domingo, 13 de diciembre de 2020

LAS BATALLAS POR LOS LIBROS DE TEXTO





Bertha Hernández. Relatos e Historias de México

 Cuando se anunció el inicio de la producción de los libros de texto gratuitos, Torres Bodet era consciente de que habría críticas, tal y como había estado ocurriendo en sexenios anteriores con respecto de los textos que aprobaban las autoridades. Se quedó corto. Después habría de reconocer que la SEP y la Conaliteg sufrieron “fuego graneado” en aquellos primeros años.

 

Todo es motivo de ataque, empezando por el nombramiento de Guzmán, que, a sus 71 años, se ve tachado de “rojo” y de “comunista”. Un columnista del periódico Excélsior, Pedro Vázquez Cisneros, se tira a fondo: “lo que temen conmigo incontables mexicanos […] es que se pongan en uso libros de contenido antirreligioso, particularmente anticristiano”. El debate se libra, en abundantes escaramuzas, en la prensa de aquellos días. Se critican hasta las portadas de los libros que, acusa Vázquez, “son ilustrados por los más notorios comunistas”, refiriéndose a Siqueiros. Muchos defienden los libros, pero en los años de la Guerra Fría, la acusación de comunismo es delicada e inquietante.

 

Concepción Aragón, una mujer de 85 años, le escribe a Guzmán: le ruega que los nuevos libros no sean ni anticatólicos ni antirreligiosos. Una de las grandes críticas contra los libros es su carácter de únicos y de obligatorios. En aquellos meses de trabajo, ni la Conaliteg ni la SEP responden directamente a esa acusación. La Unión Nacional de Padres de Familia, conocida por su conservadurismo, exige que los padres de familia participen en la hechura de los libros; que haya diversas versiones para que cada familia escoja los que mejor le acomoden. Por lo inoperante de las ocurrencias, las quejas se quedan en el papel. La SEP emite comunicados donde señala, como el origen de la campaña, a “comerciantes” –refiriéndose a los editores– que desean lucrar con la necesidad de los padres de familia.

 

Se dice de todo de los libros de texto. Se afirma que ¡están mal escritos! Para los dos principales artífices del proyecto, Torres Bodet y Guzmán, ambos escritores y miembros de la Academia Mexicana de la Lengua, eso sí les suena a insulto, máxime que ambos se han encargado de la revisión final de los originales.

 

Con todo, los libros se produjeron y distribuyeron. La siguiente gran polémica tuvo lugar en Monterrey, en febrero de 1962. Unas 150 mil personas protestan con pancartas: “México sí, comunismo no”, “No al libro de texto obligatorio”.

 

Si en 1960 las autoridades habían preferido eludir la confrontación directa, dos años más tarde responden fuerte: el secretario defiende los libros. Contienen, afirma, “una educación cívica práctica y funcional en la que se toman en cuenta los intereses y los valores auténticos de México”. El presidente López Mateos, en su informe de ese año, critica a los que “han tratado de desorientar a los mexicanos”.

 

Pero la batalla frontal la da Guzmán en Tiempo: publica en portada los retratos de los grandes empresarios regiomontanos y líderes católicos locales, a quienes culpa, en una larga crónica, de lo que llama “ofensiva reaccionaria y clerical”; asegura que la manifestación de febrero ha sido pagada por ellos, quienes también han financiado abundantes desplegados contra los libros.

 

Como remate, les asesta un aguijonazo con la publicación de un llamativo recuadro:

 

8º. NO MENTIR

Quien diga que TIEMPO es un periódico comunista, miente SI el clero católico de México o algunos de sus ministros dicen que Tiempo es un periódico comunista, mienten. Además, faltan así al 8º. mandamiento de su propia ley.

 

De Monterrey llega la respuesta: Tiempo sufre un notorio boicot publicitario. El gobierno interviene pagando inserciones en la revista. El gesto le da aire a Guzmán para seguir la pelea: ofrece quinientas suscripciones gratuitas, exclusivamente para maestros de escuela y para que estén enterados de la defensa del libro de texto. Al mismo tiempo, envía a sus asesores pedagógicos a discutir con los inconformes de Monterrey. El debate no se concreta porque muchos confiesan que no han leído los libros y otros alegan que son “libros comunistas” porque no tienen en sus páginas la palabra propiedad.

 

La discusión de qué han de aprender los escolares mexicanos acompaña desde siempre al libro de texto gratuito. Las polémicas posteriores se centraron en los contenidos para dos asignaturas; Ciencias Naturales, que aborda elementos de educación sexual, e Historia, tanto por lo que incluye como por lo que se deja de incluir.

 

Dos discusiones importantes respecto a ciencias naturales se dieron en 1973, cuando aparecieron los libros para sexto año de la reforma educativa echeverrista y los sectores conservadores criticaron las páginas dedicadas a la educación sexual. En 2003, por ejemplo, durante el gobierno de Vicente Fox, fue una ilustración que mostraba a un par de niños en una regadera la que provocó la indignación de la Unión Nacional de Padres de Familia.

 

Los debates por la historia han sido igual de intensos. Al sustituir los libros de Historia y Civismo por los de Ciencias Sociales, a partir de 1970, las discusiones se centraron en la ausencia de la narrativa histórica encaminada a fomentar el culto a los héroes. En esos años, el planteamiento de que Darwin, Freud y Marx habían contribuido a la construcción de las ideas transformadoras del siglo XX, escandalizó más que la ausencia del Pípila.

 

Esa batalla se libraría en 1992, cuando se volvió a hacer un libro de Historia donde por primera vez se habló del Movimiento estudiantil de 1968; y no, tampoco estaba el Pípila y los Niños Héroes eran apenas materia de un par de renglones.

 

Aquellos libros, hechos por historiadores profesionales, también fueron muy atacados. Se les reclamaba la “ausencia de los héroes” de la patria; se les calificó de “adecuados” al gobierno y proyecto salinistas, y las fuerzas armadas se quejaron por ser mencionados como represores en 1968 y ver minimizados a los Niños Héroes. Los libros no cumplieron un año en las aulas.

 

Las discusiones y reclamos más recientes no se han referido tanto a sus contenidos como a su hechura. En julio de 2013 se denunció la existencia de 117 faltas de ortografía en diversos libros, lo que se procuró subsanar con una fe de erratas; aunado a que, cada tanto, son perceptibles en la prensa campañas soterradas para que el libro de texto de primaria vuelva a ser producido por editoriales privadas.

 

Lo que queda claro es que el libro de texto gratuito es de tal importancia para los mexicanos que, cuando se discute en torno a él, nadie permanece indiferente.

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