V
ivimos una oleada de influencia estadunidense. Lo que vemos es superficial pero significativo: cada vez más anuncios en inglés; la popularidad abrumadora de su cine y su música, y el uso del spanglish entre los más jóvenes. Pero la cosa es mucho más profunda y compleja. Hemos acudido a Estados Unidos en demanda de dinero, de adiestramiento técnico, de consejos para resolver nuestros grandes problemas de seguridad y lentamente vamos adoptando sus valores, sus modas y sus costumbres. Y no hay resistencias, ni de progresistas ni de conservadores.
El fenómeno no es nuevo. La industrialización y urbanización de México necesitó de las aportaciones tecnológicas y económicas de Estados Unidos. La mayor democracia de la historia. A partir de los años 50 intentamos crear una sociedad de consumo como la estadunidense. Los cuadros superiores de la administración pública fueron, en su mayoría, jóvenes que habían hecho estudios en Estados Unidos, que admiraban a la nación vecina y no veían negativo inspirarnos, imitar y, aun, someternos a ellos. Con la firma del TLC en 1995 se buscó deliberadamente integrarnos a Norteamérica.
No todo es negativo. Hemos adoptado sus prácticas y hábitos de trabajo: puntualidad, proactividad y competencia. Es positiva cierta influencia en lo académico, en los deportes, en la industria del entretenimiento, etcétera. Pero las pérdidas han sido mucho mayores: hemos sacrificado nuestra identidad y
la seguridad, el dominio y la dicha de quien ha labrado su propio destino, como lo señalaba Daniel Cosío Villegas.
Vivimos un momento de tensión dramática. El nuevo régimen de México tiene una orientación nacionalista moderada. Quiere rescatar los valores perdidos y afirmar nuestra identidad. Al mismo tiempo, en Estados Unidos llegó al poder un personaje y una corriente abiertamente chovinista y antimexicana. Esta contradicción puede ser manejada con habilidad diplomática, pero va a subsistir y puede manifestarse en tensiones entre los dos gobiernos. También al interior del país habrá discordancias entre aquellos que no ven ninguna otra solución más que el sometimiento a Estados Unidos y aquellos que creemos que México aún tiene oportunidad de autoafirmarse y volver crecer.
Colaboró Meredith González A.
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