Los daños a las oficinas de la SCT. Foto: Alejandro Pérez |
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Son al menos cinco las detonaciones que –secas, consecutivas, como de transformadores eléctricos cuando estallan– alebrestan la noche y hacen correr despavoridos a transeúntes sobre el tramo de Insurgentes Sur que se extiende desde la calle Porfirio Díaz hasta la de Detroit.
Alguien grita “¡Son narcos!”, otros enmudecen, otros más se ocultan tras los postes y hay quienes, impávidos, no pierden detalle de las llamas que ahora lengüetean a la entrada de un edificio de casi 20 pisos donde se ubica la Dirección General de Carreteras de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (No. 1089) y sobre algunos automóviles exhibidos en la agencia Nissan que hace esquina con Detroit.
No son ni horas de la madrugada en una colonia desolada del Distrito Federal ni un domingo cualquiera. Son alrededor de las 22:20 del 5 de enero y es la víspera del día de Reyes, con más tráfico vehicular que de costumbre y no pocos peatones, entre ellos algunos que cargan enormes cajas de juguetes. El espectáculo desconcertante pueden verlo incluso quienes se desplazan en el Metrobús de norte a sur. Un grito femenino se ahoga en el caos.
Y son al menos seis las sombras que –ágiles, juveniles– hace pocos segundos acaban de cruzar Insurgentes de la acera oriente a la poniente. Muy probablemente han emergido de las oscuras calles Porfirio Díaz o Pilares, desde la colonia Del Valle. Van directo al “objetivo”, a los “objetivos”. No titubean. Y son precisas, exactas. No gritan. No amenazan a los transeúntes. Se ciñen, pues, a su “misión”: arrojar bombas molotov y petardos contra los ventanales del edificio de oficinas federales y contra los autos de exhibición, “flamantes” en dos de sus acepciones: porque resplandecen de nuevos y porque ahora arden en llamas.
Un tercer objetivo es otra multinacional, la agencia Mercedes Benz (Insurgentes Sur 1070), situada en medio de los otros dos aunque en la acera oriente. Su grueso ventanal recibe un mensaje-objeto que lo atraviesa y le deja un boquete de una pulgada.
Acaso treinta segundos les lleva a esas sombras uniformadas –mochila negra, pantalón negro, suéter negro, velo negro– su acción coordinada. A juzgar por el radio que abarcan, no es nada remoto que de manera simultánea otro grupo se esté ocupado del ataque a la agencia Nissan, distante poco más de cien metros de las oficinas de la SCT.
Las sombras no escapan en autos ni en motos ni en bicicletas. Ni siquiera lo hacen en carrera loca. Se les mira seguras en su correr compacto cuando atraviesan Porfirio Díaz a la vista de medio mundo y toman la acera del Parque Hundido en pleno Insurgentes, con dirección al sur. Son clones aun de estatura, y a una mujer parlanchina le parece sin más que son “anarquistas como los de Irak”.
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