martes, 1 de septiembre de 2009
Peor imposible. Ricardo Rocha
No es, por desgracia, una paráfrasis de aquella comedia cinematográfica deliciosa. Esto es tragedia.
Y es que justo hoy, a mitad del camino del gobierno de Felipe Calderón, nuestra situación como país no podía ser más desastrosa.
Ni pa’ dónde hacerse: en lo económico somos el más deficiente; el que peor ha enfrentado la crisis; el que caerá este año a un abismo de decrecimiento de hasta dos dígitos; el de 3 millones de desempleados, entre ellos 900 mil jóvenes tentados por el narco; el de casi 7 millones de mexicanos en cartera vencida, que no pueden pagar sus deudas porque se quedaron sin trabajo o simplemente el dinero ya no les alcanza.
Lo peor es que esa gigantesca Corte de los Milagros en que se convirtió a gran parte de la población ha de soportar cada día no sólo su pobreza, sino —en la acera de enfrente— la ineficiencia y el despilfarro de los poderosos: un gobierno que en sus primeros tres años ha incrementado su deuda interna y externa en un billón 150 mil 670 millones de pesos para llegar a una deuda global que ahora asciende a más de 4 millones de millones 500 mil millones de pesos.
En paralelo crece también el número de pobres —60 millones de un total de 107—, de los que 25 millones están en lo que las mañas eufemísticas oficiales denominan pobreza extrema y que en cristiano se llama miseria.
Lo más grave es que no hay la menor señal de quienes gobiernan sobre el reconocimiento de que el modelo neoliberal está colapsado. Mientras en el mundo todos lo han asumido aquí seguimos más fondistas que el Fondo y más banquistas que el Banco. Vaya, ni siquiera podríamos decir que seguimos genuflexos frente al Consenso de Washington porque a ese altar ya le cambiaron de santito.
Ahora el gobierno de mister Obama es socio de bancos, automotrices e hipotecarias para traerlos cortitos. Y ha dicho que “no se puede sustentar el desarrollo sobre los que menos tienen”; al tiempo que impulsa revolucionarios sistemas de crédito y de salud para reactivar la economía doméstica. Aquí, en cambio, el gobierno quiere minimizar el mercado interno y sigue pensando que apoyar a los pobres es populismo, mientras que favorecer a los ricos con escandalosas devoluciones de impuestos es rescate.
En suma, un estilo cavernario que en lugar de la inteligencia aplica el garrote lo mismo para combatir al crimen organizado que para mantener una paz cada vez más precaria y a cualquier precio.
Por eso, en lo social, todos hablan cada vez con más naturalidad de un estallido. Que, por si no lo saben, podría ser de proporciones desastrosas.
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