CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La Cruzada Nacional contra el Hambre ha sido un desastre. Ni el hambre ni la pobreza y menos el uso clientelar se han revertido. Ya ni Rosario Robles está al frente de la dependencia que coordinaba la Cruzada.
En contraste, la primera dama Angélica Rivera protagoniza todos los días una Campaña Nacional por la Frivolidad dedicada a su lucimiento personal y a presumirle a “la prole” que ella es tan “estilosa” que ningún problema la alcanza, ninguna tragedia la arredra, ningún menosprecio popular la afecta. Ella está en lo suyo: cumplir su sueño de rancia aristocracia con cargo al erario.
La revista ¡Hola!, en su edición mexicana, la ha tenido en su portada más de 20 veces desde que la exactriz de telenovelas decidió cruzar la ficción para transformarse en personaje público vinculado al ascenso del priista Enrique Peña Nieto al poder.
Todo cambió para la exprotagonista de Destilando amor cuando el escándalo de la Casa Blanca, en noviembre de 2014, provocó que la población destilara odio y desprecio contra ella. Desde entonces, La Gaviota dejó de aportar rating para transformarse en déficit de credibilidad del gobierno federal.
Su propio esposo, Enrique Peña Nieto, la responsabilizó de la adquisición de una súper mansión, con crédito favorable del contratista consentido del sexenio, Juan Armando Hinojosa Cantú, de Grupo Higa.
La Gaviota surcó los pantanos de la corrupción y se manchó para siempre. Nadie le creyó su delirante explicación de los millones ganados por haber sido una actriz más bien mediocre de telenovelas. Nadie, salvo ella, volvió a ver su mala telenovela como la fábula de una Cenicienta que se convirtió en reina.
Después del escándalo de la Casa Blanca, comenzó la venganza de Angélica Rivera: conspiró para relevar a David López como jefe de Comunicación de Los Pinos, señalándolo como responsable de su desgracia; presionó para expulsar a Carmen Aristegui y su equipo de MVS, por el reportaje de La Casa Blanca de EPN; persiguió a sus propios críticos de la farándula, incluyendo la venganza tardía contra Kate del Castillo, aprovechando el escándalo de su encuentro con Joaquín El Chapo Guzmán; y arrebató el protagonismo de la reciente visita del Papa Francisco, en febrero de 2016, para acallar el propio escándalo de su boda religiosa “anulada” a través de varias trampas consentidas por el cardenal Norberto Rivera.
La Gaviota eligió la sobresaturación de su figura y de su outfit en las revistas de sociales y de farándula para demostrar que ninguna denuncia la debilita, ninguna tragedia la sensibiliza, ninguna crítica la alcanza.
Ella es reina en su propio y delirante mundo.
Las portadas de la revista ¡Hola! y el despliegue de sus páginas con texto y foto de la esposa de Peña Nieto son un buen guión del delirio en el que ha caído La Gaviota.
“La impactante reaparición de la primera dama en su estilosa (sic) visita al Reino Unido”, tituló la revista durante su viaje a Londres. Presumió vestidos de 20 mil dólares junto con sus hijas. Posó con la reina y con el elenco de Downton Abbey, quizá pensando que la contratarían para un capítulo de esa serie.
En su visita a Francia, La Gaviota decidió opacar a su propio esposo, no sólo por el desplante del rechazo sino por el despliegue de vestuario.
En Arabia Saudita presumió su look “estilo veloso” y en España se prestó para un “duelo de estilos” entre ella y la reina Letizia, promovido, por supuesto, por la misma revista ¡Hola!
Sus apariciones son tan posadas como efímeras. Su empatía está ausente. Ella no representa el gobierno de un país del tercer mundo, sino una pasarela permanente de “estilos”. A ella sólo le preocupa la carrera de su propia hija Sofía, actriz como Angélica, que también es cliente de la misma revista.
En la reciente edición de ¡Hola!, la revista nos recuerda que Angélica Rivera lució “seis outfits, dos cenas de gala, una elegante noche con los reyes de Dinamarca y un divertido encuentro con Chicharito y Lucía Villalón”.
El texto nos advierte que ya no es una primera dama “estilosa” sino “sobria, discreta y reciclada”, porque decidió volver a ponerse vestidos que lució en Costa Rica, en 2013, o un abrigo que “deslumbró” en Arabia Saudí, o unos aretes que “lució en la recepción ofrecida por el Parlamento inglés, en su viaje de Estado hace un año”.
El publirreportaje nos informa que Angélica Rivera compite también con la princesa de Dinamarca, “la estilosa Mary Donaldson”, para ver quién es más elegante.
“Como recordaremos, en noviembre de 2013, los Príncipes Herederos daneses, Federico y Mary, visitaron nuestro país, y la plebeya australiana convertida en Princesa por amor, conquistó por su estilo y elegancia”, remató el texto.
A final de cuentas ese es el gaviotismo: el delirio narcisista de una primera dama que en cada aparición recuerda el daño ocasionado por la corrupción de su reality.
Una campaña contra el gaviotismo es muy sencilla. Basta con recordarle a Angélica Rivera y a Enrique Peña Nieto que ellos encabezan una república laica, democrática y representativa, aunque ellos piensen que se trata de una mala réplica del imperio frustrado de Maximiliano y Carlota.
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