domingo, 9 de noviembre de 2008

La muerte de Juan Camilo Mouriño. Álvaro Cueva

Voy a escribir algo espantoso: la muerte le sienta bien a Juan Camilo Mouriño.

¿Por qué le digo que escribir esto es espantoso? Porque se puede interpretar como una falta de respeto, pero mi comentario no va por ahí.

Digo que la muerte le sienta bien al señor Mouriño porque este secretario tuvo que morir para recibir el respeto de la clase política mexicana y de muchos sectores de la opinión pública nacional.

Acuérdese, antes de su fallecimiento, Juan Camilo era un personaje al que se le acusaba de tráfico de influencias, al que se le calificaba de incompetente y al que se le pedía su renuncia con singular alegría.

Pegarle a Mouriño era poco menos que un deporte para sus adversarios políticos y para algunos periodistas. Se veía bien, era hasta divertido.

Ahora que Mouriño murió, hasta sus peores enemigos se expresan de él como si hubiera sido un santo, y no lo piensan dos veces antes de hablar con prudencia en los medios de comunicación.

Lo que antes era una maldición, como la posibilidad de que Juan Camilo fuera el sucesor de Calderón, en este momento es como la solución que no llegó, una desgracia.

Acusar de hipócritas a nuestros políticos y a muchos de nuestros líderes de opinión sería la cosa más sencilla del mundo, pero yo creo que aquí hay algo más importante que la lectura moral: la lectura vital.

México entero estaba tan enardecido en lo político y en lo social que lo único que nos podía calmar era la muerte.

No sé usted, pero yo siempre pensé que la única solución para la polarización en la que vivíamos tenía que ser una catástrofe que involucrara el factor tragedia.

¿Por qué? Porque, aunque duela, históricamente siempre ha sido así.

Pensé en otro terremoto que le volviera a remover las entrañas a la Ciudad de México, en otra matanza como la del 68 o en otro magnicidio como el de Colosio.

Como que lo que la gente quería era sangre, mano dura. ¿O qué, no era eso lo que se le pedía al gobierno?

¿Y qué fue lo que sucedió? La combinación perfecta de dolor político y dolor social.

Dolor político porque murió Juan Camilo Mouriño y eso tuvo, necesariamente, que sensibilizar a nuestros gobernantes.

Dolor social porque aquello fue un avionazo que mató a un montón de personas inocentes en uno de los puntos más emblemáticos de nuestra capital.

¿Ya se puso usted a pensar en lo que pasó por la mente de todos esos políticos cuyo único negocio es defender sus intereses?

¿Qué hubiera pasado si el muerto hubiera sido Felipe Calderón o Andrés Manuel López Obrador?

Esa sensación no pudo haber estado ajena en los corazones de nuestros políticos la noche del 4 de noviembre, especialmente por nuestra obsesión por pensar que todo lo malo que nos pasa es por un complot.

¿Ya se puso usted a pensar en lo que pasó por la mente de todos los hombres y las mujeres que viven cerca del lugar donde cayó ese avión, en los que trabajan por ahí, en los que circulan por ahí?

¿Qué hubiera pasado si a la hora del avionazo hubieran estado comprando chicles en esa esquina, saliendo de trabajar o si hubieran andado por ahí camino a su casa, a ver a la novia o a cenar con sus hijos?

Tan sencillo como esto: ¿Qué hubiera pasado si ese avión le hubiera caído encima a una manifestación de maestros, a los competidores de una carrera o a los espectadores de un desfile?

No hay manera de no pensar en eso y de no impresionarse, de no reflexionar, de no cambiar.

La muerte lo cambia todo, todo, y si no me cree, nomás acuérdese de ese gran Marcelo Ebrard que apareció entre los escombros del avión de Mouriño para tomar las riendas de la emergencia y atender a la prensa.

Considere, por favor, el espléndido e insólito acceso a la información que la gente de Comunicaciones y Transportes ha ofrecido alrededor de este incidente.

Y, lo más fuerte, reflexione sobre la transformación que se está dando alrededor de la imagen de Felipe Calderón.

Don Felipe ya no es tan espurio, ahora es más víctima, una víctima más en un país de víctimas y eso le abre un abanico de posibilidades que antes no tenía.

Los enemigos de Calderón van a tener que ser muy astutos a partir de hoy, porque en nuestra cultura quien habla mal de los muertos y de sus víctimas se condena.

La muerte le sienta bien a Mouriño, y el luto a Calderón. ¿A poco no? pm

¡Atrévase a opinar!

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