Julio Hernández López
Sin pena, el Nieto fue a tratar de recibir el visto bueno del Tío (Sam). Soy Enrique, no haré travesuras, dijo desde lo alto de su copete el gobernador y precandidato presidencial priísta al que el tutelar centro Woodrow Wilson International invitó a hablar en Washington. El PRI, dijo el agradecido sobrino de Arturo Montiel, no frenará ni extinguirá la lucha contra el narcotráfico. El jefe de uno de los más poderosos grupos del priísmo organizado se sintió en la necesidad de hacer aclaraciones y prometer buenas conductas porque cada vez suena más fuerte la versión de que los pasos electorales del PRI están asociados financiera y políticamente al interés de los cárteles no partidistas de restablecer los pactos secretos de connivencia que mantuvieron la paz priísta durante décadas y fueron rotos por la impericia y ambición de una década panista de relevo. “El PRI está a favor de la lucha que hace el Estado mexicano para combatir al crimen organizado”, hubo de precisar Quique Gaviotón, a quien la secretaria gringa de seguridad nacional, Janet Napolitano, extendió amable acuse imperial de recibo de las comprometedoras palabras.
El avanzado precandidato presidencial aprovechó la internacional oportunidad académica para remedar al Filósofo de Güémez, la reflexiva ficción tamaulipeca cuyos presuntos dichos han sido recopilados por el abogado y político Ramón Durón, uno de ellos, por ejemplo, el que reza: “En política, si las cosas no cambian, es porque siguen igual”. El filósofo de Toluca planteó, a su vez: “Rechazamos aquellas voces que dicen que sería una regresión si el PRI regresa a Los Pinos. Es impensable que tiempos del pasado regresen a nuestra sociedad” (cita y comillas a cargo de Notimex, en nota publicada en la versión de Internet de La Jornada). “Si algo regresa, es porque ya volvió”, podría haber dicho con toda lógica el antedicho pensador de Güémez, a quien no le parecerían extraños los juegos de palabras con que Peña Nieto pretende asegurar que algo que regresa no significa regresión, y a quien le parece muy contundente y socialmente tranquilizador calificar de “impensable” que “tiempos del pasado” vuelvan a instalarse en el país.
Un salto hacia atrás también hubo de hacer el panista Santiago Creel, con la esperanza de colocarse en el futuro. Ayer le reviró a Calderón para colocarse en el tono marcado por el jefe Chente, quien está presionando con planes de despenalización de asuntos de drogas al vengativo Calderón (ayer habló sobre el tema, en el Centro Fox, un sheriff angelino que propone a México dialogar con los narcos) para que no deje caer la guillotina panista sobre Manuel Espino, que ha sido un testaferro de San Cristóbal, a quien Los Pinos ya no soporta y al que han mantenido partidistamente vivo hasta ahora que ha dejado la presidencia de una organización continental de democristianos en la que Felipillo se obstinó en colocar como sucesor a un propio: Jorge Ocejo, así fuera necesaria la utilización de los canales oficiales del gobierno mexicano ante mandatarios extranjeros para pedir que apoyaran la solicitud “de Estado” de que el yunquista Ocejo relevara al rejego Espino. Creel, fiel creyente de que tiene posibilidades de ser candidato presidencial panista en 2012 por el martismo-vicentismo, negó que en el sexenio manejado con las botas no se hubiera hecho nada importante contra el narcotráfico, como de manera clara dijo el licenciado Calderón en estos días de diálogos a una voz, cuando afirmó que la bronca actual no sería tan grave si cuatro o cinco años atrás se hubieran tomado decisiones similares a las que él tomó.
El mencionado Felipe también practica las fórmulas de retroceso mental que buscan precisar hechos o conductas de etapas anteriores del pasado pretérito de antes (todos llevamos un Filósofo de Güémez dentro de nosotros: ”El que sabe, sabe. El que no, es el jefe”). Ayer, el turno tocó al poder judicial. Encarrerado en su cantada ruta de exoneración por sí mismo, el ministro de la Suprema Casa de Los Pinos, Felipe Calderón, quiso repartir culpas a quienes ejercen la función de juzgar cuando preguntó, sin acusar, en uno más de sus diálogos de cartón, por qué es
significativamentemenor el número de procesados y sentenciados que el de detenidos, insinuando lo que es una realidad pero no le tocaría a él tirar la primera piedra, es decir, la corrupción del aparato judicial, que no es sino parte de la putrefacción integral del aparato gubernamental del país. La búsqueda calderonista de descargar culpas pretendería que todo apresado por las fuerzas federales lo habría sido en tales condiciones de perfección que los jueces no tendrían más que rendirse ante expedientes rotundos, cuando lo cierto es que desde el inicio de esos procesos se cometen infinidad de irregularidades, muchas de ellas intencionales, sembradas por policías, agentes del ministerio público y procuradores para que abogados de delincuentes con poder las puedan echar abajo ante jueces, magistrados y ministros amenazados o sobornados: plata o plomo, la misma disyuntiva para los mismos poderes bajo fuego. Pero Felipe se cree con autoridad para
regañara otro poder, lo que exhibe su sabida vertiente autoritaria. Eso sí, luego de su
diálogo, se fue a un palco del estadio Azteca, agravando los problemas viales de aficionados que le reprobaron sonoramente a la hora en que se le vio en pantallas del inmueble, en el que una cansada sombra de la selección española de futbol empató de último minuto con la mexicana, abollando así los planes pagados de exaltaciones patrioteras (
bicentenarias) inducidas.
Y, mientras la obesidad nacional continúa su ritmo creciente porque la administración federal prefirió favo- recer los negocios amigos y dejar que los escolares sigan consumiendo alimentos dañiños, y el secretario federal de Salud, José Ángel Córdova, informa del monto y el destino de los recursos públicos utilizados discrecionalmente para enfrentar la inflada circunstancia del A-H1N1, ¡hasta mañana, viendo qué pasa con Canal CalderOnce!
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