lunes, 13 de septiembre de 2010

Para celebrar la Independencia Bernardo Bátiz V.


La Independencia debería celebrarse, en primer lugar, siendo independientes, pero ya no lo somos, ni el gobierno actual parece interesado en el tema. Por el contrario, está sometido y no pierde ocasión de quedar bien con el gobierno de Estados Unidos; en México, los recursos estratégicos con que contaba el Estado se han privatizado y buena parte de la economía del país está en manos de extranjeros. El petróleo, gracias a la movilización popular, parcialmente se ha salvado.

La deuda pública crece y se vuelve impagable y la contraída con los bancos privados por el rescate bancario es una sangría constante de dineros públicos en favor de banqueros, casi en su totalidad extranjeros, que nunca se termina; por esa entelequia que se llama Iniciativa Mérida, un gobierno extranjero tiene injerencia desmedida sobre cuestiones que debieran sólo interesarnos a nosotros.

Esta dependencia lamentable y humillante, sin embargo, no es inevitable ni fatal; es una realidad coyuntural debida a los malos gobiernos, a las complicidades de la alta burocracia y al complejo de inferioridad de las clases altas, que no ven otra salida a los problemas del país, que no sea la que viene del exterior. La verdad es que el pueblo organizado en su momento se sacudirá estas cargas y reasumirá su soberanía. El viejo luchador y político Castro Ruz algo sabe, algo barrunta y así lo profetizó.

Por lo pronto, en la conmemoración del Grito de Dolores tenemos que repasar nuestra historia, no las anécdotas frívolas sobre las ocurrencias de La Güera Rodríguez o si los caudillos tuvieron o no aventuras amorosas; hay que elevar la mira. En la guerra de Independencia hubo de todo y, si bien se resintió la economía del país y las víctimas fueron numerosas, se descubrió entonces la identidad nacional y los mexicanos en esa época aprendieron que eran algo más que súbditos de la corona española y que podían gobernarse solos, sin la tutela de ultramar. Como dice Maritain, avanza el bien y paralelamente avanza el mal.

Para que México se independizara de España, desde la madrugada del 16 de septiembre de 1810 a la entrada del Ejército Trigarante a la capital, el 27 de septiembre de 1821, pasaron más de 10 años; se derramó mucha sangre y hubo encono y odio, pero también se delineó lo que seríamos al rescatar la libertad y la independencia. Eso es lo que tenemos que rememorar y tener presente en este tiempo, cuando el pueblo salve al pueblo.

Para ello, hay tres documentos de esa álgida etapa de nuestra historia, que deberían de darse a conocer con amplitud porque son para el presente ejemplo y guía para sacudirnos al mal gobierno.

Uno es La representación del ayuntamiento de México al virrey Iturrigaray, leída por su síndico Francisco Primo de Verdad y Ramos, el 19 de julio de 1808, proponiendo la independencia de la Nueva España, en razón de la abdicación de los reyes españoles en favor de Napoleón; el hecho, según las razones de la representación, dejó a nuestro país en libertad y al pueblo en aptitud de reasumir su soberanía.

Costó a los miembros del ayuntamiento la cárcel y a Primo de Verdad y a fray Melchor de Talamantes la vida, pero fue una sacudida política, que inquietó e hizo pensar a muchos en la emancipación; fue un documento precursor y una muestra de dignidad y valor civil.

El segundo documento fue el decreto de la liberación de los esclavos y la supresión de los tributos a los indios y a las castas que expidió Miguel Hidalgo en Guadalajara, ya en plena guerra de Independencia, en un bando fechado el 6 de diciembre de 1810.

El tercero es el más rico por su contenido y por el alto valor moral de los ideales que expresa; es el conocido como Los sentimientos de la Nación y consta de 23 puntos, que José María Morelos presentó al Congreso Constituyente de Chilpancingo el 14 de septiembre de 1813.

Esta propuesta de Morelos abandona ya la opinión de una guerra de independencia en favor de los reyes depuestos por Napoleón y propone con toda claridad que la América es libre e independiente de España y de toda otra nación o monarquía y, no menos importante, afirma solemnemente que la soberanía dimana inmediatamente del pueblo.

Estamos hoy a 200 años del inicio de la guerra de Independencia, vivimos un proceso de desgaste y degradación de nuestra sociedad nacional; requerimos urgentemente rescatar ideales y valores que nos den fuerza para salvar a México de la actual opresión y la creciente dependencia externa. Traer a nuestra memoria estos documentos que nos hablan de dignidad ciudadana, de libertad y de soberanía, es algo indispensable para que la esperanza de un cambio se mantenga y fortalezca.

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