E
l jueves en la noche trabajaba un rato haciendo notas para esta colaboración en Capital de La Jornada, recordaba los sismos de 1985, cuando escuché la alarmante alerta de la esquina de mi casa avisando con sonido desagradable e intimidante que se aproximaba un temblor y ahora sí, segundos después, la lámpara sobre mi cabeza empezó a oscilar y el zangoloteo me hizo levantar no sin algo de inquietud. Dicen que no existen coincidencias, pero sí, se trató de una de tantas que me han ocurrido.
El título del artículo es el de un libro, de una historia novelada, de un relato con perfil poético en el que los protagonistas luchan, se enfrentan a los granaderos, se enamoran, se organizan, se ríen o se enojan como todo mundo, alrededor de los acontecimientos que precedieron o siguieron a los sismos del 85.
El título es precisamente La Ciudad, la otra, los autores son el diputado Raúl Bautista y su otro yo, Súper Barrio; quien presidió la Comisión de Ciudadanía en la Asamblea Constituyente, lo edita Para leer en libertad. Desde que concluí su amena lectura, percibí el parangón entre las luchas de los años 80 del siglo pasado y las de hoy para salvar a la ciudad de sus frívolas autoridades y de la voracidad de los hoy llamados desarrolladores y en aquel entonces de los caseros de las viejas vecindades del Centro Histórico.
El relato, con un indudable sabor literario, buen estilo y cargado de vivencias entrañables, se refiere a las luchas de los pobres de la ciudad en aquel último cuarto del siglo XX, que pelean por un espacio en la urbe que los excluye o pretende expulsarlos de sus viviendas en el casco viejo del centro; son protagonistas geográficos del relato, lo mismo la Plaza de Santo Domingo, la calle Leandro Valle, que terrenos invadidos en las estribaciones del Ajusco. Se trata del derecho a un lugar, a un techo, a un hogar.
El autor identifica a la sociedad consumista como el entorno que obliga a buscar formas de sobrevivencia y la propia identidad en la comunidad de los marginados, de los que estudian en las escuelas oficiales con dificultades de transporte, de alimentación adecuada y hasta de tiempo para preparar tareas y leer los encargos de los maestros; las enfermeras, los obreros, los maestros son los protagonistas de la historia. Han pasado más de 20 años, se ha logrado mucho, pero aún hay bastante por conseguir.
La ciudad estuvo mal administrada, se rescató en 1997 con Cuauhtémoc Cárdenas, se consolidó y recuperó en los años de Andrés Manuel López Obrador al frente del gobierno, pero las debilidades y errores de unos, y la codicia y falta de solidaridad de otros, volvieron a ponernos en situación vulnerable y a dividir a la gran urbe en dos; por un lado la ciudad de los ricos, de los grandes edificios, de las Lomas tradicionales, y la otra que va avanzando sobre los bosques y los antiguos ejidos de los pueblos, sin misericordia alguna para las poblaciones tradicionales desplazadas o cercadas por este crecimiento desordenado y dañino para comunidad y medio ambiente, pero lucrativo para los que lo impulsan.
Se identifica al fenómeno como
gentrificación, el desplazamiento de los más débiles, de los pobres forzados a dejar sus rumbos, barrios, pueblos tradicionales porque ya no pueden pagar los altos impuestos o caen en la tentación de vender sus propiedades a los que se aprovechan de la plusvalía que dan las obras públicas pagadas por todos, pero olfateadas primero por los habilidosos mercaderes de inmuebles.
Súper Barrio, lo dice el autor, es un personaje mediático y político, pertenece a una organización que lucha por la vivienda, la Asamblea de Barrios, y hoy, como sus homólogos, el legendario Fantasma, El Santos o Águila descalza, reaparece para estar presente en la defensa de las clases medias, de los vecinos pobres y de las buenas costumbres de la ciudad, la otra, la de las comunidades tradicionales y solidarias de la urbe.
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