Lunes 23 de marzo de 2015. Las cámaras de seguridad de la Ciudad de México registran a un hombre dejando abandonada una maleta en la calle Berlín, colonia Juárez. Dentro se encontraría el cuerpecito de una niña pequeña que usaba chamarra roja, pantalón de mezclilla, gorro para el frío y cargaba una pequeña mochila de viaje. En la maleta encontraron ropita de bebé, de marcas costosas, y algunas de ellas con rastros de semen; poco a poco se descubriría el horror.
La necropsia describe que su muerte se debió a un traumatismo cráneo-cervical, quien tenía entre 18 y 24 meses de edad. ”La infante medía aproximadamente 85 centímetros, tenía cabello lacio y color castaño medio, ojos color café, orejas regulares, boca mediana, nariz ancha y pequeña, así como complexión mediana”. La prensa escrita reportó: “No se sabe si era mexicana aunque por sus rasgos físicos los peritos creen que pudo haber nacido en Centroamérica”.
Los primeros estudios forenses denunciaron que la pequeña fue víctima de múltiples expresiones de violencia extrema: lesiones ocasionadas por tortura, violación sexual y asesinada con un fuerte golpe en la cabeza. Sufrió mucho antes de morir, y con alta probabilidad vivió otros tratos crueles y degradantes acontecimientos en su corta vida, su piel dañada contaba historias de dolor, hambre y olvido. Su primera muerte fue por ser niña, murió víctima de feminicidio.
Pasaron días, más días; y semanas, sin que nadie preguntara por ella. El caso fue tan impactante para el personal forense, les llenó de tanta indignación que llevaron a la institución a explorar otras formas de identificación. Además, del típico retrato hablado circulado en los estrados judiciales y medios de comunicación, realizaron el perfil de ADN que con anuencia de la Presidencia del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal se distribuyó en otras Entidades Federativas y Embajadas de países de la región. Para dar tiempo a la búsqueda, de forma extraordinaria se decidió no enviarla a la fosa común, como establece el procedimiento administrativo con los cuerpos de personas no reconocidas en un par de semanas. Le tomaron cariño, y la nombraron tiernamente: Ángela.
Ninguna persona o autoridad preguntó por una niña con sus características. Ninguna madre de ojos gastados por el llanto llegó al servicio forense para reconocerla y acariciarle el rostro frío, y llorarla en su entierro. Surgió el debate interno, si el retrato hablado realmente ayudaba a identificarla, y si era mejor distribuir su última fotografía, ya en la morgue. La única certeza fue no saber nada de Ángela, sobre su madre, su familia y su origen. Su segunda muerte, fue social, murió víctima de inexistencia legal.
La historia trascendió las secciones y diarios de la nota roja; después del horror narrado de forma cruda se pasó a una indignación mayor por el miedo que su cuerpo no fuera reconocido, que terminará en la fosa común; diarios internacionales retomaron la historia y miles de personas firmaron una petición on-line pidiendo a las autoridades de la Ciudad de México, autorizar que la periodista y activista de derechos humanos Yohali Reséndiz organizara un sepelio público para despedir a la pequeña Ángela con dignidad. No fue atendida la petición ciudadana. Las autoridades anunciaron que la pequeña Ángela sería enterrada el 25 de abril, “en conmemoración (sic) del Día Internacional de la Lucha contra el Maltrato Infantil, como un recordatorio de este lamentable hecho”.
Lo que inicialmente se manejó como un sepelio discreto, sólo con personal del servicio médico forense, se transformó en espectáculo político, un evento de mal gusto que obliga a preguntarse ¿quién decidió hacer de un caso paradigmático de impunidad y violencia extrema contra una niña, un acto mediático? ¿Quiénes asesoran al Jefe de Gobierno y el Presidente del Tribunal en estos casos? Faltó quien les recordara: “Frente a la tentación, cuídate de un mal consejo”.
El simbolismo es brutal, como el asesinato de la niña. Las autoridades no inhumaron a Ángela, enterraron la investigación, se cansaron de buscar. Con ojos tristes, ante la prensa, rezaron por ‘la niña de la maleta’. Y en otro lugar desconocido, él o los asesinos de Ángela, el macho que la abuso sexualmente, quién la torturó e hizo sufrir horrores en su corta vida, sigue libre, impune. Ojalá que sus nuevas víctimas tengan más suerte que Ángela, y el depredador sexual deje una nota con su localización. Querida Ángela, tu tercera muerte fue legal, moriste víctima de la impunidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario