La descomposición del régimen sigue acentuándose y el ataque que ha emprendido contra la revista Proceso es un nuevo error, de carácter histórico, del gobierno de facto calderonista.
1. La obsesión de Felipe Calderón de dejar a un panista en la silla presidencial en 2012 lo ha llevado a nuevas iniciativas desastrosas, pues tras el fracasado acto partidista del domingo 28 en el Auditorio Nacional para “festejar” 10 años de gobiernos panistas y cuatro de su llegada a Los Pinos, donde por enésima ocasión culpó al PRI del desastre actual –lo que le valió que algunos diputados le exigieran dejar ya el cargo, y su coordinador Francisco Rojas, tras reiterar que con el PAN el país retrocedió en una década perdida por el desempleo, la desigualdad y la inseguridad, lo calificó como “un bipolar”, que por un lado ataca y por el otro pide ayuda–, ahora arremete de manera violenta contra la libertad de expresión.
2. El ataque contra Proceso por evidenciar las relaciones del crimen organizado, que se dice combatir –desatado el miércoles primero–, no tiene paralelo en México desde la ofensiva del gobierno de Luis Echeverría para destruir el Excélsior de Julio Scherer y constituye un signo preocupante de que la ofensiva panista-fascista contra la libertad de expresión va en serio. En diversos espacios de Televisa se ha insistido en estos dos días en que el periodismo que hacen los reporteros de esta revista, que es uno de los principales espacios de libertad de expresión en México, “se quedó en una mentalidad de hace 30 años”, que el país ha cambiado y que lo que se necesita es, nada menos que un periodismo como el que se hace en Televisa.
3. La publicación en el número 1778 de Proceso de un adelanto del libro de Anabel Hernández Los señores del narco (588 pp., Grijalbo, 2010), en el que se exponen las relaciones del gobierno con El Chapo Guzmán a través del desaparecido Juan Camilo Mouriño, suscitaron una cólera desmesurada en Los Pinos, y se entiende por qué. A lo largo de estos años, y mucho más al acercarse 2012, el gobierno, que ha fracasado estrepitosamente en todos los órdenes, ha hecho de su supuesta “guerra contra el narco” la justificación de todas sus políticas, y a pesar de que muy pocos le creen, sigue pretendiendo que con el baño de sangre en el que ha hundido a muchas regiones busca terminar con el crimen organizado y moralizar al país y no otros propósitos, como se ha insistido desde muchas partes, ni mucho menos que esté en connivencia con algunos cárteles y limitándose a reordenar el mercado bajo el mando estadunidense.
4. La supuesta “guerra contra el narco” la inició Calderón en 2007 por órdenes de la administración Bush, creyendo que al militarizar a México adquiriría autoridad –y legitimidad–, y amedrentaría a los movimientos sociales, sin importarle que los halcones del Pentágono lo único que buscaban era subordinar a su mando a los aparatos de seguridad mexicanos, para al mismo tiempo que reorientaban el mercado en un escenario de violencia generalizada, generaban las condiciones para acelerar el desmantelamiento de “un Estado fallido” y poder intervenir abiertamente.
5. La violenta reacción contra Proceso se inició en El Noticiero, de Joaquín López Dóriga, el miércoles primero con un reportaje de más de 20 minutos sustentado en un video del narcotraficante El Grande, miembro de la organización Beltrán Leyva, detenido por la PGR, quien sin ninguna credibilidad acusó a Ricardo Ravelo, reportero de la revista, de haber recibido de él 50 mil dólares, tras lo cual le habría exigido entregas mensuales para no hablar de sus actividades. Siguió con el programa Tercer Grado, del Canal 2, en donde cinco locutores, coordinados por Leopoldo Gómez (vicepresidente de información), se dedicaron durante 40 minutos a descalificar en términos calumniosos a la revista con base en ese video. Y prosiguió el jueves 2 en todas las emisiones del consorcio y de buena parte de los medios afines al gobierno en un operativo sin precedente en la historia reciente del país.
6. La descalificación a Proceso por López Dóriga y sus colegas se olvidó, sin embargo, de que la nota que suscitó la ira de Los Pinos fue el adelanto de un capítulo de un libro escrito por una periodista ajena a la revista, que en el mismo número de ésta el reportero Ricardo Ravelo advertía que las afirmaciones de los “testigos protegidos” no son confiables pues la mayoría de los declarantes mienten y, sobre todo, que los reportajes de Proceso no se hacen sobre ese tipo de declaraciones (que sí son por el contrario la fuente primaria de la televisión) sino sobre otro tipo de pruebas.
7. La historia periodística de México no registra ningún caso en el que periodistas, sea cual fuere su vinculación con el régimen y con los poderes fácticos, se dedicaran con tanta irresponsabilidad y falta de ética a tratar de descalificar a una publicación de prestigio internacional, y eso es un signo muy grave de lo que está aconteciendo. Proceso, según Carlos Marín, Ciro Gómez Leyva, Joaquín López Dóriga, Denise Maerker y Adela Micha, “ha hecho de la calumnia su modus vivendi”, realiza “un ejercicio deleznable” del oficio periodístico, es “uno más de los muchos pasquines” que hay en el país, “se ufana de su relación con narcotraficantes” y “ha llegado a cometer atrocidades”. Los locutores no parecían escucharse en su diatriba insensata pues al referirse instantes después a otro tema y hablar de la persecución delirante que Washington y sus aliados han emprendido contra el editor australiano Julian Assange por la publicación en su portal de WikiLeaks de documentos que exhiben al gobierno estadunidense, pretendían horrorizarse por la que llamaron “persecución estatal” a un medio de información
8. Lo más significativo es que el juicio sumario a Proceso lo llevaron a cabo Joaquín López Dóriga y los locutores de Televisa cuando en el mismo noticiario del día 1º Azcárraga le había brindado una veintena de minutos a Calderón para que pudiera hacer sin cuestionamiento alguno una defensa de su gobierno, que prosiguió ayer, tras la violenta reacción de los priístas a su diatriba del domingo 28, y pretendiera, una vez más, que no existen ya en México, como durante los gobiernos priístas, crisis, corrupción, opacidad y censura. ¿Habrán estos locutores visto alguna vez cómo en otros países la prensa entrevista a los jefes de gobierno?
9. La libertad de prensa no existe en México como una regla sino como una excepción, y ello gracias a la tenacidad de muchos. No hay aquí un régimen de libertad de expresión sino espacios de libertad que han sido conquistados por los periodistas y los lectores tras muchas décadas de lucha. El gobierno sigue subsidiando a los medios, a sus directivos y a los periodistas, y como en el pasado subsisten “el sobre” y el embute, con una prensa que en su mayoría está sometida al poder y no transmite más que el punto de vista del gobierno y de los poderes fácticos. Los reporteros de Tercer Grado se preguntaban el día 1º al finalizar su emisión “¿qué tipo de periodismo queremos para México?”, queriendo ignorar que la respuesta la han dado millones de mexicanos en los últimos años, en particular después de 2006: una prensa que no sea como la de Televisa, que sea libre, honesta e independiente del Estado.
10. La agresión del régimen a Proceso no va a prosperar porque la fuerza de una publicación la constituyen sus lectores y esta revista ha sido, es y seguirá siendo una de las publicaciones indispensables de un México que aspira a la libertad y a la democracia. Durante casi un siglo los gobiernos de la derecha francesa han buscado acabar con Le Canard Enchaîné, el hebdomadario satírico que semana a semana hace denuncias documentadas, y por esa misma razón no lo han logrado. Esta amenaza incalificable lo es, empero, no sólo contra un grupo de periodistas sino contra toda la sociedad y su derecho a la libertad de expresión, y ésta debe tomar nota de ello.
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