Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia
08 de abril de 2010
No suelo hablar de lo que hacen o dejan de hacer otros colegas. Siempre he creído que los periodistas no estamos para hablar de nosotros mismos. Y que hay cosas más importantes allá afuera.
Hoy, sin embargo, es inevitable entrarle a la polémica generada por el reportaje del encuentro de Julio Scherer García con el capo del narco Ismael El Mayo Zambada. Que ha generado una cauda de comentarios dentro y fuera del país donde el influyente The Washington Post destaca las expresiones fundamentales de la entrevista. Mientras que a nivel nacional se ha desatado una feroz discusión: de un lado quienes defienden el trabajo periodístico de don Julio ponderando sus alcances y trascendencia; del otro, una reacción que podría ser cómica si no fuera tan malintencionada. Los de siempre, denostando la entrevista porque según ellos no dice nada pero criticando ferozmente varias de las frases que en ella se expresan, ¿por fin, dice o no dice algo? Luego, en el estridente desgarramiento de vestiduras atacan perrunamente a Scherer y Proceso por prestarse a ser mensajeros de uno de los criminales más buscados y por permitirle criticar a un gobierno perfecto y a un Ejército inmaculado como los que tenemos en México.
Yo me pregunto si El Mayo Zambada es más o menos criminal que la runfla de ladrones y asesinos impunes que ha padecido este país. Y que comparten con frecuencia las buenas mesas con los impugnadores de don Julio. Por cierto, ninguno de ellos reportero. O que nos muestren algún trabajo que siquiera haya llegado a la banqueta. Algo distinto a su entendimiento del país limitado en el mejor de los casos a los libros y a las pantallas cibernéticas y a la chorcha comodina con los poderosos de la política y el dinero, eso sí con el infaltable trago en tertulias sin fin.
La mera verdad ¿alguien de ustedes se imagina a alguno de estos críticos haciendo el viaje de don Julio y arrinconando a El Mayo sin que les temblaran las corvas? Yo no. Porque los impugnadores del fundador de Proceso jamás han sido reporteros. Beneficiarios de sus tribunas ignoran que el oficio de indagar y luego informar no es un hallazgo fortuito, sino una necesidad vital y hasta hormonal. Por eso se azotan como víboras chirrioneras a sabiendas de que ninguno de sus trabajos dizque periodísticos alcanzará siquiera el recuerdo. Su envidia de la mala —es mentira que existe de la buena—, su estatura moral, sus rencores y su ignorancia no les dan para calibrar un esfuerzo como el de Scherer. Qué van a saber ellos del miedo, de la adrenalina, de la incertidumbre, de las presiones, de la soledad, de ser uno y su circunstancia; de sobreponerse a todo y ejercer un oficio de la mejor manera posible.
A ver: no se trata de una apología, por el contrario, el reportero asoma al alma del entrevistado y no veo en ello nada de malo; en paralelo le arranca no una sino varias notas periodísticas, “es una guerra perdida… el narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción”. “El problema del narco envuelve a millones”. “Si me atrapan o me matan, nada cambia”. “Al Presidente lo engañan sus colaboradores y le informan de avances que no se dan”. “Tengo pánico de que me encierren”. “Cargo miedo”. Todo con un estilo narrativo inconfundible, que hace de los pequeños detalles las grandes revelaciones, muy literario, muy Scherer.
Que pudo estar mejor. Tal vez. Nada es más sencillo que corregir un texto o una entrevista. Y que en cambio construir un nombre es la gran tarea de la vida. Como la que ha conseguido don Julio que hoy llega a los 84 años. Por lo que le mando un abrazo fraterno y le agradezco lo que me ha dado. Porque si el oficio de reportero no existiera, Julio Scherer lo hubiera inventado.
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