La mano visible
Un antiguo amigo colocó en mis manos The New York Times y espetó: nunca creí vivir para verlo. Las ocho columnas: “El gobierno americano toma propiedad sobre la banca”. Vuelta espectacular de campana que nos remitió al génesis del periodo neoliberal al despuntar de los 80. Sentenciamos: “Un fantasma recorre Washington: el de José López Portillo”.
El colapso ha parido un nuevo estatismo en la conducción de la economía y enterrado los dogmas con que fuimos descalificados. En retrospectiva, resulta grotesco aquel afán de masacrar los valores públicos y combatir a quienes denunciamos las aberraciones de un sistema desregulador, ventajista e ineficiente. Afirma por ello Joseph Stiglitz: “La crisis de Wall Street es para el mercado lo que fue la caída del muro de Berlín para el comunismo”.
La operación obedece al resarcimiento de los recursos fiscales respecto de los apoyos otorgados, como lo propusimos en el caso de Fobaproa. La razón esgrimida es “la ausencia absoluta de confianza de los acreedores en la banca privada y de las instituciones financieras entre sí”. La reinstalación del poder público en el sitial de garante del interés general.
La concreción de nuestra arenga en los tiempos del oscurantismo neoliberal: “La mano invisible del mercado debe ser guiada por la mano visible del Estado”. El derrumbe de los privilegios concedidos a la economía financiera sobre la economía real y la necesaria conversión de la banca en un servicio público, como los correos o el telégrafo, que a cambio podrían privatizarse.
Analistas estadounidenses afirman: “Todavía no sabemos cómo vamos a salir de la crisis, pero sí sabemos cómo caímos en ella”. Ojalá nuestros tecnócratas de lento aprendizaje también lo entendieran. “La cuestión es si la nación va a aprender de sus errores”. Advierten el peligro de que, “una vez la economía recuperada, el ethos desregulatorio de las últimas décadas se reinstale en el gobierno”.
El riesgo es que se agudice “la escasa competitividad y la alta concentración del sector financiero” y que el rescate no evite “la pérdida de casas, el agravamiento del desempleo y el recorte de los programas sociales”. Prevén que Obama, además de cerrar la economía y reducir las importaciones petroleras, habrá de elevar los ingresos de las clases medias y trabajadoras, desafiando la inflación. El retorno al odiado “populismo”.
Paul Krugman pondera la audacia británica y subraya que la globalización es ante todo financiera: “Una burbuja en los condominios de Florida provocó una catástrofe monetaria en Islandia”. Así lo estima la Unión Europea, que inyectará a los bancos un billón de euros en garantías. El presiente del Consejo, Nicolas Sarkozy, en competencia con su compatriota socialista Strauss-Kahn —director del FMI—, propone una solución mundial mediante la convocatoria a una segunda edición de Bretton Woods.
Clama por el fin de la impunidad económica: “Hay culpables que deberían asumir su responsabilidad. Los que pusieron al mundo en esta situación debieran rendir cuentas”. Entre nosotros la inconsciencia ahoga todo arrepentimiento: el vernáculo Carstens sostiene que el nuestro era un problema “muy bien detectado, que no refleja debilidad macro, sino estrictamente especulativo”. Traducción del viejo apotegma: “Si el que manda se equivoca vuelve a mandar”.
Seguramente aconsejó a su jefe decir que “en México nadie tendrá que apretarse el cinturón”, supuesto que él está imposibilitado para hacerlo. O aquello de que “lo que en Estados Unidos es pulmonía, aquí sólo será catarro”, tal vez porque se considera inmune a padecimientos mayores. Más que insólita es la ceguera ante la corrupción y la cauda interminable de desaciertos que hacen peligrar hoy la integridad del país.
La reacción de la clase política mexicana fue “la mentira insostenible, la decisión inconsulta y el enanismo político”. A contrapelo de la historia, cuando el estatismo retorna por doquier, insiste en privatizar la energía, aun a costa de la protesta social. Qué duda cabe: es menester cambiar de tripulación antes que el barco naufrague.
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