jueves, 20 de noviembre de 2008

Triste e incierto espectáculo. Por Octavio Rodríguez Araujo

Si yo pongo en duda la imparcialidad de un tribunal y luego me acojo a él para que resuelva un asunto que puede beneficiarme, ¿estaré siendo congruente? Pienso que no. El triunfo obtenido por Jesús Ortega por resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) para ocupar la dirección del Partido de la Revolución Democrática es, digamos, legal, pero nada congruente para aquellos que en 2006 cuestionaron al órgano judicial por su dictamen sobre la elección presidencial.

Ortega dijo en entrevista televisiva que la resolución del TEPJF no era injerencia del Estado en la vida interna del partido, dado que los partidos son instituciones públicas reguladas también por otro órgano estatal, el Instituto Federal Electoral. Éste no es el punto. La cuestión ha sido que una de las partes contendientes por la dirección de un partido de oposición y que fue víctima de una aberración tanto jurídica como judicial en 2006 haya recurrido al “juicio” del mismo tribunal para resolver una elección interna plagada de trampas y suciedades que, estrictamente hablando, nunca debieron ocurrir (como tampoco en marzo de 1999).

Los chuchos, como se les llama a los seguidores de Jesús Ortega, han demostrado (con excepciones, pues no generalizo) que no ganarían un concurso de limpieza ni de honestidad política. Quizá nadie, pero en el relativismo en que nos movemos ellos ocuparían uno de los últimos lugares en la escala de la poca ética política que existe en el país. Que quede claro que no metería las manos al fuego por ninguna de las corrientes internas del PRD ni por otra cualquiera de los partidos políticos registrados, pero hay grados y escalas que son los que nos llevan, por ejemplo, a votar por unos y no por otros, pues la abstención no me provoca simpatías.

Como quiera que sea, es una lástima lo que le está pasando al PRD. Todos los países necesitan un partido de izquierda, un referente de oposición a las necias e interesadas políticas neoliberales que, en general, nos dominan. Y en lugar de fortalecerse a partir del renacimiento que tuvo con la candidatura de López Obrador, este partido sigue cuesta abajo. Falta de visión, para decirlo suavemente.

El Frente Amplio Progresista (FAP), de otra parte, tiene en su interior corrientes que podrían deslindarse del PRD para mantenerse en alianza con Convergencia y con el Partido del Trabajo. Se entiende que los lopezobradoristas serían los que habrían de establecer dicha alianza. Tampoco parece una buena idea, salvo para los dos partidos pequeños que, obviamente, saldrían beneficiados.

En el momento de escribir estas líneas Alejandro Encinas todavía no dice si aceptará o no la secretaría general del PRD con Ortega en la presidencia del mismo. Si la acepta, validará la decisión del TEPJF; si no la acepta podrá pensarse en la posibilidad de un rompimiento. Si éste se da el gobierno defequense de Ebrard tendrá problemas de definición ante las fuerzas vivas y actuantes de su partido en el Distrito Federal, ya que no son homogéneas. El Partido Socialdemócrata (PSD), dirigido por Díaz Cuervo, tiene un solo mérito: haber encabezado la lucha en contra de la intolerante y reaccionaria ley antitabaco de la ciudad de las prohibiciones, pero políticamente no podría ser considerado de izquierda, como tal vez tampoco Convergencia. Sin embargo, el PSD está invitando a Encinas a hacer causa común en el Frente por la Unidad de las Izquierdas (¿al margen del FAP o en sustitución de éste?).

Por otro lado, en un doble discurso, uno escrito y otro improvisado, la presidenta del Revolucionario Institucional (PRI), Beatriz Paredes, ha sugerido hacer alianza con el PRD para disminuir al Partido Acción Nacional (PAN) en la Cámara de Diputados y, de consolidarse tal alianza, sacarlo del gobierno de la República. No suena mal en términos pragmáticos, pues casi cualquier cosa es mejor que el PAN en los gobiernos del país y de varios estados de la república. Pero faltan definiciones políticas e ideológicas, pues el PRI no ha demostrado ser anti-neoliberal desde que Salinas lo marcó durante su gobierno y mientras Beltrones y Gamboa dominen una de las partes más activas de ese partido (la pertenencia del PRI y del PRD a la Internacional Socialista, dicho sea de paso, no explica nada concreto sobre las afinidades y diferencias de estos partidos).

En resumen, hay muchas cosas que están por definirse en el ámbito de los partidos, y particularmente entre los que se dicen de izquierda. Como se ve, la perspectiva es poco halagüeña y en muy pocos sentidos –si alguno– satisfactoria para quienes quisiéramos un partido o un frente de izquierda o por lo menos de centro-izquierda sólido y con planteamientos y actuaciones consecuentes. Por ahora todo es rebatiña y “negociaciones” por arriba y de espaldas a las bases de los partidos involucrados. Triste espectáculo.

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