de este tema. Ésta mujer se ha convertido ya en un símbolo de la debacle de nuestra sociedad. Pero, al mismo tiempo, es una radiografía que debemos tener la serenidad, la valentía, la delicadeza de analizarla. Ahí radica tanto su valor como su fuerza; de otra manera estas figuras se instrumentalizan y corren el riesgo de convertirse en botín.
En un momento dado del infausto juicio que se le seguía al asesino de su hija, la señora Marisela exclamó: “Nunca me perdonaré el no habérsela quitado (al asesino); aunque ella estuviera enojada conmigo por algún tiempo, pero luego habría comprendido y no hubiera pasado esto”. La cita no es textual; la escuché en el espacio noticioso de canal 44, tercera edición, y la tomé al vuelo. La señora Marisela añadió: “Nunca me perdonaré el no haberlo hecho; no sé si podré vivir con ello”. Estas palabras pueden ser cotejadas y corregidas en su fuente; pero fueron, palabras más palabras menos, la expresión de un sentimiento profundo de introspección, la expresión de un estado anímico especial, la pregunta de uno mismo a uno mismo, resultado de un dolor infinito e infinitamente absurdo y que todos, en nuestra circunstancia, nos habremos hecho alguna vez. ¿Por qué las cosas tuvieron que llegar hasta aquí?, es la pregunta, al estilo de los personajes de la novela psicológica, cuando el protagonista se queda sólo con sus fantasmas. ¿Porqué no hice aquello o lo otro? En sus palabras nos parece oír la confesión de una culpa; pude hacer algo y no lo hice, pero ni yo sé porqué. Todo en el ámbito sagrado e inviolable de la conciencia donde el hombre está completamente solo frente a Dios, y nadie tenemos ningún derecho a ir más allá.
Su hija, asesinada con crueldad inaudita, lo sabemos era una adolescente; no obstante, tenía una niña. Es evidente que estamos frente a una relación demasiado frágil, frente a una relación inestable, en donde la jovencita estaba terriblemente expuesta a la rabia y a la locura del asesino. ¿Era previsible un fin semejante? En cualquier momento podía caer el rayo. Y cayó. De cualquier forma debemos saber que se trata de relaciones en las que las personas están expuestas, demasiado expuestas. Ahí puede darse la vejación, la sevicia, el sadismo; al ser ella la parte débil, el sádico descarga su locura, su deseo de autoafianzamiento en la víctima. Se trata de escenarios que por desgracia no son raros entre nosotros y que de una u otra forma deberíamos prevenir. Miles de jovencitas están en esa situación. La necesidad de apoyo y fortalecimiento a la familia no es solamente un ideal “moralista”, es uno de los principales absolutos en los que se basa la existencia verdadera del Estado, y que exige la prestación de los servicios que garanticen y ayuden a la estabilidad legal, material y espiritual de las jóvenes parejas y de todas las familias: empleo, vivienda, salud, escuela, transporte, recreación, en fin, todo aquello a lo que la dignidad humana de por sí tiene derecho. Sin darnos cuenta, en el fondo, asistimos a la más flagrante violación de los derechos fundamentales de la persona cuando vemos la indefensión y la impotencia de amplios sectores de la sociedad, la precariedad en la que se debaten las familias.
Luego, nosotros pudimos ver a esa niñita pegada al cuerpo de su abuela recorrer las calles de nuestra ciudad y nuestro estado, y más allá del Estado, en busca de justicia para castigar el asesinato despiadado. Las palabras de la señora Marisela arriba citadas y su grito aterrador al escuchar la sentencia absolutoria del asesino, nos hablan de la fuente de donde ella bebió su indómita rebeldía ante la injusticia, ante la impunidad, la ineptitud, soportando el sabor amargo de la impotencia. De su honda consciencia de mujer y de madre, sacó la energía, el valor para sellar con su propia sangre su demanda. It’s hard for kids to understand that something like this could happen, and it’s hard for me, fue la frase del día del New York Times este viernes en referencia a la niña asesinada en Tucson. Y esto es dura verdad para nosotros.
Lo sabemos ahora; ella había recibido amenazas, era consciente del peligro, pero, a mi juicio, la consciencia de lo vivido, de la forma como se sucedieron los hechos que tejieron su vida, sobre todo los últimos, la llevaron a un camino sin retorno, un camino que ella había escogido: no ceder en su exigencia de justicia. El interés por la propia vida pasa a segundo término. No buscaba la muerte. A la postre, ningún mártir busca la muerte; pero se enfrentan a ella cuando la alternativa es renegar de los propios ideales, cuando la alternativa es la cobardía. Jesús mismo enfrentó la muerte sólo cuando el haberla rehuido significaba traicionar su misión. Ella decidió sellar con su sangre su exigencia y por un capricho del destino, si así se le puede llamar, su sangre se derramó ante las puertas del Palacio Estatal; algo no buscado pero que en extraña conjunción se dieron cita allí: la tardanza de la justicia, la rebeldía que clama justicia y la cobardía del asesino que acecha en la sombras.
3. Otra tormenta se veía en el cielo. Los jueces que llevaban el caso del asesino de Rubí decretaron su absolución. Los medios grabaron en vivo ese momento patético. Y la situación actual tiene los visos de un enfrentamiento de los Poderes que deberían estar concordes en la búsqueda de los fines que les son propios: velar por la convivencia pacífica y la seguridad de los ciudadanos. En realidad, es el sistema judicial en su totalidad quien ha sido puesto en entredicho.
Líbreme Dios de entrar en la espesa, intrincada e intransitable selva del Derecho, o de uso positivista, incluso mercantilista, e igualmente de emitir un juicio valorativo sobre las partes implicadas en este conflicto. Y esto por la simple razón de que en este campo, como en otros soy por completo un ignorante. Pero el plato está servido. Y el hecho es que la percepción –y temo que esta percepción se convierta en realidad–, es que algo debe estar pasando en nuestro sistema de justicia cuando se multiplican los casos escandalosos de maleantes que son puestos en libertad.
Mi cultura al respecto no llega más allá que ciertas películas detectivescas y policíacas norteamericanas en las que se tiene la certeza de que el “imputado” es culpable, pero no se tienen las pruebas contundentes, y entonces se establece una verdadera lucha para llevarlo ante el juez con un expediente armado de tal forma que la defensa, muchas veces por oficio, no pueda echarlo por tierra. Se hace entonces un trabajo extremadamente cuidadoso para eludir los resquicios, “hoyancos”, o mares interiores que las legislaciones puedan tener. Aquí tenemos la experiencia, en efecto, de que muchos delincuentes, algunos de alta peligrosidad, han sido puestos en libertad. Legalmente están libres y, no sé si se pueda decir, exentos de toda culpa. ¿Qué relación hay entre la legalidad y la justicia? ¿Puede existir algo que sea legal y a la vez injusto? ¿Cuál es la función del derecho? Son preguntas a las cuales yo no puedo responder por la razón antes dicha, pero sé que si usted le pregunta a la gente, muchos y muchas le van a contestar que su percepción es que la ley favorece a los delincuentes. “Andaba libre pese a haber sido presentado como multihomicida”, son notas tristemente frecuentes. Algo grave. Claro, la ley no puede proteger a los delincuentes, pero tenemos que reflexionar, que examinar el ejercicio y el uso del derecho. Hay que evitar a toda costa que las palabras del presidente Calderón vayan a ser ciertas: que el rol de los jueces degenere en el de simples “verificadores”. Quien quiera ver el sesgo que van tomando los hechos, vea El Diario del jueves pasado.
El testamento moral de la señora Marisela, para mí, consiste en una llamada poderosa y urgente, como recurso último, a una revisión de la conciencia moral de todos nosotros, de la necesidad del fortalecimiento de las relaciones básicas, como la familia, y de los estamentos que configuran la sociedad, y a la decisión inquebrantable de la búsqueda y necesidad de la justicia para que la sociedad sea viable. Testamento sellado con su sangre.
4. El periodista, hablando de la catástrofe global, pregunta al Papa: ¿No deberíamos habernos preguntado hace mucho tiempo qué pasa con la polución del pensamiento, con la contaminación de las almas? Muchas de las cosas que admitimos en esta cultura de los medios y del comercio corresponden en el fondo a una carga tóxica que, casi forzosamente, tiene que llevar a una contaminación espiritual.
Respuesta: «El hecho de que haya una contaminación del pensamiento que nos conduce ya anticipadamente a perspectivas erróneas no puede ignorarse. Librarnos nuevamente de ello por medio de una verdadera conversión –por utilizar esa palabra fundamental de la fe cristiana– es uno de los desafíos cuya evidencia se ha hecho ya visible a nivel general. En nuestro mundo, tan científico y moderno en su orientación, conceptos semejantes no tienen significación alguna. Una conversión en el sentido de la fe, en una voluntad de Dios que nos indica un camino se considera pasada de moda y superada. Creo que, sin embargo, lentamente se va advirtiendo que algo hay de cierto cuando decimos que debemos reflexionar para adoptar una actitud nueva.
Luego añade: “En tal sentido existe un cierto potencial de reconocimiento en el campo moral. Pero, por otra parte, la traducción de esto mismo en «voluntad política y en acciones políticas se ve ampliamente imposibilitada por la falta de una disposición a la renuncia». Esto lo ha reconocido Calderón tres años después, y ahora es su reclamo, (con otras palabras).
De ese modo aparece con claridad que, en definitiva, la voluntad política no puede ser eficaz si no existe en la humanidad entera –sobre todo en los impulsores principales del desarrollo y del progreso– una consciencia moral nueva y más profunda, una disposición a la renuncia (al egoísmo, a mirar sólo el propio interés) que sea concreta y se convierta también para el individuo en una norma de valores para su vida.
Por eso, la pregunta es la siguiente: ¿cómo puede la voluntad moral, que todos aceptan y todos reclaman, llegar a ser una decisión personal? Pues, mientras eso no se dé, la política sigue siendo impotente. Es decir, ¿quién puede lograr que esa consciencia universal penetre también en lo personal? Sólo puede lograrlo una instancia que toque la conciencia, que esté cerca de la persona individual y que no se limite a convocar manifestaciones aparatosas.
En tal sentido, se dirige aquí el reto a la Iglesia. Ella no sólo tiene una gran responsabilidad, sino que, diría yo, es a menudo la única esperanza. Pues ella está tan cerca de la conciencia de muchos seres humanos que puede moverlos a determinadas renuncias e imprimir actitudes fundamentales en las almas”. Lo dije yo primero.
La Iglesia tiene, pues, la misión y los recursos que a la postre no vienen de ella, de incidir en el punto medular del problema: el alma, la conciencia de hombre y la mujer, ahora y aquí. Pero debe estar atenta, por ello, de que no la lleven al baile.
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