Guadalupe Lizárraga
El pasado 11 de julio de 2017, Isabel Miranda Torres, a quien conocen por su alias “Señora Wallace”, lanzó en algunos medios locales de la Ciudad de México una carta pública a su hijo supuestamente asesinado en 2005. Esa fabricación de secuestro y homicidio que dio pie al Caso Wallace, y con la que ha obtenido poder político y económico.
La carta es un pobre intento de chantaje sentimental a una sociedad consciente de la falsedad del secuestro y cansada de la impunidad de personajes como Miranda. Desde el primer párrafo, resulta inverosímil su voz de madre dolida, incongruente ante tantas evidencias de la falsedad del caso. Por ejemplo, la última línea de ese primer párrafo dice: “es un infierno el ambiente en el que vivo desde que te secuestraron aquel 11 de julio de 2005”.
Un día antes de aquel día, el 10 de julio de 2005, su abogado, Ricardo Martínez Chávez, era nombrado encargado del despacho de Secuestros en SIEDO, de la Procuraduría General de la República. Y tres días después de haber levantado los reportes en las dos procuradurías, la del Distrito Federal y la PGR, Miranda exigió que la atendiera el Ministerio Público Braulio Robles Zúñiga, amigo personal de su abogado y compañero de trabajo de la misma área de SIEDO. Robles fue el mismo funcionario que coordinó y participó en las torturas de los seis jóvenes incriminados por el falso secuestro.
Isabel Miranda ya desde entonces gozaba del tráfico de influencias que le propiciaba su abogado dentro de la PGR, entraba y salía de los penales a discreción e incluso llegó a presenciar la tortura de dos incriminados. No dejaba de intervenir en el proceso judicial que se abría con el Caso Wallace, porque pretendía controlar cada detalle de su fabricación. Así logró la manipulación y corrupción de los medios, y Felipe Calderón la legitimó como “activista” con el Premio de Derechos Humanos en 2010. Con ello, gozó también del tráfico de influencias en la política local hasta lograr ser candidata del PAN a la gubernatura de la Ciudad de México en 2012, a pesar de su falta de formación profesional y por encima de quienes realmente tenían méritos para serlo como por ejemplo Santiago Creel.
Estas relaciones en la política, le ha ayudado a crecer en su empresa Showcase Publicidad, y sus principales clientes son gobernadores a quienes chantajea con su discurso inconsistente sobre estadísticas de secuestro en la entidad de turno para que le compren los servicios de su publicidad. ¿Le parece a usted lector que es un infierno vivir holgada e impunemente del tráfico de influencias en la política mexicana e intervenir tramposamente en las decisiones públicas del sistema judicial del país? Claramente se ve que Isabel Miranda disfruta el estatus que le dio la fabricación del secuestro y sobre todo las regalías que obtiene de ello.
En el segundo párrafo de su carta, Miranda afirma que “se vuelve loca” cuando se pone a pensar qué sintió su hijo cuando se dio cuenta que lo tenían secuestrado. ¿Realmente una madre a la que supuestamente le mataron a su hijo, se pregunta qué sintió cuando lo secuestraron y no cuando lo mataron? Parecería que Miranda intenta convencer a la opinión pública que es peor tener un hijo secuestrado, porque es el secuestro el tema con el que ella se ha construido.
Afirma también al final de ese mismo párrafo que “un puñado de mal vivientes te escogió para tratar de obtener dinero fácil”. Hay que recordarle a Miranda que, el 13 de julio de 2005, pusieron cuatro reportes de secuestro en menos de 48 horas en las dos procuradurías y nunca fueron exigidos a dar una recompensa. El primer reporte lo puso su exesposo Enrique Wallace; el segundo lo puso el chofer Luis Antonio Sánchez; el tercero lo puso la propia Isabel Miranda y el cuarto lo puso su sobrino. Pese al obsesivo interés de que se aceptara la desaparición de Hugo como secuestro en menos de 48 horas, el agente de la Policía Federal Investigadora, Moisés Castro Villa, adscrito a la Agencia Federal de Investigación (AFI) rindió el primer informe 18 días después, y manifestó que “hasta ese momento no se había recibido alguna llamada en la cual se confirme el secuestro o se haya dado a conocer exigencia alguna a cambio de la libertad del señor Hugo Alberto Wallace Miranda”. Es decir, no se había pedido ninguna recompensa económica ni de otro tipo hasta entonces. Y tiempo después, Miranda inventó que le habían pedido una cantidad, pero ni los mismos ministeriales le hicieron caso porque ya estaba dado el informe del agente de la AFI. ¿Dinero fácil?, es lo que ha obtenido Miranda, especialmente a costa del erario, con la invención del secuestro y la creación de su imagen como “activista” con su organización Alto al secuestro.
En la carta, Miranda hace referencia a “un profundo dolor” porque no tiene el consuelo de al menos haber tenido el cuerpo de su hijo y señala: “sé que tu esencia está con Dios, no deja de dolerme e indignarme la maldad de esos delincuentes”. No obstante, así, sin el cuerpo del supuesto hijo muerto, Isabel Miranda obtuvo un acta de defunción en la que las causas de la muerte se dedujeron de una autopsia ficticia con la complicidad de la médico forense Blanca Olimpia Patricia Crespo Arellano, la juez Décima primera del Juzgado de lo familiar Silvia Araceli García Lara, y la juez 18 del Registro Civil del Distrito Federal, Marsella Lizeth de la Torre Martínez, ésta última dio fe y selló una copia fotostática dándole supuesta legalidad. El acta le sirvió a Miranda para legitimarse como víctima, y el Estado la compensó con 3, 800 000 pesos mexicanos.
Miranda aunque le pide a Dios “que haga justicia aquí y ahora, porque la ley terrenal no la ha hecho”, también sus víctimas piden justicia y parece que están siendo escuchados. Un ejemplo de ello es el esfuerzo que tiene que hacer para mantener la coherencia lingüística sobre la mentira del hijo muerto, y ello se refleja en su estabilidad emocional que ya se ve deteriorada en actos públicos.
Al final de la carta, Miranda escribe: “Muchas personas trataban de consolarme, diciendo que Dios sabe por qué hace las cosas, hoy entiendo que esto no es obra de Dios, sino del demonio”.
Sí, en efecto, para cualquier creyente, no sería obra de Dios que una madre llegué al grado de simular el secuestro de su hijo, lo grite al universo y lo reclame desmembrado, partido con una sierra eléctrica en un minúsculo baño. No sería obra de ningún dios que una madre se ponga furiosa cuando le presentan rastros de vida de su hijo, mientras disfruta influencias y dinero a causa de su desaparición.
En fin, la carta de Isabel Miranda es totalmente inverosímil. Su teatro simplemente ya no es creíble.
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