“Los gobiernos civiles no deben tener religión, porque siendo su deber proteger la libertad que los gobernados tienen de practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna”.
Benito Juárez
Por Laura Campos Jiménez
Desafortunada, por decir lo menos, resultó la apología religiosa que el presidente Felipe Calderón pronunció el pasado 14 de enero, durante la inauguración del VI Encuentro Mundial de las Familias, en donde violentó –de manera sistemática– la Constitución Política, la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público y el carácter laico del Estado mexicano.
Durante su ingreso al citado evento, Calderón fue recibido por asistentes que corearon: “Nuestro Presidente católico…”, convicción que durante su discurso confirmó: “Sean ustedes bienvenidos –dijo– a esta tierra de María de Guadalupe y de San Juan Diego y también de los mártires de la persecución…”.
”.
Recordó que su “santo patrono” es San Felipe de Jesús y su formación y educación se forjó con maristas, con las Misioneras del Espíritu Santo, las hermanas del Verbo Encarnado y las Guadalupanas del Plancarte. Las hermanas de la Asunción, añadió, “son ahora quienes educan a mis hijos”.
Ante tales afirmaciones, en las cuales no existen dejos de ingenuidad o de ignorancia, comparto con ustedes las siguientes reflexiones.
El Méjico Cristero de Calderón
México es “tierra de los mártires de la persecución…”. Con esta frase sinarquista, Calderón dejó en claro no solo sus convicciones religiosas (las cuales trasladó a la esfera pública), sino que dejó entrever la agenda política de su gobierno en materia eclesiástica, en la cual estaría contemplada –en vísperas del Centenario de la Revolución Mexicana en 2010– una visión de la historia afín a los intereses de la jerarquía católica, en la que se incluiría la “heroicidad” y el “olor de santidad” de los citados beatos cristeros.
El discurso presidencial evidenció, de manera subrepticia, que en México sigue pendiente la absolución y reivindicación histórica tanto del movimiento cristero, como de sus líderes y de su proyecto de nación, el cual fue desvelado hace décadas por Vicente Lombardo Toledano en su libro La constitución de los cristeros.
En su panegírico discurso, el Presidente Calderón honró a personajes que en los años 20 lucharon contra el Estado laico, llamándoles “mártires…”; entre los cuales se puede documentar el caso del líder intelectual del movimiento cristero, Anacleto González Flores (1888-1927) –consagrado beato por el papa Juan Pablo II en 2005–, quien fue un enemigo declarado de Francisco I. Madero y de la Revolución Mexicana.
En efecto, el ahora beato se refería despectivamente al primero de ellos como el “enano de Parras”, mientras que a la segunda la consideraba como “…Una verdadera orgía de cafres […] La Revolución es una ebria, y su embriaguez es de barbarie, de salvajismo, de retroceso a la edad de las cavernas…”. En una de sus obras, El plebiscito de los mártires, Anacleto González escribe sobre la gran “trilogía” adversa al catolicismo: “El protestantismo, que hace esfuerzos desesperados por penetrar en todas partes, por llegar al corazón de las masas, por arrebatarnos a la juventud y por invadirlo todo, la masonería y la revolución que –según él– es una ‘aliada fiel’ de las dos”.
González Flores llamaba a la escuela laica un “extremo de ignominia, de decaimiento y de postración”, a la cual deberían oponerse los padres de familia, y hablaba de la educación oficial como de la “perversión de alma de la niñez y de la juventud”. Según el “mártir”, “...El contacto con la escuela laica, con los textos, con los alumnos, con los profesores, en fin, con la atmósfera envenenada de los establecimientos oficiales de instrucción, contrarresta todos los esfuerzos que se hacen en el templo, en el hogar y en cualquier parte para orientar a la niñez y a la juventud […] Y a pesar de esto, tranquilamente envían a sus hijos a las escuelas laicas”.
De acuerdo al historiador Moisés González Navarro, Anacleto estaba tan metido en la guerra, que se autoproclamó y fue reconocido jefe civil del movimiento cristero; “era el líder intelectual de los ‘fanáticos en armas’, redactaba proclamas y los proveía de parque, víveres y dinero, y en más de un combate se comprobó su presencia con las armas en la mano”. La filosofía de este beato, ciertamente, no era el pacifismo:
Cuando el Comité Episcopal aceptó la lucha armada, Anacleto no sería un elemento de discordia; todo lo contrario, se prestó a seguir dirigiendo la campaña, ahora en el plano bélico […] Se plegó a la orden de iniciar la defensa armada, no puso ningún pretexto para llevar adelante esta nueva etapa. Con relación al movimiento armado, era jefe.
“Los cristeros son también enormemente crueles: desorejan maestros, violan a profesoras delante de sus alumnos, vuelan trenes, fusilan civiles, torturan […] La guerra cristera es un episodio trágico y lamentable para el Estado y para la jerarquía católica, a la que los cristeros acusan de haberlos vendido”, señala Carlos Monsiváis en su más reciente libro. En este tenor, se puede tener una idea general de la mentalidad y el accionar en contra del Estado mexicano, por parte de los cristeros del siglo XX, a quienes honró con encomio el Presidente Calderón.
Sobre los episodios nada piadosos de los cristeros y los orígenes de esta revuelta de tintes religiosos, se pueden consultar las obras de escritores como Francisco Martín Moreno (México Acribillado, Alfaguara 2009) y Edgar González Ruiz (La última cruzada: de los cristeros a Fox, Grijalbo 2001; Los otros cristeros, BUAP 2004), quienes dan cuenta de la participación de la jerarquía eclesiástica durante este conflicto (1926-1929), y la barbarie y fanatismo con que se condujeron los soldados de “Cristo Rey” –quienes recibieron la bendición e impulso del papa Pío XI a través de la encíclica Iniquis Afflictisque, del 18 de noviembre de 1926 y en diversas cartas pastorales de los obispos mexicanos– en una de las etapas más aciagas de la historia de nuestro país.
“Si creen distinto, no son mexicanos”
“Bienvenidos a la tierra de María de Guadalupe…”, expresó Calderón a los asistentes al encuentro de familias. Definió, sin contrapesos, que México es “territorio guadalupano”, arropando el viejo discurso católico que pretende excluir de nacionalidad a quien no comparte esta religión y que siempre ha querido que se identifique mexicanidad con catolicismo.
Esta afirmación, de suyo, es discriminatoria y excluyente. Una de las funciones y razón de ser del Estado laico, “es la de proteger a las minorías religiosas, así como a aquellos individuos que, no siendo creyentes, desean hacer respetar su libertad de conciencia”. El acto en comento, por su propia naturaleza, es una falta de respeto del Presidente de la República a quienes no practican el catolicismo y rechazan recibir el tratamiento de ciudadanos de segunda por motivo de sus creencias. Vivimos en un país heterogéneo, democrático, laico, plural y secularizado, en donde resulta insostenible afirmar que para ser mexicano se necesita ser guadalupano.
México, en contraparte, es cada vez menos católico y así lo demuestran diversos estudios. Cada día que pasa, cientos de mexicanos abandonan el catolicismo tradicional y oficial y otros más abandonan totalmente las creencias religiosas. En el año 2000, el 88.73 % de la población dijo profesar el catolicismo, aunque cifras extraoficiales indican que cerca de 25 millones de mexicanos han dejado de serlo y han elegido otra opción religiosa o han dejado de ser creyentes. .
A nivel nacional, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) ha reconocido que tan solo 7 de los 89 millones de mexicanos que dicen ser católicos son practicantes (el 6.7% de la población), de acuerdo a un reciente estudio del Instituto Mexicano de Doctrina Social. En base a las cifras anteriores, es imposible hablar de una nación monolítica en términos religiosos y socio-culturales: El mito de un monopolio religioso en nuestro país, ha sido derruido.
El 3 de mayo de 2006, cerca de 200 albañiles recibieron por parte de Felipe Calderón – entonces candidato presidencial por el PAN– una camiseta estampada con su nombre y unas estampas de la virgen de Guadalupe, acompañadas del texto: “Mi oración por México”. Antes de retirarse del lugar, el político panista firmó y regaló imágenes religiosas como “recuerdo” de su visita. En una de esas “estampitas”, se leía: “A nombre de la morenita del Tepeyac, le dedico la presente estampita a…”.
El Doble discurso: las promesas incumplidas
El martes 21 de marzo de 2006, Felipe Calderón –siendo candidato presidencial– encabezó en Nezahualcóyotl la ceremonia del bicentenario del nacimiento de Benito Juárez, en donde hizo promesas al electorado que no habría de cumplirlas:
Traicionaría a Juárez quien pretendiera dividir la República en regiones, en creencias religiosas o en clases sociales. Falta a la memoria de Juárez quien siembra el odio de unos mexicanos hacia otros mexicanos por el simple hecho de no pensar igual que sí mismo […] El héroe oaxaqueño significa la separación de los asuntos de la Iglesia y del Estado. En pleno siglo XXI vemos que muchas naciones y muchos pueblos no alcanzan todavía esta valiosa separación y viven sumidos en odios religiosos y en violencia. Yo seré un presidente que gobierne para todos los mexicanos sin exclusiones y con absoluto respeto a los principios del Estado laico […] Gobernaré como él, respetando el Estado laico y los derechos de todos".
En esa ocasión, empeñó su palabra al advertir que “su gobierno mantendría inalterada la actual condición del Estado mexicano y que se empeñaría en impartir una educación pública laica”. Años atrás, sin embargo, en "Educación religiosa", un artículo que publicó en el diario unomasuno –justo cuando comenzó su gestión como diputado federal en la segunda parte del sexenio de Carlos Salinas–, Felipe Calderón exigía una reforma constitucional para garantizar la educación religiosa (católica) en las escuelas públicas, porque los católicos "han tenido que vivir una suerte de clandestinidad educativa, social y política". Inclusive Calderón proponía que el Estado apoyara económicamente la educación religiosa.
El 17 de noviembre de 2006, ante la CEM, Calderón (en su calidad de presidente electo) asumió el compromiso de "luchar" por que en el artículo 24 de la Constitución se cambie la frase "libertad de culto y de creencias” por “libertad religiosa". Cabe precisar que la “libertad” que exige al Gobierno Federal la jerarquía católica mexicana, incluye el acceso de ésta a los medios de comunicación, educación religiosa en escuelas públicas, asistencia religiosa en centros penitenciarios, de salud y asistenciales, subvenciones al clero, capellanías militares, entre otros.
El compromiso de Calderón, en consecuencia, no es con el Estado laico, la democracia y la pluralidad religiosa, sino con los intereses políticos de una jerarquía eclesial que, impulsada desde El Vaticano, pretende recuperar y ampliar sus antiguos privilegios, aún violando la ley, en un país laico, que vive un proceso irreversible de secularización.
Me queda claro, en conclusión, que el discurso presidencial del pasado 14 de enero, es la declaración formal de guerra en contra del Estado laico, las minorías religiosas y los derechos seculares de todas las personas. Es el pliegue de la derecha en el poder hacia la Iglesia católica institucional para gestionar e implantar la agenda política de la segunda. Ante esto, de manera resolutoria, millones de mexicanos decimos: No pasarán…
miércoles, 28 de enero de 2009
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