Cientos de miles de madres de todas las edades caminan por las ciudades, llevan en sus brazos y en el pecho el estandarte de la fotografía de su hija, su hijo, su nieta; la multitud corea como un mantra la palabra justicia.
Las madres de los jóvenes de Ayotzinapa lo han dejado todo: sus milpas, sus hogares, su vida cotidiana, para entregarse en cuerpo y alma a la búsqueda.
Ellas saben mejor que nadie que sus hijos han sido víctimas de una persecución política, que su desaparición tienen visos concretos de limpieza social; no es su imaginación, sino su conocimiento y una vida en resistencia lo que les da fuerza.
Las madres de los pequeños muertos en la guardería ABC han dejado la vida normal en el pasado, su persistencia no tiene fin, porque conocen el amargo sabor del silenciamiento orquestado por el gobierno, por las autoridades judiciales. Porque a ellas, como a las miles de madres y abuelas de personas desaparecidas, desde migrantes hasta gente de pueblos y ciudades, desde estudiantes hasta policías y soldados honestos, desde niñas y mujeres de Chihuahua, Guanajuato y el Estado de México, los políticos en el poder les han negado el derecho a conocer al verdad, les han negado el acceso a una justicia posible, les han negado la existencia de su dolor y su pérdida.
Detrás de cada injusticia en México está la crueldad de los servidores públicos que encubren, ocultan, mienten y promueven la ineficacia de las instituciones.
Detrás de esos hombres de poder que nos gobiernan, que llevan en sus manos las llaves de las procuradurías de justicia, hay una ideología en la que debemos reparar.
Para comprender a gobernadores que persiguen, difaman y encarcelan a quienes exigen que sus derechos sean respetados, hay una ideología concreta que manda su proceder día y noche.
Tal vez Javier Duarte, de Veracruz; Eruviel Ávila, del Estado e México; y Roberto Borge, en Quintana Roo, entre otros, tengan cierto grado de delirio pinochetiano tropical, pero detrás de ellos no hay un ideal de Nación, ni un deseo de servir para pasar a la historia, ni siquiera un proyecto de trascendencia histórica de buen líder. Son los ideólogos del desamparo: todo para ellos, nada para la sociedad.
Por eso les irrita, les indigna y les pone rabiosos la crítica sustentada, las manifestaciones, la fuerza de las madres que buscan a sus hijas e hijos, les molesta la verdad, porque viven sumidos en la ficción del poder oligárquico. Ellos creen en someter a la sociedad para simular su democracia por el bien del progreso económico; creen en la estabilidad aparente como símil de mejoramiento.
Juan Villoro dijo recientemente “Quien está preso en un estilo de pensar ideológico no tiene por qué aceptar que su creencia se deba a intereses particulares, porque él sólo ve razones. En realidad, si aceptara que su creencia es injustificada y que sólo se sustenta en intereses, no podría menos que ponerla en duda. Por eso la crítica a la ideología no consiste en refutar las razones del ideólogo, sino en mostrar los intereses concretos que encubren“.
De allí que cuando analizamos a estos políticos debemos tomar en cuenta que los motivos ulteriores de su ideología son única y exclusivamente obtener y mantener el poder para enriquecerse. A ninguno de ellos los mueve, como diría Carl Jung, la fuerza del alma empática, su motor es el ego, de allí que ante la ausencia de liderazgo real, se fabriquen una credibilidad de cartón utilizando periodistas corruptos, negociando con las televisoras que cobran por minuto la ficción de un falso buen gobierno.
Son ellos los ideólogos de un país de mentiras, los que con su pequeño dedo pulgar intentan ocultar el inmenso sol radiante que arroja luz sobre las 22 mil desapariciones forzadas y los miles de presos de conciencia; sobre los cien mil asesinatos; sobre los seis feminicidios que suceden a diario; sobre el ignominioso e inolvidable incendio que cobró la vida de niños y niñas en Sonora.
Sin embargo aquí están millones de personas que toman las calles para recordarles que de éste lado de la frontera ciudadana caminan las y los creyentes en la democracia, que mientras más crezca el puño de hierro del gobierno, más fuerza tomará la marcha por la libertad ganada.
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