domingo, 9 de agosto de 2015

La oligarquía y sus mozos de estribo .- León García Soler



P
rimero ser y luego cómo ser. Después de las apabullantes derrotas electorales y las vergonzosas exhibiciones amorales del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Carlos Navarrete sube a la tribuna y dicta cátedra de darwinismo social: o renovamos el mando y el modo o seremos un partido (¿una especie?) en peligro de extinción. Ante el desdén patronal y la desesperación de los trabajadores urbanos y campiranos, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) recuerda que es el partido en el poder y está a la mitad del río; entre las corrientes bravas de la alternancia, ve que en las riberas y el llano hay muchos priístas descontentos, marginados, aislados del poder restaurado: espectadores pasivos del festín reservado a la generación heredera del arte de birlibirloque, que convierte el poder en oro.
Algo está podrido en la comarca. No ha hecho falta que un Trump nativo se postule aquí aspirante independiente a la Presidencia para saber que en México estamos en plena rebelión contra la clase gobernante y las clases dominantes, a las que sirven de mozos de estribo los que dicen que hacen política. En una discreta publicación, Jimmy Carter, magnífico ex presidente de Estados Unidos, respondió a las preguntas del entrevistador con la sinceridad que muchos, entre otros los colaboradores de José López Portillo, confundieron con ingenuidad. Estados Unidos, dijo, son ya una oligarquía en la cual impera la corrupción y los candidatos a todo cargo de elección reciben dinero privado y sirven a los intereses de sus patrocinadores. En el imperio vecino del norte y aquí, la oligarquía se aproxima a la plutocracia.
Con o sin adjetivos. En las ruinas de las izquierdas que se conformaron y unificaron después del lance electoral de 1988 y en torno a la persona y el apellido de Cuauhtémoc Cárdenas, el poder cobró un costo exorbitante. Los dispersó la danza de los millones y las rentas del dinero público que la ley otorgó al sistema plural de partidos para evitar la infiltración de capitales turbios, sean de origen empresarial o francamente criminal: el trasiego del narco de todos tan temido, el crimen organizado declarado, convertido en amenaza a la existencia del Estado mismo. Ojalá la confesión pública, el reconocimiento de que el silencio cómplice en Iguala y sus secuelas, la ambición de prebendas y dinero público se tradujeron en descrédito y en derrotas electorales, pudiera evitar la disolución del PRD.
Hace falta un partido de izquierda en el desquiciado sistema plural de partidos que padecemos. Diría que muchos, pero parte del dilema, de la descomposición y la apostasía ideológica es precisamente la dispersión de esas fuerzas. Paradójicamente, provocada en gran parte por la concentración del mando omnímodo, intocable, del liderazgo personalísimo de Andrés Manuel López Obrador. Único líder social de alcance nacional que hemos tenido en México a lo largo de las décadas decadentes que nos han visto hundirnos en la marasmo de la desigualdad, de la concentración del capital en unos cuantos y la multiplicación brutal de la pobreza, del hambre. Mal podrán los chuchos someter a los fieles de Morena al retorno a un lugar en el que nunca estuvieron.
En el PRI se impuso el sentido común a la desconfianza de los validos de palacio, el temor a perder las mayorías que extrañamente les otorgaron los electores y la impecable lógica de las alianzas pragmáticas: Saber sumar. Los que han gozado de la cercanía con el poder, la que da influencia, propusieron en la intimidad y luego divulgaron la postulación desde las alturas de Aurelio Nuño,jefe de la oficina de la Presidencia. ¿Qué necesidad tenían de exponer a un colaborador íntimo de Enrique Peña Nieto a un combate imaginario y la apariencia de una dura derrota personal? Seguramente querían ver a Manlio Fabio Beltrones lejos del centro del poder.
El optimismo delirante les impedía ver al gran número de priístas disgustados por el aislamiento, por el acceso limitado al reducido círculo integrado en torno al rápido ascenso de Enrique Peña Nieto. No es el caso, pero un político con experiencia, con seguidores y partidarios, movidos o no por la ambición o la necesidad, puede mover muy fácilmente a los descontentos en torno suyo. No es el caso. Beltrones ha hecho política durante muchos años. Tantos, que los enemigos gratuitos y los sicofantes invocan a Don Fernando Gutiérrez Barrios, venga o no a cuento la política interior como artificio de Fouché o el de De Maistre.
Es la tercera ocasión que se le menciona como seguro dirigente del PRI. Ha dicho que la segunda ocasión contendió y perdió. Vale la pena hacer memoria de la primera vez. Porque entonces le propuso Carlos Salinas de Gortari hacerse cargo de la presidencia del CEN del partido. A Luis Donaldo Colosio lo habían asesinado en Tijuana, en Lomas Taurinas. Carlos Salinas era presidente de la República, el mismo que había dicho a los del PRI: No se equivoquen. Y había estallado la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas y Manuel Camacho se había convertido en el negociador con el subcomandante Marcos y de la mano del obispo Samuel Ruiz. Mataron a Colosio y el ex presidente Salinas le pidió al gobernador de Sonora fuera personalmente a Tijuana y le informara lo consecuente. Manlio Fabio Beltrones cumplió. Y pagó un alto costo en el tenso clima político que imperaba.
Carlos Salinas, decía, pidió a Manlio Fabio Beltrones que presidiera el CEN del PRI. Éste le respondió que generaría recelos y disgustos que un priísta de Sonora se convirtiera en dirigente del partido tras haber sido asesinado Luis Donaldo Colosio, el candidato nativo de Sonora. Poco tiempo después alguien le reprocharía a Manlio Fabio no haber aceptado lo que le pedía el Señor Presidente, su amigo, cuando lo necesitaba. La respuesta, las razones de la negativa probarían la visión política de Beltrones y la sinrazón o mala fe de quienes cuestionaron su decisión:
–De haberme convertido en presidente del CEN del PRI, hubiera estado a mi cargo la conducción formal de la campaña de Ernesto Zedillo. Nadie ponía en duda la victoria del PRI. Y efectivamente, Ernesto Zedillo se convirtió en titular del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. La experiencia personal y la memoria histórica garantizaban que en cuanto se diera la sucesión del poder, me designarían colaborador del Ejecutivo en cualquier cargo, seguramente menor, posiblemente un marinazo como el de Adolfo Ruiz Cortines al general Rodolfo Sánchez Taboada. Eso, en el mejor de los casos. Pero habría persecución, quizá cargos y procesos que resultarían en desprestigio o en prisión. Ahí hubiera terminado mi carrera política. Pero como gobernador de Sonora ejercería el poder y dispondría de recursos políticos para impedir una persecución.
Cito de memoria una conversación informal, pero nada casual. Beltrones sabe lo que es el poder, que puede ejercerse para perseguir o servir a los mandantes y a sus compañeros de partido. Porque lo sabe, no come lumbre. Y no tiene miedo a declarar abiertamente que será un dirigente muy cercano al jefe del Ejecutivo de la Unión, al cual, dijo, sin ninguna inhibición consultaré cuantas veces sea necesario, porque para eso somos el partido en el gobierno.
El PAN y sus disputas por el botín electoral, y lo que rindan los moches y otras de las corruptelas de la desmemoria confrontada con la impunidad imperante y el poder sin rumbo, justifica el rechazo a la clase política de la que forma parte. Se inclinará por Ricardo Anaya, el santo niño, y Gustavo Madero bendecirá la coalición del mal y la virtud.

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