Ricardo Rocha
Lo que el 2008 nos dejó
No fue un buen año
Mientras el mundo cambia, aquí seguimos aferrados a un esquema que en 26 años nos ha dado un raquítico crecimiento
No fue un buen año. Algunos dirían que para el olvido. Pero eso no será posible. Habrá mucho que recordar aunque sea ingrato. Esta semana intentaré un ejercicio de reflexión crítica sobre lo mucho de amargo y lo poco de dulce que nos dejó el 2008 que termina. No pretende ser un recuento exhaustivo. Acaso un rescate del olvido de algunos de los acontecimientos que nos marcaron.
Para empezar, el catarrito del doctor Carstens. Que ejemplifica toda la displicencia insensible con que el gobierno calderonista fue sorprendido por una crisis económica largamente anunciada y apresuradamente minimizada. Y es que, aun en el entendido de que era inevitable, está claro que sus efectos pudieron ser atenuados y que podríamos haber paliado algunos daños mayores. Si se hubiera actuado a tiempo. Pero no fue así. El país ha estado en vilo y el gobierno demasiado ocupado con su guerra al narco como para advertir una crisis que crecía incesantemente en el horizonte. Sin atender a los signos, más que evidentes, nos dejamos atrapar en una tormenta perfecta. La mejor muestra de insensatez es que todavía hoy, a estas alturas, el gobierno ha sido incapaz de presentar un plan de choque, una estrategia y mucho menos una gran convocatoria económica y política para hacer frente a los tiempos más aciagos de las décadas recientes. Por eso nos embarga una sensación de pérdida en el año que se va y una desgracia anticipada en el umbral del que viene.
Tal vez por esas zonas de oscuridades refulge todavía más un acontecimiento impensable hasta hace poco: el todavía más poderoso país de la tierra elige a un presidente negro. Y lo hace no a pesar de haber generado la crisis, sino porque allí se engendró la crisis. De tal manera que asistimos no sólo a una quiebra de hipotecarias, bancos y gigantes empresariales sino a un quiebre del modelo económico y a un cambio brutal de paradigmas. Así, la elección de Obama significa también el hartazgo ante un modelo de neoliberalismo a ultranza, de capitalismo salvaje y de dictadura del mercado. Un modelo que —dicho incluso por los mandamases del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional— ya no se sostiene. Que rompió sus propios límites. Y que explotó con sus mismas y gigantescas burbujas de especulación. Por eso, al votar por Obama en Estados Unidos —y virtualmente en buena parte del mundo— se optó no sólo por un candidato carismático sino por la posibilidad de la diferencia. Y ciertamente el mundo occidental está ya revisando ese modelo caduco y el propio Obama conforma un gobierno innovador donde seguramente habrá más Estado y menos mercado.
Pero, mientras el mundo cambia afuera, aquí adentro seguimos aferrados a un viejo esquema neoliberal que en 26 años nos ha dado un raquítico crecimiento promedio de apenas 2.5% y que en lo único que ha sido eficiente es en la producción de cada vez más pobres. No se ve por ahora ni el menor intento por revisar a fondo nuestro modelo económico para atrevernos a buscar una alternativa mexicana propia.
Por desgracia, quienes debieran empujar estos cambios se encuentran demasiado ocupados en sus batallas internas. Este año que termina la izquierda mexicana vivió una de sus etapas más autodestructivas. El partido que supuestamente la representaba se desgarró en unas elecciones marcadas por las trampas y las sospechas. Así que ahora los convocantes de multitudes andan sin membrete, mientras los solitarios ocupan el edificio, disponen de los dineros y gastan en anuncios donde aparecen muy modositos.
Ni ellos ni ningún otro partido tiene prisa por el país. Lo único que les preocupa es el reparto de cuotas para la rebatinga que viene. Pero de algo más de lo que nos dejó el 2008 y lo que nos depara el 2009 me ocuparé en próximas entregas. Por lo pronto, reciban por favor mis más sinceros votos por una Navidad muy feliz.
jueves, 18 de diciembre de 2008
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