CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Ricardo Salinas Pliego es heredero del imperio empresarial que construyó su padre, Hugo Salinas Price, hábil para los negocios, pero también confeso evasor de impuestos, rompehuelgas y patrocinador de iniciativas ultraderechistas, como el Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), organismo fachada de El Yunque.
Salinas Price detalla estas confesiones en Mis años en Elektra, un libro de memorias sobre su trayectoria al frente de esta cadena comercial que fundó su padre y que, por decisión de Andrés Manuel López Obrador, distribuirá las tarjetas de programas sociales del gobierno federal a 25 millones de mexicanos.
En el libro, editado por Diana en el año 2000, Salinas Price evoca el singular inicio de Elektra que, en 1950, sustituyó a la empresa Radiotécnica para, entre otras razones, evitar pagar adeudos y recargos al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS):
“En efecto –escribe–, se escabulló Radiotécnica dejando de pagar ciertos saldos a favor del Seguro y renació bajo una nueva identidad la flamante Elektra Mexicana, S.A., según escritura pública del 30 de octubre de 1950. Durante años destruíamos papeles con membrete de Radiotécnica, porque el Seguro Social nos cazaba como ‘patrón sustituto’ para cobrar adeudos con recargos. Siempre aparecían los malditos papeles. La obra de limpia finalmente concluyó, con el resultado de que hoy no queda rastro de aquella empresa que dio lugar a Elektra.”
Desde que se convirtió en un “niño gerente” de Elektra, a los 20 años, Salinas Price se asumió como un feroz anticomunista y al triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, incursionó y financió varias iniciativas.
“Al llegar Fidel al poder, como yo era joven, me puse de ‘activista’. Compré una pequeña máquina offset y comencé a imprimir envíos ‘anticomunistas’ a todas las listas de correo que podía conseguir: compañías, empresarios, periódicos, escritores. Recuerdo que me pareció una traición a la libertad que la Nestlé de México, dirigida por el licenciado Represas, pusiera sus anuncios en la revista Siempre!, que a mis ojos era de marcada tendencia comunista. Por un tiempo envié al extranjero un reporte, el ‘Mexican-American Report’, en inglés. Con el tiempo abandoné todo envío de materiales. Sólo costaba y no alcanzaba yo a salvar el mundo. Y por lo que toca a andar ilustrando a yanquis sobre las relaciones en México, llegué a la conclusión de que mi labor no sólo no era agradecida por nadie, sino que me podía costar la vida.”
Pero el empresario no cejó, según refiere en su libro, y publicó “artículos antiestatistas” en Excélsior, que reproducía el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales que dirigía Agustín Navarro Vázquez, con quien se asoció para financiar al grupo de choque MURO.
“Siempre apoyé a Navarro Vázquez, a quien la patria no le ha rendido el debido reconocimiento. En varias conversaciones me planteó la conveniencia de crear un grupo de choque de jóvenes, a efecto de contrarrestar el terror de la izquierda entre estudiantes. Se llamaría MURO, por sus iniciales: Movimiento Universitario de Renovadora Orientación. Lo más probable es que hubo varios que lo apoyaron, pero yo nunca supe quiénes más apoyaron a ese grupo, que resultó muy efectivo para darle a la izquierda una sopa de su propio chocolate.”
Cuenta: “MURO tenía una casa ubicada en la avenida División del Norte, en donde practicaban artes marciales los muchachos. En una ocasión MURO decidió hacer una manifestación en la propia UNAM. Para asombro de la izquierda se quemó la efigie de Fidel Castro. Fue divertido; tanto mi cuñado como yo estuvimos ahí. Él salió fotografiado en los periódicos al día siguiente, junto a la efigie en llamas”.
Elektra, la huelga del 78
El empresario también fundó un partido político, junto con Navarro Vázquez y otros personajes de clara línea ultraderechista, como Carlos Campos, Jorge Siegrist y Jorge Prieto Laurens: Unión Nacional Independiente Democrática (UNID).
“Yo financié –más bien dicho pagué– todos los gastos para el sostenimiento de ese organismo que nunca llegó a organismo, porque no suscitó el más mínimo interés. Estuvo a cago de Carlos Campos, buen amigo del licenciado Navarro. En 1964 conocí ahí a un personaje muy interesante, el licenciado Jorge Siegrits.”
Siegrits, fundador del Partido Nacionalista Mexicano de efímera vida –“quizá como palero subsidiado por Gobernación”–, sería el organizador y Salinas Price el presidente, electo en una convención en la que participó Prieto Laurens, a quien le financió la Revista Nacional, de acreditada tendencia pronazi.
“Hubo una entrevista con el secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, y en ella se mencionó un subsidio para el partido, que no supe quién lo propuso. En eso tomé la palabra, y ante la mirada incrédula del licenciado Echeverría, anuncié que el partido no requeriría de subsidio, que se bastaría solo.
“Inmediatamente comenzaron a salir noticias en los periódicos en el sentido de que estaba en disputa la presidencia del partido, que si era Salinas o si era Alejandro Corral. Este Corral se pasó a las filas del establishment y se prestó para simular una escisión interna. En vista del ‘problema’, Gobernación retiró el registro al partido.
“Aventé la toalla. Entre lágrimas anuncié a los colaboradores en el partido que me retiraba, que no era posible para mí seguir erogando gastos ni entrar en pleitos, que veía serían mi tumba, y que renunciaba. Ahí acabó el partido.”
Salinas Price cuenta también la huelga que estalló en el Almacén Central de Elektra, en 1978, debido a que el gerente, un hombre que identifica como Salcedo, era excesivamente duro con el personal y los trabajadores “cayeron en manos de un líder inescrupuloso que los mareó con grandes promesas”.
Evoca: “Se estableció la huelga, se colocaron las odiosas banderas rojinegras. Pasaron las semanas y los trabajadores acampaban frente a las puertas del almacén. Se emperró la huelga”.
Entonces creó una nueva empresa que alquiló un local cercano al almacén en huelga, con el fin de sustraer con esquiroles las mercancías, lo que se denominó “Operación Cóndor”.
“Operación Cóndor tenía por objeto sustraer por una puerta trasera, colindante con nuestras fábricas, mercancías ‘congeladas’ en el almacén por la huelga. Por las noches se abría esa puerta y un grupo selecto, en silencio absoluto, retiraba las mercancías que nos hacían falta. ‘Todo se vale en el amor y en la guerra’, y de guerra se trataba. En una ocasión cargamos un camión con municiones para los rifles de aire comprimido ‘Daisy’ que importábamos, y el peso fue tanto que casi no podía rodar”.
Los huelguistas, agrega, fueron abandonando el movimiento y regresaron a trabajar. “Nos informaban que los más decididos hacían planes para repartirse el comtenido del almacén, en cuanto triunfara la huelga. ¡Ay, muchachos!”.
Para finiquitar la huelga, Salinas Price tramó con su abogado, de apellido Herrejón, una maniobra de “judo japonés”, que narra en el libro:
“Vamos a dejar que se nos vengan encima con la idea de que triunfaron, accedemos a todas sus demandas y los reinstalamos. Acto seguido, los corremos con todas las de la ley. ‘¿Es contrario a la ley despedirlos después de reinstalados?’ ‘Pues no –dijo Herrejón–, no sería contrato a la ley, y por lo que toca al contrato colectivo, pues entra en funciones la nueva compañía. La que está en huelga la desaparecemos.”
Añade: “Así se hizo, y el 7 de junio, día de San Fermín, terminó la huelga de siete meses y se reanudaron las operaciones normales de la compañía. El señor Salcedo fue trasladado a otro puesto. Terminó así la única huelga que ha padecido Elektra”.
Al respecto, reflexiona Salinas Price: “He notado que en los tiempos de auge –y la huelga ocurrió durante un auge– es cuando el pueblo se vuelve más revoltoso y exigente. Un ejemplo clásico es el de la Revolución Francesa, que surgió durante un periodo de prosperidad en Francia”.
Lo mismo pasó con la Revolución Cubana que, dice, se gestó durante la presidencia de Batista, cuando Cuba tenía el nivel de vida más elevado, por mucho, de toda América Latina.
“Tristemente cuando hay mejores condicones de vida es cuando el pueblo tiene tiempo y recursos para pensar en participar en disturbios, urdidos por vivales. Cuando las cosas se ponen muy difíciles, al pueblo le importa más conservar lo que tiene que armar borlotes.”
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