La Agencia France Presse difundió el pasado 2 de octubre una nota con una advertencia inequívoca: Islamistas radicales preparaban atentados terroristas de gran envergadura contra Francia y era muy probable que la policía no pudiera desactivarlos. La nota se apoyaba en entrevistas con funcionarios de los servicios de inteligencia galos. Los atentados “pronto van a llegar”, dijo uno de ellos… Y llegaron. El viernes 13, yihadistas armados mataron a unas 150 personas en seis acciones realizadas de manera simultánea en lugares públicos de París. De golpe, la guerra en Irak y Siria contra esta organización –en la que participa el ejército francés– se trasladó a las calles de la Ciudad Luz.
El concierto de los cuatro músicos californianos del grupo Eagles of Death Metal empezó de manera extraña, en la sala Le Bataclan: El vocalista clavó un cuchillo en una bocina. El recinto ubicado en el número 50 del bulevar Voltaire –un escenario, una sala, un balcón y un pequeño restaurante– estaba lleno el viernes 13.
Poco menos de una hora después del arranque de la tocada, el caos se apoderó del lugar. Según los reportes, cuatro hombres armados con rifles de alto calibre asesinaron a los guardias de seguridad, ingresaron al recinto –algunos sobrevivientes aseveran que gritaron “¡Allahu akbar!” (¡Dios es grande!)– y abrieron fuego de manera indiscriminada contra las centenas de personas que asistían al concierto. Entre la oscuridad y el elevado volumen de la música, los asistentes tardaron en reaccionar.
“En un inicio pensamos que era parte del show, pero rápidamente entendimos”, recordó un testigo. “Disparaban hacia la masa. Estaban armados con rifles pesados, me imagino que eran kaláshnikov, hacían un ruido infernal. Había sangre por todos lados, cadáveres por todos lados. Se oían gritos. Todos intentaron huir. La gente se aplastaba. Era un infierno”.
Julien Pearce, periodista de la radio Europe 1, se encontraba en la sala y recordó: “Escuchamos detonaciones en la parte trasera de la sala. Me di la vuelta y observé a dos hombres con rifles en bandolera. No llevaban máscaras. Eran muy jóvenes: tendrían unos 20 años. Iban vestidos todos de negro, con una pequeña barba”.
El reportero explicó que los atacantes –pertenecientes al Estado Islámico, según confirmó el gobierno francés– “dispararon al azar sobre la multitud”, vaciaron sus cargadores una y otra vez contra el público y los caídos. En el piso se amasaban personas agonizantes, y los asaltantes abrían fuego con ráfagas “de tres o cuatro segundos”.
Tres asistentes del concierto, consultados por el diario Libération, vieron desde el balcón cómo los agresores masacraron primero a los clientes de la barra. “Luego vimos un movimiento en la pista. Era como el paso del viento en el trigo: todos caían –muertos, heridos y vivos–. Aunque no tengamos experiencia de la guerra, entendimos de inmediato lo que ocurría”, relataron.
Un vigilante les indicó una salida de emergencia; dos de ellos subieron hasta la azotea y otro se refugió en una sala.
Una mujer subió al escenario y alcanzó la sala, donde permaneció con otras 25 personas durante más de dos horas. “Teníamos una probabilidad sobre dos de recibir una bala al subirnos. Escuchamos a la gente que gritaba, los rehenes sobre todo, y las amenazas de los atacantes: ‘¡Mírame!’, decían.
“Después de 10 minutos interminables, todavía no era una toma de rehenes sino una carnicería. Mucha gente estaba en el piso, herida o convulsionando. Desafortunadamente no podían hacer nada, por temor”, abundó Pearce.
Junto con un grupo de aproximadamente diez personas, el periodista logró escapar del recinto y salir hacia la calle Charonne, en la cual encontraron una situación “apocalíptica”: cuerpos y personas gritando de dolor en las banquetas.
Afuera los esperaban paramédicos y periodistas. “(Cuando iba saliendo) caí al suelo, pero alguien me levantó y logré escapar. Pero todos mis amigos se quedaron adentro. Es terrible, es una carnicería”, explicó Eduard Veilly.
Daniel Psenny, un periodista de Le Monde, vive atrás de Le Bataclan. Grabó la huida de decenas de personas por las dos puertas traseras. En el video se observa un torrente de gente salir del edificio y correr a toda velocidad en la calle. Una y otra vez se oyen los ruidos secos de disparos. Algunas personas arrastran a otras, inertes. Un hombre grita, desesperado: “¡Oscar! ¡Oscar!”…
Se observa a tres personas que han salido por las ventanas del tercer piso y se agarran a los marcos, colgando en el vacío. “¡Por favor, le ruego: voy a soltarme, estoy embarazada, le ruego”!, suplica una mujer.
“¿Qué pasa?”, pregunta el reportero. “¡Nos disparan!”, le contesta una voz femenina.
Más tarde en la noche, entre la vorágine de noticias y rumores, se dio a conocer que los asaltantes se habían encerrado en una sala del primer piso con un centenar de rehenes.
Un testigo, al que entrevistó posteriormente la AFP, se refugió en los baños del segundo nivel durante el tiroteo. Escuchó que los asaltantes hablaron con los rehenes sobre las intervenciones militares francesas en Siria y en Irak: “Es culpa de (el presidente François) Hollande… no tiene por qué intervenir en Siria”…
“Todavía estoy en Le Bataclan. 1er piso. ¡Herida grave! Que empiecen el asalto lo más rápido. Hay sobrevivientes adentro. Están abatiendo a todo el mundo. Uno tras otro. 1er piso rápido!!!”, escribió a medianoche Benjamin Cazenoves –un asistente al concierto– en su cuenta de Facebook.
Se aproximaba la una de la madrugada cuando un grupo policiaco de élite ingresó a la sala. El testigo escuchó más disparos y cuatro deflagraciones: De acuerdo con el fiscal parisino Michel Cadot, tres de los agresores activaron sus cinturones explosivos ante la llegada de los policías. Éstos abatieron al cuarto, cuya bomba detonó al chocar contra el suelo.
Al cierre de esta edición (viernes 13) el balance provisional de la masacre en Le Bataclan se elevaba a más de 82 asesinados, pero las autoridades advirtieron que probablemente la cifra aumentará los próximos días, ya que decenas de clientes se encontraban en estado crítico.
Dos ráfagas prolongadas
La noche del viernes corría de manera normal en la terraza del restaurante Le Petit Cambodge, donde muchos consideran que se sirve la mejor comida camboyana de París. Frente al restaurante –ubicado en la esquina de las calles Bichat y Alibert, a una cuadra del canal Saint Martin– parisinos y turistas bebían tranquilamente en el bar Carrillon.
La periodista holandesa Suzan Yucel y la estudiante Agathe Moreaux platicaban en una terraza, a la espera de que una mesa se liberara en Le Petit Cambodge. Frente al establecimiento se estacionaron dos autos de color negro. Un hombre alto y de cabello oscuro descendió de uno de los vehículos. Y disparó dos ráfagas prolongadas: la primera contra el Carrillon y, tras recargar, sobre los clientes de Le Petit Cambodge.
“Escuchamos algo muy ruidoso que parecían fuegos artificiales, como 20 o 30 disparos”, recordó Moreaux en entrevista con Globalnews.
Desde su departamento en la calle Bichat, una mujer escuchó los tiros y se asomó por su ventana. “Vi gente corriendo, dos carros estacionados. Otra vez disparos, y gente tirada en el piso, frente al Carillon. Luego vi a uno de los carros salir de delante de mi casa. Sobre todo vi al pasajero de adelante, que me pareció muy joven, de 18 o 20 años. Se fueron rápidamente”, contó a Le Monde.
A media cuadra, un pequeño carro estaba acribillado. Una moto estaba tirada a media calle y dos personas yacían con lesiones graves.
Una testigo describió a Libération el ambiente después de la masacre: “Era surreal. Nadie se movía en el restaurante y todos estaban en el piso en el bar Carrillon. El ambiente estaba muy calmado, la gente no entendía lo que ocurría. Un hombre llevaba a una chica en sus brazos. Se veía muerta”.
Según los reportes oficiales, a altas horas de la noche del viernes 14 personas habían fallecido en el ataque de la calle Bichat y otras 10 se encontraban heridas, en “emergencia absoluta”.
En el mismo momento, escenas similares ocurrían en cuatro puntos de los distritos 10 y 11, a corta distancia del río Sena y en uno de los corazones de la noche parisina.
Así, a tres cuadras del Petit Cambodge, en la calle Fontaine-au-Roi, un hombre llegó caminando, sacó un arma y disparó sobre la veintena de clientes de la pizzería La Casa Nostra, que estaban sentados en la terraza.
“La escena duró un minuto. Entró en el bar de al lado y, cuando salió, vi cuerpos en el piso. Dos pasajeros de un auto fueron heridos también”, relató un empleado de McDonald’s a Le Figaro. La agresión dejó cinco muertos y ocho heridos graves.
A las nueve y media, un auto negro se detuvo enfrente del café La Belle Équipe, ubicado en el número 92 de la calle Charonne, distrito 11.
Dos hombres, con los rostros descubiertos, descendieron del vehículo. “Tenían rifles. Escuché disparos. Muchos disparos. Tenía la impresión de que estallaban cohetes al mismo tiempo. Duraron al menos tres minutos. Había pánico. Luego, los hombres volvieron al auto y se fueron”, relató una vecina a Libération.
“Hubo dos ráfagas, quizá 100 balas fueron disparadas. Los tiros volaban hacia todos los sentidos”, recordó otra testigo.
Una vecina relató a France Info que, después de la balacera, vio a un hombre gritando a su prometida que no se durmiera. “Ella estaba en una camilla, la llevaron”.
En el número 253 de la avenida Voltaire, un terrorista suicida se hizo estallar con su bomba, pero no cobró más vidas que la suya.
Otros tres suicidas
A las 9:20 de la noche, en el Estadio de Francia –ubicado en el barrio de Saint-Denis, al norte de París–, la selección gala se enfrentaba a la alemana en un partido amistoso. Transcurría el primer tiempo cuando se escuchó una explosión.
“Fue un ruido enorme. Pensaba que algún cohete había estallado en el estadio”, recuerda Damien Bettinelli, quien se encontraba en la tribuna F con su hermano.
En entrevista con Proceso, explica que el público no reaccionó: algunos miraron hacia atrás, pero el partido siguió y volvió a captar su atención. Afuera del recinto, detrás de la tribuna, un suicida acababa de detonar la bomba que tenía colgada en el cuerpo. Agentes de seguridad evacuaron de manera discreta al presidente Hollande, quien asistía al cotejo.
Narra: “Cinco o 10 minutos después hubo una segunda explosión, tan fuerte como la primera. Ahí empezamos a pensar que algo no era normal. Mi hermana trabaja en el servicio de seguridad de la federación de futbol. Le pregunté pero tampoco sabía de dónde venía el ruido. Pensaban que era un tanque de gas”. En realidad, otro suicida había activado su cinturón cerca de un restaurante.
Durante la pausa del medio tiempo, Bettinelli y su hermano notaron que las puertas estaban cerradas y que los vigilantes no podían explicarles por qué. De pronto sus celulares se inundaron de notificaciones y mensajes con noticias sobre los tiroteos del centro de París. Sin embargo, el partido de futbol siguió.
A las 9:53 ocurrió una tercera explosión, ahora del otro lado del estadio. Tampoco generó mayores reacciones. A unos 15 minutos de que terminara el juego, los guardias abrieron algunas rejas –las que no desembocaban a los lugares de las explosiones–, y la gente “salió en masa” pero “sin pánico”, precisa Bettinelli. Afuera, helicópteros surcaban el cielo.
Cuando acabó el partido, cientos de aficionados se reunieron en la cancha. Desde las bocinas una voz los urgía a mantener la calma. Poco a poco, el recinto se vació y los 80 mil asistentes regresaron a sus casas.
“El metro estaba lleno. Toda la gente se miraba con desconfianza”, recuerda Bettinelli, y añade: “Fue peor que (el atentado contra la revista satírica) Charlie Hebdo (perpetrado en enero pasado, con saldo de 12 muertos), porque ahora mataron a toda clase de personas”.
Además de los tres suicidas, una persona falleció en las explosiones.
En total, unas 150 personas murieron en la noche más trágica que haya vivido París en las últimas seis décadas. Al cierre de esta edición, aproximadamente un centenar de personas se encontraban graves, y alrededor de 200 tenían heridas menos graves. Ocho terroristas murieron en el atentado múltiple; siete de ellos estallaron junto con sus bombas. l
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