martes, 24 de marzo de 2009

LA LISTA DE LOS PADRES DE LA PATRIA ESTABA INCOMPLETA

Tenía 32 años y era un engranaje menor en la conspiración. Pequeño comerciante de Querétaro, Epigmenio González tenía un taller en su casa de la calle de San Francisco. Junto con su hermano Emeterio fabricaba las astas para las lanzas, y ayudado por unos coheteros ya había manufacturado unos dos mil cartuchos.

Cuando la conspiración fue denunciada, su nombre fue uno de los primeros en salir a la luz y el día 15 de septiembre los alguaciles registraron su taller, donde encontraron un haz de largos palos y un hombre rellenando de pólvora unos cartuchos.

Mientras los acontecimientos de todos conocidos se sucedían, los participantes en la conspiración, detenidos, cayeron en un lamentable rosario de entregas, debilidades, vacilaciones y peticiones de perdón y clemencia. Epigmenio fue uno de los pocos que conservó la dignidad y no denunció a nadie.

Detenido en la Ciudad de México, mientras esperaba proceso, participó en la conspiración de Ferrer. Nuevamente descubierto fue condenado a cadena perpetua en el régimen de trabajos forzados, enviado al fuerte de San Diego en Acapulco, donde enfermó y quedó baldado. La humedad de los calabozos y los malos tratos hicieron que empeorara su condición. Más tarde fue deportado a Manila, donde siguió en régimen carcelario con una condena de por vida. Desde lejos, siempre desde lejos, asistió como espectador impotente a los alzamientos y los fracasos del largo rosario de combates de la guerra civil. Cuando en 1821 la defección de Iturbide y su alianza con Guerrero consumaron militarmente la independencia, Epigmenio seguía en la cárcel. Los españoles no reconocieron a la nueva república y mantuvieron en cárcel y reclusión a los presos políticos a los que no reconocían su nueva calidad de mexicanos.

No sería sino hasta 1836, cuando se firmó la pospuesta paz, que Epigmenio fue liberado. Había pasado 27 años en las prisiones imperiales. La liberación resultó tan terrible como la cárcel; sin dinero, enfermo, sin poderse pagar el viaje para retornar a México, por fin consiguió de las autoridades locales pasaje para España y allí, tras mucho peregrinar, un comerciante se compadeció de sus desventuras y le prestó los dineros.

Había pasado 28 años fuera de su país. Cuando al fin llegó a Querétaro, de sus viejas amistades, de los conspiradores originales, no quedaba nadie, ni siquiera su parentela le había sobrevivido, con la excepción de una anciana tía.

Se acercó al nuevo gobierno y le preguntaron: “¿Y usted quién es?” Y Epigmenio González contestó muy orgulloso: “Yo soy uno de los padres de la patria, el primer armero de la revolución.” Y le dijeron: “No, cómo va a ser, la lista oficial es: Hidalgo, Allende, Aldama, Morelos… Para ser padre de la patria hay que morir de manera gloriosa y estar en la lista oficial. Usted no está en la lista.”
Terminó su vida como velador de un museo, olvidado de todos, abandonado hasta de sus recuerdos.

Mientras termino de escribir esta notita pensando en Epigmenio González, me juro que he de colaborar a reparar el error, y que cada vez que repase la lista oficial: Hidalgo, Guerrero, Morelos, Mina… añadiré a Epigmenio.

Primavera pospuesta
Paco Ignacio Taibo II

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