La inacción de la policía
El corruptor Toledo
Miguel Ángel Velázquez
A
ngel no recuerda el golpe que le abrió la cabeza, que luego le repararon con siete puntos de sutura, porque las patadas en su espalda eran una lluvia de dolor que no cesaba. Enconchado en el suelo, el reportero protegía el teléfono celular que guardaba el rostro de los miembros de una banda jefaturada, acusan de todas partes, por el diputado perredista Mauricio Toledo.
Fueron 10, probablemente una docena los que patearon a Ángel. Fue una agresión cobarde. El periodista, que nunca creyó que su persona fuera atacada, se dio cuenta de que ya no tenía lugar para escabullirse de la turba que se le venía encima, que lo rodeaba, y se tiró al suelo y se hizo un ovillo en señal de rendición, pero su vulnerabilidad expuesta sólo hizo enardecer a los vándalos que le hacían sentir el odio del sátrapa que les pagó por reventar el acto político de Claudia Sheinbaum, la precandidata de Morena a la jefatura de Gobierno de esta ciudad.
El peligro de ser exhibidos en el video que grabó Ángel posibilitaba que los dineros que deberían cobrar por el ataque no fueran pagados, y eso los enfurecía. Y es que el ataque al mitin ya estaba previsto. Poco antes de la agresión, casi en la esquina de las calles Rancho El Mirador y Hacienda Vista Hermosa, militantes de Morena detectaron a un grupo de hombres que no parecían simpatizantes de la candidata, y que empezaban a recoger piedras.
Los mismos militantes dieron la voz de alerta a las autoridades policiacas, les avisaron que se trataba de Los Buitres, grupo de choque a las órdenes de Toledo. Pero los policías de Hiram Almeida, tan atentos ahora a reprimir manifestaciones, no escucharon los timbres de alarma.
Los vecinos vieron cómo las calles cercanas al lugar de la agresión fueron cerradas por los mismos buitres, mientras las autoridades delegacionales, que es bien sabido sólo se mueven con la palabra de Toledo, no se daban por enteradas.
Ángel grababa. En las imágenes que captó con la cámara de su teléfono se miraban las sillas que volaban sobre la cabeza de los simpatizantes de Claudia Sheinbaum, gente de la tercera edad en su mayoría. Por ningún lado se veía el azul de los uniformes policiacos. El escándalo era grande y la ausencia de uniformados, que por omisión o complicidad permitió Almeida, hizo que los vándalos se apoderaran de las calles armados con piedras y palos, y entonces la memoria se iba hasta aquella tarde del Jueves de Corpus de 1971, en las calles de San Cosme, cuando los llamados Halcones, un grupo paramilitar creado por el Gobierno del Distrito Federal, atacaron a los estudiantes que criticaban al gobierno del priísta Luis Echeverría.
Nada hizo, de cualquier manera, que Ángel abdicara de su tarea. Sus compañeros, los de otros medios de comunicación ya estaban a buen resguardo en el vehículo que los transporta de mitin en mitin, mientras el reportero de esta casa editorial mantenía su única arma apuntando a los agresores: su teléfono celular.
Y tampoco nada impidió que al tercer acto del día se presentaran los mismos agresores para atacar el mitin. Ahora sí estaba la policía, pero la rebasó la impunidad y tras la irrupción nada pasó. El informe debió haber dado como resultado:
saldo blanco.
Mauricio Toledo es ese personaje que un día entró a la casa de José María Pérez Gay –cuando a éste se le candidateaba para convertirse en jefe delegacional de Coyoacán– para tratar de contagiarlo de corrupción. Pérez Gay decidió, mejor, rechazar la postulación, pero aquel horror lo enfermó casi simultáneamente, y ya nunca se repuso.
Las autoridades de esta ciudad tienen los elementos suficientes para impedir que la impunidad se convierta en la razón de la violencia en la contienda electoral que ya está en las calles. Saben quiénes la causaron, y quedará en ellas, en las autoridades, hacer justicia, pero por lo pronto es el PRD el que pagará en las urnas por lo ocurrido.
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