No cabe duda que Manlio Fabio Beltrones sabe cómo revivir las tradiciones premodernas del país que quiere controlar. Allí está el pipiltin del Senado mexicano, vestido de taparrabos tricolor, portando un penacho de plumas -verdes, blancas, rojas- sobre la cabeza y un cinturón confeccionado con la piel de guerreros políticos que ha matado para llegar a donde está hoy. Paso a paso sube la pirámide con una ofrenda en la mano. Toca la trompeta de concha para anunciar aquello que entrega a los dioses para apaciguar su ira y asegurar su aprobación. Desempolva viejos rituales para que las deidades lo miren con beneplácito cuando comience la próxima batalla electoral. Carga un regalo para los concesionarios con la esperanza de que premien al PRI por regresarles el poder que habían perdido. Con tal de aplacar al Chac de la radio y al Tláloc de la televisión, Beltrones impulsa un regreso a la barbarie.
Así como los aztecas ofrecían guerreros capturados a Huitzilopochtli, el senador priista ofrece una iniciativa legislativa a los concesionarios para modificar el artículo 16 de la Ley de Radio y Televisión. Así como las tribus precolombinas temían el poder sobrenatural del más allá, los priistas en campaña temen el poder destructor de la pantalla. Beltrones sabe que después de la aprobación de la reforma electoral que canceló negocios multimillonarios de propaganda a través de los partidos, los dioses del espectro radioeléctrico quedaron furiosos. Quedaron molestos. Quedaron resentidos. Tenían sed de venganza y desataron su ira contra Santiago Creel, uno de los principales artífices de la reforma. Al borrarlo sin que recibiera una sanción mayor por ello, demostraron que no habían perdido la capacidad para mutilar a cualquier mortal. La eliminación mediática entraña la muerte política.
Y aunque Beltrones en algún momento apoyó aquella reforma cuyo objetivo era distanciarse de los dioses, ahora busca acercarse a ellos. Ahora intenta llegar a acuerdos particulares, a negociaciones tribales, a una situación donde las deidades lo ayuden a conquistar ciudades enemigas y a establecer la hegemonía del PRI allí. Como guerrero profesional que es, Beltrones sabe que en la temporada electoral que se avecina llegó la hora de hacer sacrificios, aunque entierren el pacto establecido -a través de la reforma electoral- entre las fuerzas políticas del país. Llegó el momento de hacer las paces con los más fuertes, para que ayuden a los candidatos del PRI a posicionarse mediante las pantallas y, de ese modo, ganar curules y gubernaturas. Así como Agamenón pensó en sacrificar a su hija Ifigenia para ganar la guerra de Troya, Beltrones piensa en sacrificar los avances que -en el tema de los medios- la Suprema Corte logró al tumbar la "Ley Televisa". Por ello propone una iniciativa de ley para ofrecer una "prórroga" de las concesiones existentes por 20 años. Propone eliminar el prerrequisito de la licitación y suplantarlo con una supuesta "contraprestación". Propone revivir pedazos de una ley fallida que el tribunal supremo declaró inconstitucional.
Ya lo hace porque puede. Lo hace porque Felipe Calderón no fue capaz de aprovechar la extraordinaria oportunidad que el veredicto de la Corte -a favor de la competencia y en contra de los monopolios- le proveyó hace más de un año. Ese era el momento para elaborar una nueva ley de medios y forjar el consenso para su aprobación. Esa era la coyuntura para establecer los lineamientos de una legislación que limitara el poder de dioses sanguinarios. Pero al presidente le faltó audacia y le sobró cautela. Pensó que era más importante promover una reforma energética que una reforma mediática, y por ello prefirió someterse otra vez a los designios de los dioses, en lugar de contener su poder. Y con ello contribuyó a crear un vacío que ahora Beltrones -y lo peor del PRI que resucita con él- logra llenar. Debido a la falta de visión de Felipe Calderón, sus enemigos son actualmente capaces de recrear las condiciones que él mismo padeció como candidato presidencial. Los dioses exigen sangre, y todos los que quieren ganar su elección están dispuestos a verterla. Con leyes a modo, con sacrificios humanos, con posturas que ofrecen "certidumbre jurídica" a los concesionarios pero ponen en peligro el interés público que la Corte intentó defender y que ahora Beltrones ignora.
El vacío y la indefinición que el Poder Ejecutivo generó promueven la postración de la clase política entera. Como la reforma electoral no fue acompañada por una reforma mediática indispensable, el contexto se ha vuelto regresivo. Los dioses sobrevivieron al golpe, acallaron la insubordinación, sofocaron la rebelión partidista en su contra y se erigen con más poder que nunca. Desde la pantalla o desde la estación de radio lanzan mensajes fulminantes a cualquiera que ose cuestionarlos. Y en plena lucha electoral nadie quiere hacerlo. Al contrario: todos pelean para aparecer, para ser entrevistados, para ser promovidos. Felipe Calderón convocando a la búsqueda del tesoro perdido y a la batalla contra el crimen organizado. Marcelo Ebrard horneando galletas e inaugurando pistas de hielo con las cámaras y los micrófonos detrás. Enrique Peña Nieto paseando con "La Gaviota" y usando a la televisión para darle alas a su ambición presidencial. Todos ellos violando la letra y el espíritu de una reforma electoral que buscaba emancipar a los políticos pero que se quedó trunca y que por ello no lo logra.
Como Manlio Fabio Beltrones comenzó con la política de ofrendas, otros políticos no han tenido más remedio que seguir su ejemplo. Todos saben que, desde la era precolombina, los sacrificios humanos tenían la intención de ganar el favor de los dioses en el campo de batalla. Todos piensan que si se arrodillan a tiempo podrán -mediante la asistencia mediática- convertirse en guerreros nobles del Calmécac, con la capacidad de subyugar a sus adversarios y esclavizarlos. Todos suponen que al ofrecer iniciativas a la medida de los intereses divinos, las deidades intervendrán de su lado en la elección intermedia del 2009. Pero olvidan que durante los momentos más álgidos de las masacres en Tenochtitlán en 1487, la sociedad azteca descendió al fondo de sí misma. Según el autor del libro Aztec Warfare, entre 20 mil y 40 mil personas murieron durante las ceremonias encaminadas a pacificar a los dioses. Las ofrendas rituales desataron un frenesí de sangre que hirió profundamente a la sociedad. Por eso hoy, cuando Manlio Fabio Beltrones insiste en comportarse como Caballero Águila, sus compañeros de tribu deberían abocarse a desplumarlo. l
domingo, 28 de diciembre de 2008
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