Desde los años setenta cada presidente entrante era recibido con una crisis económica. Las hubo de todos los calibres y, aun así, las catástrofes se sortearon y mal que bien hubo crecimiento económico. Durante su campaña Enrique Peña Nieto criticó duramente a los gobiernos panistas, incapaces de crecer a tasas relevantes, y prometió que él cambiaría esa tendencia. Al mexiquense no lo recibió, como a sus antecesores, un terremoto financiero, pero ni así, en sus casi dos años de gobierno, ha mejorado la situación: no crecemos, no hay más empleos, no hay mejores ingresos…
Durante los casi tres meses de su campaña electoral –del 30 de marzo al 27 de junio de 2012–, el candidato priista a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, no se cansó de fustigar a los gobiernos panistas, así fuera elípticamente, por el mediocre comportamiento de la economía del país en los últimos 11 años.
Que era una vergüenza que el crecimiento anual no llegara siquiera a 2% en promedio, decía, y comparaba con otros países de América Latina que habían crecido entre 6% y 9%, como Perú, Brasil, Argentina, Chile y Colombia.
La idea central de sus discursos en materia económica fue que el crecimiento mediocre en los últimos años había impedido generar los empleos que requiere el país, y los que hay, “pocos e insuficientes, son de baja calidad y de baja remuneración”.
Su gran promesa fue hacer que la economía crezca “por lo menos tres veces lo que ha crecido en los últimos 10 años”. Nunca arriesgó ni se comprometió con una cifra, pero eso equivale a un crecimiento de casi 6%.
Pero este lunes 1 de septiembre, 21 meses después de tomar posesión, no podrá decir que está cumpliendo sus promesas.
El crecimiento económico, en lo que va de su sexenio, ha sido más mediocre que el de los gobiernos panistas que tanto denostaba. El desempleo ha alcanzado, en algunos periodos, niveles similares y aun mayores a los de algunos meses de 2009, el peor año de la crisis económica internacional. Los empleos que se generan son pocos y mal remunerados.
Los salarios reales, cuya caída se había detenido en los gobiernos panistas, vuelven a desplomarse. La riqueza sigue concentrándose cada vez más. Los ingresos laborales del grueso de la población cada vez están más por debajo del valor de la canasta alimentaria.
Y lo peor es que Peña Nieto asumió el poder en medio de una economía sin crisis, sin sobresaltos. Heredó de su antecesor una economía que venía creciendo en promedio 4% los tres años previos y con una situación macroeconómica bien equilibrada.
Catástrofes sucesivas
José López Portillo llegó al gobierno en diciembre de 1976 padeciendo los estragos de la primera gran devaluación del peso, que durante más de 20 años se había mantenido estable con una paridad de 12.50 por dólar. El peso se fue a más de 20 por dólar y desató una inflación, inédita en esos tiempos, de 27%.
En su discurso de toma de posesión Miguel de la Madrid (1982-1988) definió cómo encontró la economía nacional. “Recibimos una economía como en tiempos de guerra”, dijo. Y en efecto, López Portillo se la había heredado en el desastre total. La deuda externa era de 80 mil millones de dólares, cuando la que él recibió de Echeverría rondaba los 21 mil millones.
Y lo demás es historia conocida: inflación de casi 100%, un déficit público de 18% del PIB, vacías las arcas del Banco de México y sobre todo una macrodevaluación de 500% el último año de su gobierno, con lo que López Portillo echó por tierra sus folclóricos dichos de “defenderé el peso como un perro” y “presidente que devalúa se devalúa”.
Carlos Salinas de Gortari llegó al cargo, en diciembre de 1988, también con una economía tambaleante. Ciertamente en el último año de Miguel de la Madrid la inflación se había reducido drásticamente, de 106% en 1986 y 159% en 1987, a 51% en 1988. Pero aun así, totalmente perniciosa.
Cuando Salinas asume, la población había pasado la peor época desde la Revolución. Para tratar de corregir los desequilibrios heredados por López Portillo, De la Madrid emprendió una política económica –inicio del neoliberalismo en México– de continuos y gravosos ajustes al gasto público que propiciaron un alto desempleo y los mayores índices de desigualdad.
El contexto económico a la asunción de Salinas era de estancamiento productivo, inflación rampante, devaluaciones continuas, un persistentemente alto déficit público y sobre todo un sobreendeudamiento que no daba margen para nada en las finanzas públicas.
Ernesto Zedillo (1994-2000) aparentemente encontró una economía con muchos de sus desequilibrios corregidos. Pero antes de cumplir un mes en el cargo se descubrió –y así lo dijeron funcionarios de su equipo económico– que la economía estaba prendida con alfileres.
Ciertamente la deuda empezaba a dejar de ser una carga brutal para las finanzas públicas; la inflación había bajado a un dígito, menos de 10%; la economía crecía, las variables macroeconómicas estaban alineadas… hasta el exceso de tener, en algunos años, un superávit público que no se correspondía con los altos niveles de desigualdad y de pobreza.
Sin embargo el 19 de diciembre de 1994 sobrevino la brutal devaluación –el “error de diciembre” que Salinas imputó a Zedillo, pero que después se demostró que era responsabilidad del primero– que acabó por desatar la peor crisis económica en la historia reciente del país.
Una brutal caída del PIB, de 6.2%; la quiebra del sistema bancario y el posterior rescate de los bancos, por casi 1 billón de pesos, que aun se sigue pagando. Más: el cierre masivo de empresas, el desempleo atroz, el mayor aumento de la pobreza en años.
Así empezó Zedillo. Pero pudo corregir rápido, con muchas medidas de política económica –algunas “salvajes”, como aumentar el IVA de 10% a 15%–, pero sobre todo gracias al rescate que se hizo de la economía nacional con la ayuda, por unos 50 mil millones de dólares, del gobierno de Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional, gobiernos europeos y la banca internacional. Zedillo dejó una economía creciendo, en su último año, casi a 7%.
En ese contexto llegó Vicente Fox en 2000. Pero fueron factores económicos externos y factores políticos internos los que empañaron el arranque de su gobierno. El ataque a las torres gemelas de Nueva York, en 2001, propició incertidumbre y nerviosismo en los mercados internacionales, que provocaron una contracción en la economía de Estados Unidos, lo cual afectó el desempeño de la mexicana.
En 2002, con la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), México fue desplazado dramáticamente del mercado estadunidense. Bajaron las exportaciones y la entrada de divisas.
En circunstancias similares llegó Felipe Calderón en diciembre de 2006. Políticamente acotado y con una economía débil ante el exterior.
Apenas el primer año, 2007, el alza súbita de los precios internacionales de las materias primas –de los granos sobre todo; el maíz en particular– propició en el país lo que se llamó la “crisis de la tortilla”, que desquició la economía de las familias mexicanas y aumentó el número de pobres en el país.
Luego en 2008 y 2009 debió enfrentar la gran crisis financiera internacional iniciada en Estados Unidos, que se tradujo aquí en un desplome de la actividad productiva en 6.1% –de las mayores caídas en el mundo–, con las consecuencias sabidas: el desplome del comercio exterior, cierre de empresas, despidos masivos, alto desempleo, crecimiento de la informalidad, más pobreza y desigualdad.
Sin embargo, propios y extraños han reconocido que México fue de los primeros en el mundo en recuperarse de la crisis. Si bien los indicadores sociales seguían negativos, desde 2010 la economía mexicana no dejó de crecer año con año por arriba del promedio mundial… hasta que llegaron Peña Nieto a la Presidencia y Luis Videgaray a la Secretaría de Hacienda.
Recepción equilibrada
Contra lo que padecieron sus antecesores, Peña Nieto asumió la Presidencia en condiciones mucho mejores: las variables macroeconómicas en equilibrio; finanzas públicas relativamente sanas; la deuda pública perfectamente manejable; el déficit público en niveles históricamente bajos; inflación controlada, si bien en aumento; tasas de interés bajas; reservas internacionales como nunca, en más de 160 mil millones de dólares; las exportaciones dinámicas; recaudación tributaria, la más alta en muchos años, si bien por debajo del promedio internacional; ingresos petroleros altos, por un mayor precio internacional del crudo…
Pero más temprano que tarde al nuevo gobierno se le escurrió la economía de las manos. De crecer a un promedio anual de 4% entre 2010 y 2012, al siguiente año –primero de Peña Nieto– la economía se hundió en 2013: apenas creció 1.06% en términos reales (1.1% en cifras cerradas).
Es decir, menos de un tercio del 3.5% que Hacienda estimó inicialmente, meta que revisó a la baja varias veces en el año ante el pésimo comportamiento de la economía trimestre a trimestre.
En efecto: del inicial 3.5% para todo 2013, Hacienda lo bajó –tras el desplome de la actividad económica en el primer semestre del año– a 1.8%. Luego, por los efectos de las tormentas Manuel e Ingrid en septiembre, a 1.7%. Y, finalmente, a 1.3%, cuando ya era claro el reconocimiento oficial de que 2013 fue un año en el que la economía se les fue de las manos.
En 2014 la economía empezó como acabó 2013: mal, cuesta abajo, en plena atonía y en extremo dependiente de la economía de Estados Unidos, que se desplomó en el primer trimestre por las fuertes heladas.
Inicialmente el Inegi informó que la economía mexicana creció 1.8% real anual –es decir, respecto de igual periodo del año anterior– en el primer trimestre de 2014 y apenas 0.28% respecto del trimestre anterior. Recientemente el Inegi ajustó las cifras a 1.9% y 0.44% respectivamente.
Pero en su momento esos datos indujeron a la Secretaría de Hacienda a ajustar su pronóstico de crecimiento para este año, de 3.9% –establecido desde septiembre del año pasado en el marco macroeconómico para 2014– a 2.7%.
En suma: en el primer año, de un crecimiento económico esperado de 3.5% quedó uno de 1.1%; en el segundo, de un pronóstico de 3.9% se pasó a otro de 2.7%.
Es decir, la promesa de crecimiento económico de Peña Nieto candidato y presidente, de “por lo menos tres veces el mediocre crecimiento de 2% de los últimos años”, ya es letra muerta en sus primeros dos años de gobierno.
Y será así con todo y que en el segundo trimestre del año el desempeño de la economía mejoró: El Inegi informó el jueves 21 que entre abril y junio el PIB creció 1.04% respecto del trimestre anterior y 1.6% a tasa anual, es decir, respecto de igual periodo del año pasado. Pero si ésta última cifra se corrige por los efectos del calendario –el más importante es la Semana Santa, que el año pasado cayó en el primer trimestre y en el que corre fue en el segundo–, se tiene que la economía nacional creció 2.74% a tasa anual en el segundo trimestre de este año, según el Inegi.
De bajada
Pero el golpe ya está dado. El magro comportamiento, en general, de la mayoría de los componentes del PIB –consumo, gasto, inversión, exportaciones e importaciones– ha tenido secuelas en materia de empleo y salarios. A grado tal que al menos en esos dos indicadores no está mejor el país que en los años de la gran crisis económica más reciente.
En 2009, peor año de la crisis financiera internacional, se alcanzaron las tasas históricamente más elevadas de desempleo. El registro más alto fue en el tercer trimestre de ese año, con poco más de 3 millones de mexicanos, 6.1% de la PEA, en desempleo abierto; es decir en el más absoluto desamparo.
Cerró ese año con un tasa de desocupación de 5.2% de la PEA, que significó el desempleo de 2 millones 568 mil personas.
En lo que va del actual gobierno, sin que haya mediado crisis alguna, las cosas no son distintas y van empeorando. Peña Nieto inició su gestión con una tasa de desempleo, en el primer trimestre de 2013, de 4.9%, que equivalía a 2.5 millones de desempleados.
Para el último trimestre reportado por el Inegi, el segundo de 2014, la tasa es prácticamente la misma, 4.9%, pero los desempleados son más: 2 millones 540 mil personas.
Peor: el desempleo ha tenido registros similares a los de la gran crisis de 2008-2009. Por ejemplo, en el segundo trimestre del año pasado la cifra de desempleados alcanzó 2 millones 607 mil, con una tasa de 5% de la PEA. El siguiente trimestre la tasa fue de 5.2% y los desempleados aumentaron a 2 millones 733 mil.
La última tasa mensual de desempleo reportada por el Inegi fue la de julio pasado, 5.47% de la PEA, por encima del 4.8% del mes previo.
Pero quizá la tasa nacional de desocupación no ilustre cabalmente la magnitud del desempleo en el país, toda vez que en las áreas no urbanas el fenómeno necesariamente es menor porque el trabajo ahí es sobre todo producción agropecuaria de subsistencia o de autoconsumo.
Pero en las regiones urbanas la tasa de desempleo supera por mucho a la nacional. En el segundo trimestre de este año había en ellas 1 millón 543 mil desempleados, 61% de la cifra nacional, con una tasa de 5.8%.
En julio pasado se dispararon las cifras relativas y absolutas. El Inegi reportó que la tasa de desempleo en las áreas más urbanizadas alcanzó 6.8% de la PEA, por encima del 5.9% del mes anterior. Y ese 6.8% es ya una tasa muy similar al desempleo reportado en Estados Unidos.
En cuanto a la subocupación –en las que se hallan las personas que necesitan otro empleo o más horas de trabajo para completar un ingreso para sobrevivir–, lo mismo: en lo que va de este gobierno se han elevado las cifras absolutas y relativas.
En el último trimestre de 2012 había 3.9 millones de subempleados, 11% de todos los que tenían una ocupación. Con Peña, la cifra se elevó en los dos siguientes trimestres de 2013: 4 millones, 12.1%, y 4.2 millones, 12.3%, respectivamente. Esta última cifra supera todas las registradas desde el primer trimestre de 2007. En el último trimestre reportado por el Inegi, el segundo de 2014, la tasa fue de 11.8% de subocupación, equivalente a poco más de 4 millones de personas.
En materia de ingresos de las personas que trabajan, la administración de Peña Nieto queda a deber más. Los datos oficiales indican que en este gobierno cada vez son más los que ganan menos y menos los que ganan más.
Por ejemplo, en los dos primeros años del sexenio anterior, el número de personas que ganaban más de cinco salarios mínimos era de alrededor de 5 millones. En el gobierno de Peña, ha bajado de 3.7 millones en el primer trimestre de 2013 a 3.3 millones en el segundo de 2014.
Quienes tenían ingresos equivalentes a un rango de entre tres y cinco mínimos sumaban en promedio cerca de 8 millones de personas el sexenio pasado. En el actual han pasado de 7.8 millones a finales del año pasado, a 7.2 millones de personas en el segundo trimestre de 2014.
Por el contrario, el número de personas que ganan hasta un salario mínimo, del total de la población ocupada, ha crecido. En los años anteriores a la crisis rondaba los 5.5 millones. A finales de 2013 la cifra fue de 6.9 millones con ingresos equivalentes a un mínimo. En el segundo trimestre de este año, el Inegi reportó 6.6 millones de personas en esa condición.
Con ingresos de entre uno y dos salarios mínimos, se ha mantenido en alrededor de 12 millones de personas, en el gobierno de Peña Nieto, 3 millones más que en los años previos a la crisis y dos millones más que durante ésta.
Esos son los rangos salariales de la población ocupada del país. Pero el poder adquisitivo de esos ingresos, sobre todo los más bajos, lo da el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social. En su más reciente reporte sobre ingresos laborales, del viernes 22, señala que el poder adquisitivo del ingreso laboral de las familias, antes que recuperarse de la fuerte caída que sufrió en la crisis de 2008-2009, ha seguido cayendo. También, que se ha incrementado el porcentaje de personas cuyo ingreso laboral es menor que el valor de la canasta alimentaria.
Apunta: El ingreso laboral en el segundo trimestre de este año, que fue de mil 607 pesos con 50 centavos al mes, ya descontada la inflación, en realidad es de mil 516 pesos con 30 centavos, si el ajuste se hiciera con el valor de la canasta alimentaria, toda vez que “en los años recientes el precio de los alimentos ha subido más que la inflación”.
Textual: “Si el punto de comparación se hiciera respecto al primer trimestre de 2005, que es cuando empieza la serie, de acuerdo con la ENOE (Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, del Inegi), el poder adquisitivo del ingreso laboral respecto a la inflación se ha reducido 10.9% en el segundo trimestre de 2014, pero respecto al precio de los alimentos se ha reducido en 31.7%. Es decir, los ingresos laborales han perdido mayor poder adquisitivo en relación con el valor de la canasta alimentaria que respecto a la inflación”.
El punto más alto alcanzado por el ingreso laboral mensual por persona, se registró en el tercer trimestre de 2006, con un valor superior a los 2 mil 100 pesos al mes. Hoy, en el segundo trimestre de este año, anda en los mil 516 pesos.
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