martes, 1 de febrero de 2011

Los guerrerenses Miguel Angel Granados Chapa Periodista

Distrito Federal– Exaltados por el triunfo o irritados por la derrota no admitida pero hiriente, los primos candidatos a la gubernatura de Guerrero padecieron una amnesia moral inaceptable. No tuvieron una palabra para el perredista Guillermo Sánchez Nava quien todavía en estado crítico sufre las consecuencias de una agresión feroz que casi lo mata; ni para Régulo Cabrera Andrés, líder priísta en El Paraíso, municipio de Atoyac de Álvarez, asesinado presumiblemente en el marco de la contienda electoral. Cada uno por su parte, con la gravedad propia de cada caso, protagonizó la fase cruenta de una campaña de sangre y lodo que, para fortuna de todos, no desembocó en una jornada electoral que se temía muy violenta y lo fue en grado mucho menor de lo esperado.

Tampoco hicieron una mención a por lo menos tres activistas de las coaliciones que lo postuló: el añorvista Arturo Contreras y los agurristas Pedro Salgado Leyva y Luís Carlos García, que permanecen privados de la libertad, el primero desde noviembre, para evitar el cumplimiento de su cometido y de cuya desaparición ninguna autoridad se ha hecho responsable.

El activismo produjo resultados magníficos, en primer lugar para el ex gobernador y ex priísta que mediante esta elección podrá gobernar un sexenio completo y no la mitad como hizo en los noventa. Su victoria fue posible por varios factores que conciernen a una conducta política y electoral de los guerrerenses digna de nota.

En primer lugar, los ciudadanos salieron a votar. No son asiduos a las urnas y su abstención es proverbial. Pero los que esta vez llegaron a las urnas superaron no pocos obstáculos para cumplir su papel ciudadano. No será acaso la elección más concurrida, pero sin duda no es la más desdeñada. Había pocas razones para sufragar y muchas para no hacerlo. Los partidos escogieron a sus candidatos conforme a sus intereses y los de sus dirigentes y no respecto de la gente. Por eso resultaron indiferenciables. Daba lo mismo escoger uno u otro. Si los guerrerenses fueron destinatarios de programas donde se establecieran compromisos de actuación tras la victoria buscada, no habrá sido ese sin duda un factor que los llevó a la mesa electoral, dada la semejanza de unos y otros planteamientos, y dada la desconfianza general hacia los ofrecimientos políticos, emitidos con la misma facilidad con que se incumplen.

Objetivamente, los guerrerenses tuvieron que pensarlo bien antes de emprender el viaje hacia el punto de votación, en las comarcas rurales, o antes de hacer fila para emitir el sufragio en las ciudades. No era infundado el temor de que en los caminos y calles se generaran ataques o enfrentamientos, como los que con exagerada frecuencia lastiman a Acapulco, sobre todo pero no sólo, en la ya larga hegemonía del crimen organizado. Con ese antecedente fue meritorio que no atendieran los perversos llamados telefónicos que pretendieron disuadir a los ciudadanos de votar. Se les advertía en telefonemas realizados con profesionalismo contra el riesgo de quedar muertos o heridos en la aventura cívica. No sabemos el grado en que esos llamados fueron atendidos.

Los militantes y simpatizantes de los partidos dieron muestra de una disciplina no merecida por los líderes. Aunque es probable que una porción de priístas, a la hora de votar, haya migrado a la coalición “Guerrero nos une”, en general el PRI no sufrió escisiones, ni éxodos notorios. Vamos, ni siquiera el hijo de Aguirre Rivero, Ángel Aguirre Herrera, diputado federal priísta, sintió la necesidad de renunciar a su filiación ni a su pertenencia a la banca tricolor en San Lázaro. Quizá cambie su situación después de la jornada electoral, pero por lo pronto no formó parte de un egreso masivo.

Una conducta semejante puede suponerse en los perredistas. Fue claro que a muchos de ellos no sólo no les satisfizo y al contrario los agravió la postulación de un ex gobernador que resultaba por ello muy objetable. A juzgar por los números (Aguirre recibió más votos que los depositados a favor de Zeferino Torreblanca hace seis años) no hubo defecciones en número perceptible, y ni siquiera ausencia en las urnas. Las bases perredistas no practicaron tampoco el cálculo en que son expertos sus líderes: no dejaron de sufragar por Aguirre aunque eso implicara un triunfo de Marcelo Ebrard y una derrota de la posición de López Obrador contraria a las alianzas, cuya versión local se configuró a última hora con la renuncia del candidato panista.

Los seguidores de este último, Marcos Efrén Parra, dieron al parecer un ejemplo de abnegación. Durante el debate librado por los tres aspirantes, el mejor situado fue el panista, que empleó buena parte de su intervención en denostar con base a sus antagonistas. Escuchar ese juicio contra Aguirre y días más tarde, salida de la misma boca, la petición de votar por Aguirre, supone una actitud de buena fe que quizá fue practicada por un tres o cuatro por ciento del electorado que acudió a votar.

Como parte del paisaje en que para ser captados por las cámaras se exhibieron los dirigentes y los candidatos, la gente en Guerrero merece la retribución de un buen gobierno. Es ingenuo suponer que quienes persiguen el poder por el poder mismo (y los cuantiosos gajes anexos) son capaces de mirar a su alrededor y tener en cuenta a los pobladores. Aguirre está, sin embargo, obligado a hacerlo. Tiene la excepcional oportunidad de ser diferente de sí mismo. Que la aproveche.

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