domingo, 28 de diciembre de 2014

Aquí ya no hay inocentes .- León García Sol


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Morena Naucalpan organizó una protesta en las Torres de Satélite. Asistieron dos alumnos de la Escuela Normal de AyotzinapaFoto Pablo Ramos
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e acaba el año. La cosecha criminal nunca se acaba. Se ha sembrado de muertos y tumbas colectivas la superficie de la suave patria. Se acaba el año y para colmo, hoy es día de los Santos Inocentes. Como en los procesos penales, puede haber no culpables. Pero nadie puede hablar de inocentes en la marcha de la estulticia y la complicidad hacia el abismo.
Ahí están las cifras del espanto: Los 400 mil menores de edad, niños desaparecidos en el México que apostó al libre mercado, al capitalismo financiero, al imperio del rey de oros. Los datos publicados por una organización no gubernamental (ONG) no hacen el recuento dedesaparecidos en la guerra de Calderón que hizo suya el gobierno de Enrique Peña Nieto. Son los hijos de la desigualdad, de la marginación, del olvido y la enajenación. De la miseria y el hambre. Del progreso medido en cifras aprobatorias de las calificadoras y la rígida tutoría del Fondo Monetario Internacional. De la implacable demolición de las instituciones erigidas como apoyo al agro, al tránsito de lo rural a lo urbano; semillas, crédito y avío para transitar del arado egipcio, o de la coa, a los discos de hierro para barbechar, preparar la tierra para riego parejo; cultivar, cosechar y almacenar. Eso y mucho más.
¿Cómo hablar de santos inocentes y culpar a Herodes? ¿Cómo jugar a la inocente palomita si todos nos hemos dejado engañar? ¡Faltan 43! Grito de los de abajo. Y de los que no usan máscaras ni empuñan machetes a la hora de rendir cuentas, pero no dan la cara. Se hicieron del poder político y de cómplices; y cuando se alzan las voces de las víctimas que exigen justicia, se unen al coro griego: ¡Fue el Estado! Si los periodistas preguntan por qué y cómo se fundieron y confundieron con narcotraficantes, con sicarios uniformados de policías y pagados por el erario municipal, suben rápidamente a la flamante camioneta y responden: Hoy no hay declaraciones. ¿A quién le vamos a preguntar qué hacer y cuándo, no tan sólo con los 43 que faltan, sino con los 400 mil menores de edad desaparecidos en la locura del desplome social de la que todavía es nuestra tierra, espacio común de nuestra responsabilidad?
Vamos ahora a elogiar hombres famosos, tituló James Agee la obra formidable de imágenes de familias migrantes del sur empobrecido, en los años de la Gran Depresión en Estados Unidos. Nuestra amarga realidad: Más de 50 millones de mexicanos en la pobreza, entre los millones de miserables de la Tierra que todas las noches se acuestan con hambre, va destruyendo nuestra capacidad de asombro, de indignación: 400 mil menores de edad que se tragó la desigualdad son cifras de las que una ONG hace el recuento. Nada vemos. Nada reclamamos. Hacen falta el sonido y la furia, la desesperación de los padres de jóvenes campesinos, estudiantes de una normal rural en el paupérrimo estado de Guerrero, para que reaccionemos y exijamos que aparezcan vivos los 43 desaparecidos de Ayotzinapa.
A José Stalin le atribuyen la frase diabólica: Un muerto es un crimen. Un millón de muertos son una estadística. Se acaba el año y nuestros hombres famosos hacen cuentas de los votos que necesitarán para conservar, para aumentar, las cantidades de dinero que el Estado otorga a las entidades de interés público, para que el dinero sucio no se apodere del sistema electoral. La política se hace con dinero. Y quienes más dinero tienen se hacen dueños de los que hacen como que hacen política. Política moderna, de la que se despojó de añejas ideologías y adoptó los dogmas neoconservadores de la reducción del Estado al mínimo de los mínimos y la multiplicación del capital acumulado en pocas manos como garantía de estabilidad, de disciplina fiscal, de solidez económica, como la piedra del tormento de Sísifo.
Tanto monta, monta tanto, el capitalismo renano como el reaganiano Acá de este lado, en el México de la segunda alternancia, todo bajo control: Si se desploma el valor del barril de petróleo crudo, tenemos un seguro que cubra casi todo lo que fijamos como valor en el presupuesto de ingresos. Si el dólar cuesta cada día más pesos no hay devaluación: flota nuestra moneda en el mar de los sargazos. Y los exportadores beneficiarios del Tratado de Libre Comercio, lejos de agradecer las ventajas relativas del mercado, se quejan amargamente porque en la reforma fiscal el Estado, que sigue dependiendo del ingreso petrolero, se atrevió a insinuar aumentos al impuesto sobre la renta: Quieren impuesto progresivo. ¡Nada más eso nos faltaba!
Se acaba 2014. El PAN vuelve a su estatura de niño y de dedal, pero ajeno a la rima poética, y temeroso del sueño de la razón. Gustavo Madero se refugió en las listas plurinominales. Y lo opaco del que se fue hace parecer deslumbrante al joven Ricardo Anaya, conservador ilustrado, con el verbo de Primo Rivera y la oferta tentadora de una dictablanda mexicana. Felipillo santo ha vuelto. Su tentación totalitaria borrada por el desastre michoacano del comisionado, jefe político porfiriano impuesto sobre la soberanía estatal y el federalismo de la República que ha de ser democrática, representativa, laica y federal. O nada será. La cofradía oligárquica de Felipe Calderón tendrá a la esposa en el Congreso de la Unión y a la hermana como candidata relapso a gobernar la tierra de Melchor Ocampo.
El PRD, fundado en torno a Cuauhtémoc Cárdenas, suma de facciones del Big Bang de la izquierda universal y de los restos dispersos de los que devoró la revolución cuando degeneró en gobierno. ¿Qué es ahora? Cuauhtémoc renunció. Y Andrés Manuel López Obrador, el de la desmesura tropical y la paciencia oriental, predica la paz. Dos veces candidato, dejó al PRD, al partido de Dante Delgado y al PT, para crear Morena, su propio instrumento, partido de un solo hombre y multiplicidad de fieles que adivinan tras la palabra el inesperado prodigio de un líder social cuyas prédicas han llegado a todo el país. Con enero llegará la hora de registrar candidatos. Morena va sola, por mandato de ley. Pero se lleva a los desilusionados del PRD, convencidos de que Navarrete, Ortega, Zambrano y Graco son los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Faltan 43. Y hay 400 mil menores desaparecidos, dispersos por la desigualdad que los condena a la marginación, al olvido, a no ser más que una cifra en las estadísticas de una clase gobernante ausente de sí misma, autista, convencida de que no hay más respuesta que la del consenso neoconservador. La generación que asistió a la desaparición del PRI hegemónico, al combate desigual y absurdo entre el miedo de Ernesto Zedillo y el resentimiento de Carlos Salinas de Gortari. Tecnócratas del ITAM, la Ibero, el Tecnológico de Monterrey, compañeros de los que salieron de la UNAM y el Politécnico para irse a Harvard y a Yale.
Hoy como ayer, sin excluir los 12 años de extrema derecha ineficiente y corrupta, los 50 millones de miserables fueron una estadística. El PRI que volvió al poder con Enrique Peña Nieto encontró impulso inicial en el simple quehacer político, negociar y acordar, ceder y conceder para alcanzar los objetivos propios. Casi una marcha triunfal. Hasta que se soltaron los demonios del maridaje del crimen y el poder político en Iguala. Y 43 jóvenes, campesinos y pobres fueron víctimas de un crimen de lesa humanidad.
La furia desatada reclama suspender las elecciones. Pero no votar condenaría a los 400 mil menores desaparecidos a ser para siempre una estadística.

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