MÉXICO, D.F. (apro).- Hace tiempo que los partidos políticos en México dejaron de ser representantes de la sociedad. Este distanciamiento o falta de representatividad se ha ido dando conforme los miembros de estas agrupaciones dejaron de encabezar los movimientos sociales que en su mayoría son demandas de derechos establecidos en la ley y que no se cumplen.
Metidos en sus propias agendas de poder, los partidos sufren una severa crisis de legitimidad, sobre todo los que alguna vez se nutrieron de las corrientes de izquierda y que eran las portavoces de los grupos sociales que lucharon por un cambio del régimen de sistema único, contra toda expresión de abusos del poder, por los derechos humanos y, sobre todo, en contra de la corrupción, la impunidad y la injusticia.
Los partidos políticos en general, incluyendo al PRD, han repetido las mismas prácticas de inducción, coacción y compra de votos para mantener su registro y, con ello, seguir obteniendo miles de millones de pesos del presupuesto público.
Visto de esta manera, para muchos de sus integrantes y dirigentes, estar en un partido y mantenerlo registrado es el gran negocio de su vida y por ello lo administran como una franquicia exclusiva de la cual sacan provecho ampliando el negocio mediante la comercialización de la marca en la obtención de prebendas o en la gestoría de demandas de tierra, vivienda, salud, educación y salud, derechos que deberían de estar garantizados por el Estado.
El PRD nació en 1989 precisamente como una amalgama de aquellos partidos de izquierda –comunistas y socialistas—, líderes de movimientos sociales, estudiantiles, de colonos, sindicales y de derechos humanos, junto con personajes identificados con las corrientes nacionalistas del PRI encabezadas por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, entre otros.
Con esa representatividad social y de izquierda el perredismo avanzó a pasos agigantados hasta convertirse en la segunda fuerza política nacional en la elección del 2006. Muchos de esos líderes sociales, estudiantiles, campesinos, indígenas, obreros y sindicales se hicieron legisladores y otros gobernantes. Pero al mismo tiempo que se empoderaron y entronizaron, se fueron alejando de sus principios y bases.
El PRD se perdió en la pelea de corrientes, tribus y liderazgos que buscaron a toda costa un espacio de poder. La izquierda olvidó sus principios de transformación social y se aliaron a los partidos tradicionales para repartirse las cuotas del poder legislativo y ejecutivo. Dejaron de escuchar las voces sociales que inundaron las calles y ya no respondieron a las exigencias de acabar con la corrupción, la injusticia y la impunidad.
El PRD dejó de ser de izquierda y se transformó en una franquicia de grupo político con los mismos vicios que tanto criticó de inicio: la corrupción, el amiguismo, el compadrazgo, tráfico de influencias, la impunidad y el negocio familiar.
Lo mismo pasó con el PRI que dejó de ser desde hace mucho nacionalista y revolucionario y el PAN que ya no es una alternativa honesta y democrática desde el 2000 para la mayoría de la ciudadanía que cada vez participa menos en las elecciones.
Twitter: @GilOlmos
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