Meade se dice convencido de que es “competitivo” ante Andrés Manuel López Obrador con sus polémicas decisiones y Ricardo Anaya con los líos de su riqueza
Parece una utopía, pero a pesar del rechazo al presidente Enrique Peña Nieto y al PRI superior al 80 por ciento, la violencia criminal al alza, la economía estancada, el endeudamiento insólito, la carestía, los gasolinazos y los escándalos de corrupción, que a él también lo alcanzan al menos por omisión, José Antonio Meade cree que puede ganar la Presidencia de la República desde un lejano tercer lugar y siendo el candidato del continuismo.
“Las campañas cuentan y los errores cuestan”, razonó Meade en la reunión con directivos y columnistas de El Heraldo de México, el miércoles 21, y se dijo convencido de que, luego de casi tres meses de precampaña, es “competitivo” ante Andrés Manuel López Obrador con sus polémicas decisiones y Ricardo Anaya con los líos de su riqueza.
“Peña no está en la boleta. Peña no es el candidato”, atajó también restándole importancia a la transferencia del desprestigio presidencial a su candidatura, que tuvo su menor momento mediático, confesó, cuando el 28 de enero, en Hidalgo, se viralizó el video en el que dijo “resolvido”en vez de resuelto. “Lo vieron dos millones de personas”, festejó.
Nunca había yo tratado a Meade, pese a sus más de dos décadas en la alta burocracia –cinco veces secretario de Estado con Felipe Calderón y Peña, igual marca de Plutarco Elías Calles– y su reputación de tecnócrata preparado pero arrogante e inflexible.
Siendo candidato presidencial priista me interesaba preguntarle a qué está dispuesto para ganar, sobre todo después de que puso al Estado de México como ejemplo con la victoria de Alfredo del Mazo:
“Ese triunfo le regresó la tranquilidad al país y le regresó la tranquilidad a los mercados. Inspirados en ese triunfo, el primero de julio de 2018 vamos a ganar”, exclamó en Tlalnepantla, en su cierre de precampaña.
Le pregunté si él, emblema del continuismo, estaba dispuesto a recurrir a prácticas y trampas cometidas en esa elección, en la que un ejército de funcionarios federales y estatales entregó recursos púbicos con claro propósito electoral, como él mismo lo hizo al lado del gobernador Eruviel Ávila, ahora su vicecoordinador de campaña, presente en la reunión.
Serio, Meade defendió los logros del gobierno y, sin entrar en detalles sobre lo ocurrido en la elección del Estado de México –Eruviel diría luego que todo fue legal–, enalteció sus capacidades, trayectoria y honestidad, en el que creo que será el eje de su campaña: La apuesta por él mismo.
El problema del candidato del PRI es que, a cuatro meses de la elección, está en la peor de las circunstancias: En el tercer lugar de las preferencias y en un entorno de rechazo al gobierno y de su partido, así como una desazón de priistas y una debilidad estructural que no remedia ni con la incorporación de viejos priistas. Es sabido que no le toma la llamada ni Joel Ayala, el dirigente de los burócratas.
Meade está hoy al borden del precipicio y su única posibilidad de éxito depende de que logre, primero, desbarrancar a Anaya, aun con el uso faccioso de instituciones como la PGR.
Cuidado: Lo sepultan bien o les apesta el pueblo…
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