Julio Hernández López
Escenografía de pluralidad partidista para un solo concertado. Felipe, el ejecutante, tratando de parecer virtuoso de la instrumentación. Corales, los músicos invitados acabaron gustosamente sonando igual en los arreglos estipulados: Vamos ganando, aunque no lo parezca, reiteró el filarmónico de Los Pinos, al tiempo que demostraba, con su preponderancia mediática acordada, que dialogaba, aunque tampoco lo pareciera.
Algo así como un Primer Informe Fúnebre ante el Honorable Congreso de los Líderes Partidistas (menos uno, el del Partido del Trabajo, que no aceptó participar en la farsa dialoguista). Felipe necesitado de la convalidación múltiple, del respaldo aunque fuera ligeramente crítico, de las apariencias de la tan buscada “unidad” en torno suyo, así que comenzaba la tanda de apoyos el comisionado de Dante Delgado para encabezar formalmente el partido Convergencia, Luis Walton, con una pieza oratoria sencilla y complaciente, tal vez pensada más para agradar al jefe pinolero si es que una alianza en Guerrero no lleva al todavía priísta Ángel Aguirre Rivero y es necesaria, como remplazo, una fórmula “de izquierda” para la gubernatura con el amable orador convergente como candidato perreánico (aunque el chuchismo preferiría ir con Aguirre). Eso sí, con cierto pudor de clóset, Walton no enarboló ninguna pancarta que dijera “Gracias, señor Presidente”. El representante del Partido Verde Dolarista, Arturo Escobar y Vega, continuó con la vehemente tarea de pronunciar palabras, enfatizar algunas y teatralizar otras para dejar constancia de que algo sustancioso se había querido decir. En esencia, el miembro del cártel de los Niños Verdes ofreció todo su respaldo, amplio, absoluto, enorme, a las tareas bélicas del licenciado Calderón aunque, obviamente, agregando al guiso algunas pizcas que pretendieron pasar por sesudas propuestas y análisis profundo. Ninguno tuvo, sin embargo, tanto éxito en el abatimiento de la esperanza de que el remedo de política actual tuviera remedio, como el disperso e impreparado Jorge Kahwagi, colocado por la profesora Gordillo al frente de un partido de cuadros magisteriales como una demostración descarnada de que quien manda hasta con excesos aberrantes en el Panal de los privilegios, de la A a la Z, es ella, capaz de hacer cónsul de su Roma partidista a un boxeador de la farándula.
Luego vinieron los tres grandes: Chucho, Cesarín y Betty. El dirigente del sol azteca aportó los primeros toques de tibieza crítica dramatizada: reconoció en su condición ejecutiva al que según acuerdos y declaraciones previas nunca habría de aceptar, a la entidad pinolera dispensadora de agradecimientos y buenaventuras a quienes supieran traducir evolutivamente “espurio” en “presidente”. Jesús Ortega espolvoreó al pastel algunos ingredientes agridulces al mencionar la utilización partidista del instrumental policial en acciones presuntamente contra el narco y criticó a la PGR, sin tocar a García Luna Productions ni al muy reconocido Felipe, aunque colocó en lo alto la feroz banderilla del señalamiento de que la estrategia contra el narco nomás no está funcionando. César Nava batalló para superar las hazañas de convalidación de sus antecesores pero, derrotado en ese empeño, pasó a concentrarse en la demolición oficial de las tesis promotoras de la despenalización de ciertos rubros del negocio de las drogas, rubro polémico éste al que el generoso César verdadero, de nombre Felipe, ha concedido benevolente autorización para que sea discutido aunque la resolución negativa ya ha sido pronunciada, pues Estados Unidos dice, por voz del César-Felipe, que esa forma de legalización no está en los planes oficiales. Y entonces la sesión topó con Paredes, la tlaxcalteca de largo oficio que asentó con elegancia los únicos golpes verdaderos y encaminó el torneo de naderías (televisado íntegramente por el Canal Calderón, que se sintoniza donde antes estaba el Once, del Politécnico: ahora XH-FELIPN) hacia ciertos terrenos conceptualmente interesantes. Ni siquiera fue necesario que la dirigente del PRI encajara demasiado el acero: la irrelevancia del acto fue exhibida, al igual que las incongruencias operativas del actuar de Los Pinos.
En otro foro, reunido con comisiones de legisladores federales, el secretario de Comunicaciones y Transportes pasaba tragos amargos que en eso quedarán. El diputado petista Mario di Costanzo y el senador priísta Fernando Castro Trenti dijeron en su cara al funcionario calderónico algo de lo mucho que con su mal desempeño y tortuosa politiquería se ha ganado. Asesino, le plantó el economista de izquierda, con la vista puesta en la impunidad e irresponsabilidad que han caracterizado el caso de la guardería ABC, mientras el bajacaliforniano tricolor le enumeraba, sin estridencias, algunas de sus pifias y trampas, entre ellas la imposición de un subalterno, Mony de Swaan, en la electoralmente estratégica Cofetel. En su segundo turno al bat oratorio, Felipe, quien creyó que iba ganando el “diálogo” aunque no lo pareciera, hubo de reconocer, en adolorido párrafo: “Entiendo perfectamente y sé que es la percepción generalizada de que la guerra se va perdiendo. No comparto la afirmación, pero comprendo que es una percepción general que el Estado debe combatir”. Bueno, ya ni del término “guerra” quiere acordarse, como si no hubiera sido él quien unilateralmente la declaró y constantemente la proclamó: “Incluso, el propio término de guerra yo generalmente no lo utilizo, pero aun siendo así, si de guerra habláramos y fuera una guerra de Estado con los criminales, la verdad es que (...) la gran mayoría de los enfrentamientos entre las fuerzas federales y los criminales han sido ganados por elementos federales”.
Y, mientras la Corte confirma la validez nacional de los matrimonios celebrados en el Distrito Federal (así sean entre personas del mismo sexo), ¡hasta mañana, con Colombia y Venezuela reanudando relaciones diplomáticas!
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