T
odos los días, los analistas y los observadores estudian con angustia creciente los indicadores de una grave decadencia: corrupción generalizada, ineptitud gubernamental, resquebrajamiento institucional, agotamiento del régimen político, problemas económicos, inflación, devaluación, falta de crecimiento, concentración, pérdida de autonomía y soberanía, amenazas y presión de Estados Unidos, y lo peor, lo subjetivo: inconformidad y rabia contra las autoridades, antipatía contra el gobierno y lo que Toynbee llamó
la tribulación que aflige a las almas de los hombres en una época de desintegración social: el sentido de estar a la deriva.
Todos nos preguntamos por qué hemos llegado a esta múltiple decadencia. Yo identifico, entre muchos, tres factores decisivos: la resistencia de la oligarquía al cambio y la ineptitud gubernamental, así como su capacidad (paradójica) de mantener sumisa a la población. No es difícil identificar en los últimos 40 años medidas trascendentales y contraproducentes al interés de la población. Esto recuerda La marcha de la locura (Bárbara Tuchman): los líderes hacen lo necesario para hundir a su país. Si se repasan bajo ese prisma las características de los presidentes y de sus equipos, encontramos autoritarismo, perversidad, ineptitud, ambición excesiva e insensatez. Se salvaría un tanto el régimen de Ernesto Zedillo en lo político (aunque varias de sus decisiones económicas fueron desastrosas). Quizás el peor sería Salinas, que impuso un sesgo difícil de superar en lo que toca a la pérdida de soberanía y la corrupción. Pienso: el más nefasto fue Calderón, por haber acabado con la paz social y haber llevado al país a una confrontación sangrienta. Sin estrategia y sin desenlace visible.
¿Qué es lo que se está desmoronando? No es la nación, cuyos activos, la población y su capacidad para el trabajo, la cultura de plena vitalidad, el territorio con sus inmensas riquezas marítimas y minerales, permanecen sin menoscabo. Lo que está en decadencia irreversible es el régimen político enteramente agotado, asfixiado por la corrupción, incapaz de dar nuevas respuestas a viejos problemas, particularmente la desigualdad entre las regiones y los estratos de la población, que ha derrotado a todos los regímenes políticos desde la época colonial.
Twitter: @ortizpinchetti
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