A propósito de la reforma energética o, como decimos muchos, de la mayor subordinación de que tengamos memoria al Consenso de Washington y al neoliberalismo como modelo económico, vale la pena volver brevemente a ciertas ideas que han estado en el origen de este desastre de finales del siglo XX. Resulta impresionante, para cualquiera que viva en México, la propaganda masiva del gobierno y de la oligarquía gobernante en favor de esta reforma (conociendo la mayoría su falsedad y mala fe). Vale la pena también mencionar algunos de los ejes de la izquierda, la formación política que, en su multiplicidad, se ha opuesto expresamente a esa modificación, con abundantes razones que han quedado expuestos en artículos, ensayos, conferencias, y en la calle misma, en manifestaciones y expresiones públicas muy variadas.
Recientemente, y de manera pertinente, como siempre lo hace, Atilio Borón, el sociólogo y filósofo argentino, recordó “que el neoliberalismo se anotó un gran triunfo al convencer a buena parte del mundo de que no hay otras alternativas. El neoliberalismo obtuvo un éxito rotundo en el momento en que impuso a la sociedad la ideología de que no hay alternativas. Margaret Thatcher lo planteó en su primera campaña: “No hay ninguna otra alternativa: esto o el desastre; esto o el Apocalipsis’. En este sentido, las sociedades latinoamericanas, y el caso argentino es bien interesante, han vivido permanentemente bajo la extorsión y el chantaje. La extorsión y el chantaje del terrorismo de Estado en la época de la dictadura y después la extorsión y el chantaje de la hiperinflación…”, comenzando por supuesto con la dictadura chilena de Augusto Pinochet.
En 1976, tres años después del golpe, Chile era un país con miles de ejecutados y desaparecidos políticos, con un desempleo que superaba el 40 por ciento y con una pobreza por arriba del 60 por ciento de la población, sin que hubiera lugar para expresar inconformidad alguna.
Pinochet comenzaba a aplicar en esos años, por primera vez a nivel mundial, un modelo económico neoliberal a ultranza que, en las décadas siguientes, sería imitado en diferentes grados en Latinoamérica, y que en Chile dio ciertos resultados debido esencialmente a la implacable represión y al nivel de degradación en que se había sumido la sociedad después del golpe. Los economistas de la dictadura de Pinochet, formados en diversas universidades estadounidenses, pero al final de cuentas discípulos directos o indirectos de Milton Friedman, son el ejemplo vivo de una efectiva importación ideológica de gran amplitud.
Uno de estos economistas, Primer Ministro bajo el gobierno de Pinochet, Rolf Lüders, formado en Chicago y discípulo de Milton Friedman, afirma que las soluciones para Chile que ellos impusieron no tuvieron nada de extraordinario: “Privatizamos las compañías que habían sido nacionalizadas por el régimen socialista de Salvador Allende, estabilizamos la moneda, abrimos las fronteras al comercio y a las inversiones, y la gran tradición emprendedora del pueblo chileno se lució nuevamente”.
Por otro lado, Atilio Borón nos recuerda que hace algunos años en Río de Janeiro, contaba Perry Anderson que en una reunión de técnicos y expertos un economista del Banco Mundial sostuvo: “en Brasil no vamos a tener suerte con un programa de ajuste”. Anderson preguntó por qué y los técnicos respondieron: “porque todavía el pueblo brasileño no ha sentido en carne propia el dolor lacerante de la hiperinflación”. En Argentina se pudo hacer porque después del 5,000% de inflación por año, la sociedad se entrega y acepta los rigores de un programa neoliberal. Y eso no había ocurrido en Brasil...”
Es verdad, en México no se ha presentado una inflación de tales dimensiones; sin embargo las desigualdades sociales y de riqueza, la miseria galopante, y la desocupación no son nada despreciables como caldo de cultivo de la más burda de las publicidades diciendo que con la reforma energética, en realidad con la privatización del petróleo mexicano, se reducirá la desocupación y el precio de algunos bienes de consumo primarios como la luz eléctrica. Bueno, pues la desilusión será mayúscula porque ni se reducirá el precio de la electricidad ni será resuelto de lejos el problema de la desocupación. Si no, al tiempo…
Más allá entonces de que México no haya sufrido una hiperinflación de tales dimensiones, rebozamos enormes desigualdades y una gran desocupación que azota a grandes grupos sociales y que resulta, según dijimos, un extraordinario caldo de cultivo para que prospere la publicidad neoliberal.
Y más cuando los grandes medios de comunicación están plenamente en manos oligárquicas. Y, por tanto, cuando la publicidad al neoliberalismo resulta eficaz, aunque igualmente falsa y cretina.
El comparativo, por supuesto, no puede tener como punto de referencia las votaciones en las cámaras legislativas. Aquí tenemos una serie de voluntades “controladas” o plenamente dependientes en su mayoría del o de los “aparatos de poder”.
No obstante, parte importante del pueblo e México se ha expresado ya en contra de esta reforma claramente privatizadora, y lo hará más en el futuro, como ahora, en su porción más ilustrada. Cualitativamente las ideas de los opositores han sido incomparablemente más sólidas que las de los “controlados” (por diversas razones), lo cual, como ha ocurrido otras veces en la historia de México (y en otras historias), anuncia de qué lado está la razón. La reversión de la historia y el fracaso que supone la reforma de Peña Nieto, se verá mucho más pronto de lo que piensan sus entusiastas. Los hechos, en el sentido anunciado por los críticos, se les impondrán abrumadoramente y no tendrán otro remedio, los que conserven un poco de conciencia y de buena fe, que retractarse y reconocer su dramática equivocación.
Por supuesto, para la oposición de izquierda queda todavía en el futuro la posibilidad de revertir la decisión de las cámaras. Y es que al final de cuentas, como siempre ocurre en la historia, la voluntad del pueblo terminará imponiéndose, enviando al archivo de las traiciones más flagrantes de la historia de México ésta que entrega el petróleo por una supuesta riqueza (que solamente irá a unas cuantas manos de la oligarquía interna y externa), dejando al pueblo de México tan pobre como siempre, o más sin duda, despojado además de esa riqueza de subsuelo por el que lucharon varias generaciones.
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