Julio Hernández López
La emoción de los mexicanos por el éxito chileno debería convertirse en presión y organización para conseguir que los cuerpos de los trabajadores abandonados en Pasta de Conchos sean rescatados con cargo a las muy prósperas finanzas del Grupo México, cuyo dueño, Germán Larrea, gasta más en mantener su cuadra de caballos de pura sangre que en garantizar seguridad en sus minas y en indemnizar y proteger con sentido de justicia a los deudos hasta ahora maltratados e ignorados.
El júbilo por el triunfo de una comunidad nacional que no renunció a la esperanza de recuperar a los suyos es una bofetada a los gobiernos federales panistas, a las instituciones y a la misma sociedad mexicana en general, que muy poco o nada hicieron en su momento por impulsar alternativas ingeniosas y decididas en busca de sobrevivientes o, dado que el caso de una mina de carbón y sus gases tóxicos es diferente al de una de cobre que no explotó sino se derrumbó, de los cadáveres que por dignidad y humanidad debieron ser entregados a sus familiares a los que se les negó esa posibilidad por gélidos cálculos financieros clasistas que consideraron un gasto sin utilidad el invertir en un proceso de esa magnitud para beneficio de obreros de ínfimos sueldos, de derechos fúnebres prescindibles, de desdeñable condición socioeconómica, virtuales esclavos a los que sin remordimiento se podrían arrancar sus pretensiones espirituales o ceremoniales.
Pasta de Conchos como vergüenza inaugural de la cadena de desgracias que a la patria mexicana han asolado durante el decenio trágico del mando blanco y azul. Abandonados por pobres, una especie de daño colateral contable, esos mineros forman parte de la historia dolorosa de los años recientes, de la indolencia cívica ante los abusos, la impunidad, la falta de solidaridad y la injusticia clasista: Fox, presidente en aquellos momentos, vive su escandaloso florecimiento económico junto a su tutorial Martita y los empresarios del privilegio político, los Sahagún y la otra parentela Fox, todos cargadísimos de fortuna económica después del paso por Los Pinos. El secretario del trabajo que luego fue de Gobernación, Carlos Abascal, está en espera de que la Iglesia católica lo beatifique como una especie de ejemplo de ejercicio político desde la fe vaticana. Francisco Xavier Salazar Sáenz, yunquista, que sucedió a Abascal en la Secretaría del Trabajo, es diputado federal de elite, y uno de sus hijos, Francisco Xavier Salazar Diez de Solano, preside la Comisión Reguladora de Energía en el gabinete calderonista.
Así son los rescates a la mexicana: de las desgracias colectivas nacen riquezas y beneficios individuales, ya sea mediante la apropiación de fondos y donaciones para desastres naturales, ya mediante el reparto de porciones de poder a título de complicidades cumplidas. Ni siquiera es asunto de geometría ideológica: en Chile, un presidente de derecha recibe el reconocimiento nacional y mundial, mientras en México el ocupante de la silla presidencial mantiene una guerra contra su propio pueblo y no contra la pobreza, la injusticia y la corrupción. Eso sí, Felipe –el héroe numeral que ha logrado la hazaña de pasar de 0.56 por ciento a 30 mil– no quiso quedarse ayer fuera del contexto salvífico, y dijo que él también ha sacado a personas de problemas graves: “casi 100 mil en este año, viviendas que hemos tenido que sacar literalmente del agua y del lodo”.
Rescates exitosos día a día: Carlos Slim, por ejemplo, se alista a lanzarse tras Mexicana de Aviación, ayudado por su líder cómodo, Francisco Hernández Juárez, el cacique sindical telefónico. Juan Molinar Horcasitas libra a golpe de cinismo los embates de legisladores por el regalo de la riqueza pública que ha dado a Televisa y Nextel mediante gangas de asignaciones y se apresta a seguir liberando negocios para beneficio de empresarios seleccionados. E incluso el cardenal Juan Sandoval se descarga por sí mismo de culpas por acusar a Marcelo Ebrard y a ministros de la Corte de estar “maiceados” para aprobar reformas relacionadas con el aborto: si Fidel Velázquez se desdecía de sus declaraciones argumentando que le imitaban la voz en las grabaciones probatorias, el cetemista de la fe, Sandoval, argumenta que habla en ejercicio de su libertad, por obligaciones pastorales y, convertido en gramático providencial, ilustra, luego de culpar a los medios de cualquier daño moral por haber reproducido sus dichos: “el vocablo ‘maicear’ no tiene una sola interpretación, así que es de la exclusiva responsabilidad, decisión o carácter del intérprete, el sentido que se le quiera dar a dicha palabra. Así de sencillo”.
Así de sencillo es posible en México mentir, manipular, incumplir, ofender, dañar y seguir tan campante. La Secretaría de Turismo agravia a los michoacanos desaparecidos en Acapulco al decir que no tenían calidad de turistas porque no había reservaciones de hotel –lo que un familiar demostró que era falso— y era un grupo de puros varones, como si esas características eximieran a la autoridad de evitar los secuestros y daños a la integridad física. Y el gobierno federal y el Grupo México dan calidad de llamado a misa a la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos que señala que tienen una deuda con la sociedad por no haberse esforzado al máximo para rescatar a los 65 mexicanos sepultados en Pasta de Conchos. Y las esperanzas electorales de cambio son sepultadas por el instituto encargado de organizar los comicios al prestarse a los juegos de alternancias practicados por el jefe Salinas para ayudar a su ahijado Peña Nieto, el autor del milagro inverso más notable hoy, cuando se ve a 33 personas encontradas y rescatadas a 700 metros de profundidad, cuando a la niña Paulette no se le pudo localizar abajo de un colchón o cuando el gobierno federal y uno de sus empresarios aliados no quisieron esforzarse por un milagro de vida y ni siquiera por rescatar sus cadáveres. Así de sencillo.
Y, mientras Etilio trata de escudarse en la libertad de expresión para justificar sus asquitos, ¡hasta mañana!
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