José Antonio Crespo
Miércoles, 02 de Junio de 2010
Muchos dudan de la racionalidad de exhumar los restos de los héroes de la Independencia. Lo ven como un gran distractor político, como la parte espectacular del Bicentenario, fuegos de artificio, discursos grandilocuentes, desfiles y salvas – celebraciones algunas de ellas de costo excesivo -, y no como parte de lo que más importa, la reflexión y profundización de nuestro ser histórico. Para explicar esta decisión, José Manuel Villalpando, encargado de la celebración del Bicentenario, ha escrito que "es adecuado honrar y homenajear a nuestros héroes. Y hacerlo de una manera directa, presencial, viva, teniendo frente a nosotros los venerables restos mortales de aquellos a quien debemos una patria, esta patria, nuestra patria ( El Universal, 29/mayo/10). Estas son las razones oficiales, pero podría haber otras detrás de ellas. Por ejemplo, es posible que la exhumación de los ilustres restos el domingo pasado, se deba a la natural curiosidad histórica del propio Villalpando, "actividad que de afición se convirtió en especialidad, al grado en que mi buen amigo, Vicente Quirarte… celebró que hubiera quien le diera vida al ‘Indiana Jones’ que todos llevamos dentro" (Batallas por la historia, 2008). Así, el historiador narra: "La primera vez que presencié la exhumación de un prócer de la patria fue en el año 1976, cuando se dispuso el traslado de los restos del general Ignacio Zaragoza (a Puebla); para sorpresa de los presentes, al abrirse el ataúd el cadáver estaba completo, incorrupto; había sido embalsamado". Y cuenta también: "Vi más tarde cómo exhumaron los restos de Francisco Zarco para colocarlos en un monumento nuevo… Aquí ya no hubo sorpresas, ya sabía yo que Zarco había sido momificado por un amigo suyo cuando se robó su cadáver y lo conservó en su despacho por unos meses". "En cambio – continúa- del general Leandro Valle, pude ver que sólo se hallaron huesos".
Dice también el encargado de los festejos: "La investigación documental me llevó a descubrir, por ejemplo, las tumbas del ex presidente Juan Bautista Cevallos, en París; la del insurgente Mariano Abasolo en el castillo de Santa Catalina, frente a Cádiz" (pues la pena de muerte, agrego yo, se le trasmutó por cárcel en aquella ciudad, gracias a las gestiones de su esposa, quien había salvado a numerosos civiles españoles de las ejecuciones clandestinas ordenadas por el padre Hidalgo en Guadalajara, a manos de su testaferro, el torero Marroquín). También localizó Villalpando en Tampico, los restos de Manuel Mier y Terán, uno de los héroes de la minimizada gesta de Tampico en 1829 contra el Brigadier español Isidro Barradas, batalla que consumó la Independencia. Mier y Terán se suicidó por causas poco claras en el lugar en que fue fusilado Agustín de Iturbide, a quien respetaba y admiraba.
Villalpando también quiso husmear en la tumba de don Porfirio, explorando la posibilidad de traer sus restos a México: "(En París) di con un informe médico que daba detalles acerca de la sustancias empleadas y del procedimiento utilizado para embalsamarlo. Si bien la exhumación no se realizó, el trabajo previo permite saber a ciencia cierta que el cadáver de don Porfirio está entero y en perfecto estado de conservación". Y sigue la narración del peculiar peregrinaje mortuorio: "Buscando los restos de José María Morelos… los documentos aseguraban estarían en París, en la tumba de su hijo, Juan Nepomuceno Almonte… La sorpresa fue doble, pues al abrir la tumba encontré que Almonte fue enterrado al alto vacío... por lo cual se conservó su cuerpo, y en cambio, ni rastro de los restos de su padre". "La moraleja es simple – concluye Villalpando -; el historiador debe estar preparado para todo y, primordialmente, disfrutar con la emoción de cada experiencia profesional, las que a veces son tan intensas que merecerían una novela, una película o al menos una amena charla de café mientras se saborean las delicias de un pan de muerto".
Villalpando, desde su actual cargo, pudo traducir su curiosidad histórica en política pública, revestida, eso sí, de emotiva pompa cívica y fastos militares. Quizá espere algunas sorpresas más, que podrían dar pie a una novela, una película, o una interesante tertulia endulzada con pan de muerto. Pero mientras se exhuman y pasean las históricas calaveras y urnas fúnebres , se encuentran fosas clandestinas, como en Taxco, de las que se extraen otras osamentas menos emocionantes, producto de esta estrategia contra el narcotráfico que nadie sabe bien a bien en qué va a parar.
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