L
a presencia de un líder mundial como Francisco nos hace mirarnos como nos miran: nuestra imagen es la corrupción. Enrique Peña la describe como un rasgo cultural, no como un fenómeno de voluntad política. Promete para 2016 un sistema anticorrupción. Nadie cree que pueda. Ya hay recursos legales para castigar a los corruptos y no se les molesta siquiera. El mismo poder público garantiza la impunidad. Los distintos partidos han celebrado un pacto que en una de sus cláusulas no escritas se establece la obligación de no exigir esclarecimientos de los crímenes que los demás ejecutan a cambio de que se les proteja a ellos: “la omertá”. Edgardo Buscaglia señala que: “El pacto de silencio es mucho más efectivo en la política mexicana que en el cártel de Sinaloa”. Nadie duda que casi todos los ex gobernadores, concretamente los de Nuevo León, Tamaulipas, Guerrero, Sonora y Tabasco han hecho grandes negocios ilegales y desviado recursos. Todo mundo empezando por ellos sabe que el único riesgo que tienen es que los arresten en el extranjero, como a Moreira, porque la secuela de sus saqueos llega al sistema financiero de otros países. Tampoco engañamos a los extranjeros. El Papa lo ha reconocido y probablemente lo mencione. Somos el país más corrupto de la OCDE.
Los efectos que la corrupción provoca son graves. La corrupción política genera dinero sucio. Las complicidades se extienden por el lavado de dinero. La vulnerabilidad de los políticos ha hecho magnificarse el tema de tráfico de drogas. En México la competencia económica es imposible si no entra uno a las alianzas con los gobernantes. Lo dicho por Peña sobre la cultura de México no es tan absurdo como parece; la raíz de este vicio nacional se encuentra en la época colonial. Los virreyes y oficiales designados por el rey se aprovechaban para hacer mil negocios. La autoridad superior, también corrompida, estaba a miles de kilómetros. Durante los tres siglos de la Nueva España, peninsulares y criollos pudieron hacer negocios turbios, defraudar al fisco, contrabandear, gracias a las magníficas relaciones que tenían con el aparato burocrático y aun con el virrey. El régimen les permitía tener grandes ganancias e impunidad, y así además los controlaba. Las autoridades tenían los
antecedentesde cada uno de los grandes señores de la Nueva España y podía disciplinarlos si fuera necesario. Eso existe ahora. Sería iluso pensar que esas corruptelas puedan desaparecer con leyes bien intencionadas. Hace mucho que México está maduro para la democracia y para una verdadera rendición de cuentas. No podemos esperar que los beneficiarios de ese sistema resuelvan desmontarlo sin una enorme presión popular.
Twitter: @ortizpinchetti
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