S
i las cosas son como las esperamos, estamos, en efecto, en el umbral de una transformación, la cuarta en el transcurso de poco más de dos siglos que tiene de existir, con vida propia, nuestra nación mexicana; lo que pasa en la política y en la economía de nuestro país no puede seguir siendo igual a lo sucedido en décadas pasadas, plagadas de injusticias, opacidad y traición. En la vida de la comunidad de los mexicanos vendrán cambios. Ya están llamando a la puerta. Algunos son externos, visibles, simbólicos. Los observamos y nos alientan. También a veces nos enorgullecen. Cierto, son gestos externos. El nuevo gobierno no asume todavía el poder, pero cambios de estilo presagian algo más profundo y nos recuerdan lo dicho por Jesús Reyes Heroles cuando era (lo mejor que fue) maestro de teoría del Estado:
En política la forma es fondo.
Por eso la forma de viajar como cualquier otro ciudadano, pasar por la revisión de los arcos del aeropuerto, sin saco y mostrando el equipaje de mano al escrutinio de los vigilantes es algo que asombra y alienta; la forma de dar conferencias de prensa en la escalera de una casa antigua, decorosa y aseada pero no lujosa, ante periodistas que se cubren del sol con un toldo improvisado en el patio más bien pequeño que grande, es el signo externo de algo más profundo.
Son cambios evidentes y están en sus inicios. El triunfador, por primera vez en la historia de México con una diferencia tan contundente, se porta con dignidad ante los medios, a los que respeta de dos maneras: tratándolos bien, dándoles la noticia del día; fijando la agenda, pero simultáneamente elevando su moral, la de los periodistas, al no corromperlos. Con el nuevo gobierno, ya se sabe, el soborno a la prensa escrita o electrónica quedará desterrado. Las prácticas de la publicidad oficial disfrazada y pagada con concesiones y disimulos quedó atrás y los horribles términos de chayote, embute y el menos desagradable de sobre se borran del lenguaje político.
De otra transformación ya hay muestras claras. Es el paso de la democracia formal, que se reduce a votar cada tres años, a la participativa. Ciertamente, en esto de la participación directa la Constitución de Ciudad de México fue un prolegómeno. Se adelantó en su texto. Se incluye al cuarto poder: el poder ciudadano. La democracia directa aparece esbozada en el texto de la ley suprema de la capital. Al entrar en vigor veremos si se da el paso del deber ser al ser.
El nuevo gobierno, sin asumir el cargo, está poniendo en práctica la participación ciudadana, anunciada en la Constitución capitalina y en los discursos de campaña. Meses antes de asumir el mandato popular, el presidente electo ya está consultando a sus mandantes, preguntándoles su opinión, refrendando que asume como propia la locución latina vox populi vox Dei; estará a lo que diga la gente.
El peliagudo asunto del aeropuerto, planeado como inversión productiva, va en tortuoso y lento proceso de construcción, en medio del fango de un lago salitroso,
la madre de todos los negocios. Pero será puesto a consulta; por cierto, no a ciegas, escuchando la opinión de técnicos y expertos, poniendo a disposición de los consultados lo que éstos digan. Lo que el candidato reconoció y el presidente electo ha reiterado:
El pueblo no es tonto.
En este intento de paso de la democracia representativa a la directa se pone a prueba nuevamente, ya sucedió en campaña, si los medios de comunicación al servicio del sistema y de los grandes intereses pueden más que las redes sociales, los círculos de estudio y el entusiasmo por el cambio al alcance de la mano.
Igual está sucediendo en otros temas torales: educación y seguridad. Para tomar resoluciones sobre la llamada reforma educativa y la inseguridad creciente, los inminentes secretarios de Educación y Seguridad recorren el país escuchando a los interesados, a las víctimas directas o colaterales de los errores. Y por vez primera en mucho tiempo, maestros, madres y padres de familia, estudiantes y trabajadores de le educación, opinan sobre el tan importante tema. Por vez primera el sector de la sociedad, muy amplio lamentablemente, formado por víctimas, familiares de víctimas, padres, hermanos, esposos, amigos de los desaparecidos, se sienten escuchados.
En el tema de la seguridad, algo novedoso y que destaca es la participación de la Iglesia mayoritaria del país, la católica, en los Foros por la pacificación y reconciliación nacional, que en voz de Carlos Garfias, arzobispo de Morelia, en entrevista con el semanario Desde la fe, declara que los obispos mexicanos, directamente o por conducto de representantes, unirán su voz a quienes buscan acabar con la violencia, las drogas y las desapariciones forzadas. Hasta el concepto de laicismo cambia. No se trata de enfrentamientos de instituciones, sino de coincidir y colaborar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario