Mientras el papa Francisco manifiesta su preocupación por la situación que nubla el futuro de los más pobres, incluidos los mexicanos, entre los que se encontraban los normalistas de Ayotzinapa, hay sacerdotes muy ajenos a los sufrimientos de quienes tienen la desventura de formar parte de la masa humana más desamparada, como el arzobispo de la Iglesia ortodoxa, Antonio Chedraoui, quien en declaraciones a los medios exigió que cesen las manifestaciones y demandó a los padres de los muchachos desaparecidos dejar que “las autoridades trabajen en las investigaciones, por el bien y la unidad de México”.
En el festejo de su cumpleaños 83, al que se dieron cita connotados personajes de la política, el empresariado y otros líderes religiosos, señaló: “Nosotros lo sentimos mucho y nos duele hasta el corazón, pero con vandalismo o cerrando caminos no los vamos a recuperar” (a los estudiantes). Por su parte, el ex obispo Onésimo Cepeda pidió a los familiares de los normalistas desaparecidos, “tener confianza en el gobierno y esperar el resultado de las investigaciones”. Comentó: “Si ya desaparecieron, ya desaparecieron… es muy penoso, nunca debió ocurrir, pero si los quieren vivos, no creo que estén vivos. Entonces es mejor pedir por ellos y no armar luchas violentas”.
Es decir, que para ambos prelados no se justifica la indignación ciudadana ante un crimen de lesa humanidad, y como dijo Enrique Peña Nieto a los mexicanos: “Ya supérenlo”. Esto mismo es lo que dijeron, con otras palabras, a quienes no aceptan cruzarse de brazos y ver cómo el país se deshace ante la deshumanización y voracidad de una élite con la que se solidariza el alto clero mexicano. Qué diferente sería la vida en México si quienes tienen posibilidad de influir en el comportamiento de las élites lo hicieran con un concepto ético y verdaderamente apegado a la palabra de los evangelios. Sin embargo, pocos son quienes se resisten a los halagos y privilegios que se derivan de su elevado rango en el episcopado, a pesar de que el actual jefe del Estado vaticano les pone un digno ejemplo de solidaridad humana y congruencia religiosa.
Si la realidad nacional es en estos momentos de profundo dramatismo y graves riesgos por todos lados, no es por el vandalismo de quienes hartos de tanto abuso se deciden a protestar, sin caer en provocaciones como así lo han demostrado los familiares y amigos de los normalistas desaparecidos, sino por la brutal desigualdad existente en México, un serio problema que afectará a las nuevas generaciones y en la hora presente constituye un gran freno al desarrollo social y un gravísimo problema económico, al hundir el mercado interno en la mediocridad y por ende en una pobreza endémica. ¿Acaso no se dan cuenta de tan lamentable situación ambos prelados?
Qué fácil sería para la oligarquía que los agraviados por sus abusos y humillaciones se cruzaran de brazos y aceptaran con total resignación “superar” tanto desmán en su contra. Eso es lo que quisieran, para no tener que recurrir a la represión abierta y seguir manteniendo la fachada “democrática” que les gusta presumir en los discursos y en los foros extranjeros. Lo razonable en las actuales condiciones del país, es que quienes tienen oportunidad de influir en el comportamiento de las élites lo hicieran anteponiendo la ética a cualquier otra cuestión. Porque deben saber perfectamente, quienes como los mencionados sacerdotes se codean con las cúpulas del poder, que las masas empobrecidas no cierran carreteras ni protestan por el gusto de hacerlo, sino porque no se les deja ninguna otra alternativa.
Qué saludable sería para la nación que en vez de regañar a los pobres, los dignatarios de las diferentes iglesias, particularmente la católica, se solidarizaran con ellos, como lo ha demandado reiteradamente el Papa Francisco. A quienes deberían llamarles la atención, aunque sea con palabras comedidas y en privado, es a los integrantes de la élite oligárquica, pues son ellos los que están llevando a las masas depauperadas a la desesperación y a la pérdida de confianza en las instituciones. México es el país más desigual y reaccionario actualmente en América Latina, pero de ello no parecen darse cuenta quienes podrían obrar con un elemental sentido humano, a fin de acabar con las causas profundas del encono social.
En el festejo de su cumpleaños 83, al que se dieron cita connotados personajes de la política, el empresariado y otros líderes religiosos, señaló: “Nosotros lo sentimos mucho y nos duele hasta el corazón, pero con vandalismo o cerrando caminos no los vamos a recuperar” (a los estudiantes). Por su parte, el ex obispo Onésimo Cepeda pidió a los familiares de los normalistas desaparecidos, “tener confianza en el gobierno y esperar el resultado de las investigaciones”. Comentó: “Si ya desaparecieron, ya desaparecieron… es muy penoso, nunca debió ocurrir, pero si los quieren vivos, no creo que estén vivos. Entonces es mejor pedir por ellos y no armar luchas violentas”.
Es decir, que para ambos prelados no se justifica la indignación ciudadana ante un crimen de lesa humanidad, y como dijo Enrique Peña Nieto a los mexicanos: “Ya supérenlo”. Esto mismo es lo que dijeron, con otras palabras, a quienes no aceptan cruzarse de brazos y ver cómo el país se deshace ante la deshumanización y voracidad de una élite con la que se solidariza el alto clero mexicano. Qué diferente sería la vida en México si quienes tienen posibilidad de influir en el comportamiento de las élites lo hicieran con un concepto ético y verdaderamente apegado a la palabra de los evangelios. Sin embargo, pocos son quienes se resisten a los halagos y privilegios que se derivan de su elevado rango en el episcopado, a pesar de que el actual jefe del Estado vaticano les pone un digno ejemplo de solidaridad humana y congruencia religiosa.
Si la realidad nacional es en estos momentos de profundo dramatismo y graves riesgos por todos lados, no es por el vandalismo de quienes hartos de tanto abuso se deciden a protestar, sin caer en provocaciones como así lo han demostrado los familiares y amigos de los normalistas desaparecidos, sino por la brutal desigualdad existente en México, un serio problema que afectará a las nuevas generaciones y en la hora presente constituye un gran freno al desarrollo social y un gravísimo problema económico, al hundir el mercado interno en la mediocridad y por ende en una pobreza endémica. ¿Acaso no se dan cuenta de tan lamentable situación ambos prelados?
Qué fácil sería para la oligarquía que los agraviados por sus abusos y humillaciones se cruzaran de brazos y aceptaran con total resignación “superar” tanto desmán en su contra. Eso es lo que quisieran, para no tener que recurrir a la represión abierta y seguir manteniendo la fachada “democrática” que les gusta presumir en los discursos y en los foros extranjeros. Lo razonable en las actuales condiciones del país, es que quienes tienen oportunidad de influir en el comportamiento de las élites lo hicieran anteponiendo la ética a cualquier otra cuestión. Porque deben saber perfectamente, quienes como los mencionados sacerdotes se codean con las cúpulas del poder, que las masas empobrecidas no cierran carreteras ni protestan por el gusto de hacerlo, sino porque no se les deja ninguna otra alternativa.
Qué saludable sería para la nación que en vez de regañar a los pobres, los dignatarios de las diferentes iglesias, particularmente la católica, se solidarizaran con ellos, como lo ha demandado reiteradamente el Papa Francisco. A quienes deberían llamarles la atención, aunque sea con palabras comedidas y en privado, es a los integrantes de la élite oligárquica, pues son ellos los que están llevando a las masas depauperadas a la desesperación y a la pérdida de confianza en las instituciones. México es el país más desigual y reaccionario actualmente en América Latina, pero de ello no parecen darse cuenta quienes podrían obrar con un elemental sentido humano, a fin de acabar con las causas profundas del encono social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario