Ayer, en el marco de la firma de un convenio entre el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y Procuración de Justicia del Distrito Federal y la Confederación Patronal de la República Mexicana, el titular de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, Manuel Mondragón y Kalb, dijo, en relación con los integrantes del Movimiento de los 400 Pueblos que mantienen un plantón en el Monumento a la Madre desde mayo pasado, que si de él dependiera “los sacaba a patadas a hombres y mujeres”, e incluso añadió en tono irónico: “por cierto, muy bonita la visión (…) ellas están muy guapas, ellos están muy atractivos”.
Tales declaraciones serían inadmisibles en boca de cualquier ciudadano, y lo son, con mayor motivo, si el que las expresa es un jefe policial de un gobierno surgido de la izquierda, que se dice comprometido con las libertades ciudadanas y sensible a las necesidades sociales más acuciantes.
Lo dicho por el funcionario expresa, además, un nivel de intolerancia y de disposición represiva incompatible con la responsabilidad de dirigir corporaciones policiales armadas. Semejante exposición de intenciones denota un desprecio a los derechos de la libre manifestación y a la libertad de expresión. Adicionalmente, la deplorable ironía de Mondragón y Kalb sobre el físico de los manifestantes deja ver fobias impresentables, entre las que destaca una de corte racista. Los asertos referidos dan cuenta de la influencia, extendida en todas las corporaciones policiacas del país, de un autoritarismo irracional que tiende a solucionar los conflictos mediante el empleo de la “mano dura” y que, a fuerza de relacionar injustificadamente las infracciones a la legalidad con las expresiones legítimas de inconformidad política y social, tiende a criminalizar a la población en su conjunto.
Por añadidura, las aseveraciones del jefe de la policía capitalina resultan demagógicas, si se considera que fueron vertidas para complacer las actitudes excluyentes y clasistas que caracterizan a los sectores más atrasados y retardatarios del empresariado nacional y para reforzar la tendencia a convertir el país en una mera tarjeta postal en la que no tengan cabida los indígenas, los pobres, los que protestan, los de a pie. Algunos capitanes de empresa han obtenido beneficios incalculables con el modelo económico impuesto en el país desde hace dos décadas, aún vigente, el cual tiene como propósito, precisamente, concentrar la riqueza nacional en unas cuantas manos. Pero cuando llega el momento de contemplar los devastadores resultados sociales causados por la política económica, los estamentos oligárquicos preferirían retocar el panorama y quedarse con el “México bonito”. Es justamente a ese reflejo de su auditorio empresarial al que apeló Mondragón cuando habló de limpiar “a patadas” los entornos urbanos ocupados por una protesta social que, independientemente de la justeza de su causa, forma parte de los saldos de desastre del quehacer gubernamental de las últimas décadas.
En suma, lo expresado ayer por el secretario capitalino de Seguridad Pública es, por donde se le vea, un despropósito y un agravio, no sólo al Movimiento de los 400 Pueblos sino al conjunto de la ciudadanía y a los valores de democracia, tolerancia, inclusión y humanismo. Lo menos que se le puede pedir es una rectificación pública e inequívoca.
jueves, 30 de octubre de 2008
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