Si de verdad deseamos que nuestra capital vuelva a ser una auténtica entidad fundadora de la Federación, tenemos que dar a sus ciudadanos, como en los demás estados, la oportunidad de poder autorganizarse en sus municipiosFoto Yazmín Ortega Cortés
E
l pasado 20 de octubre, Porfirio Muñoz Ledo, comisionado del gobierno capitalino para la reforma política del Distrito Federal, informó de los acuerdos que se han alcanzado entre los tres principales partidos (PRI, PAN y PRD) para el proceso de reforma; entre ellos estarían mantener su carácter de capital de la República, darle un nuevo estatuto de capitalidad, una carta de derechos y una nueva Constitución. También parece haber acuerdo en darle una nueva distribución territorial.
Según nota de Alma E. Muñoz, el comisionado afirmó que “ya no habrá delegaciones políticas; ahora serán demarcaciones –aunque algunos pugnan porque sean municipios–” (La Jornada, 21.10.13, subrayados míos). Qué podrán ser esas
demarcaciones, en qué se diferenciarán de las delegaciones y de los municipios y qué forma de gobierno tendrán, fueron cuestiones que no se aclararon. Una
demarcaciónpuede ser un simple trazo en el mapa y hasta puede pensarse en que no tendrá ninguna forma de gobierno (por ejemplo, para que éste lo ejerza directamente el Gobierno del DF).
Desde que Muñoz Ledo y yo tratamos de estas cuestiones, puntualmente y siempre con la máxima gravedad, me ha dicho que
hay mucha oposición a los municipios. Nunca me ha querido precisar quién o quiénes
se oponen, si es el jefe de Gobierno o los dirigentes partidistas o si es, de plano, él mismo. Tampoco me ha explicado jamás el porqué de esa
oposición. Con los dirigentes perredistas, sobre todo los que fueron funcionarios, tuve muchos enfrentamientos en eventos en los que se discutió el punto.
Con Alejandro Encinas, lo recuerdo muy especialmente, tuve una polémica de la que sólo saqué en claro que él pensaba que municipalizar a la ciudad de México habría sido insensato. Por más que insistí, nunca obtuve respuesta a la pregunta de por qué sería
insensato. No estoy seguro de que la palabra la haya empleado él, pero fue lo que expresó sin medios términos. Sobre cuál era su propuesta, Encinas me prospectó un gobierno centralizado, incluso sobre las delegaciones, que era, según él, el que mejor podría hacer frente a la colosal tarea de gobernar a la ciudad.
Esas posiciones y otras muy parecidas, de las que prefiero no ocuparme por ahora, hacen recordar la iniciativa que presentó hace años la entonces senadora del PRI, María de los Ángeles Moreno, que proponía una gran alcaldía para la capital que hacía de ésta un simple municipio grandote, gobernado como se gobiernan todos los municipios, con el defecto de que no funcionaría democráticamente como debe ocurrir con los municipios. En semejantes posiciones se esconde evidentemente el temor a la ciudadanía cuando se la ve gobernándose a sí misma.
Lo que Alejandro Encinas me quería decir (y lo dijo con toda claridad) es que habría sido una
broncaterrible gobernar a los defeños en sus municipios. Lo que le hice ver fue que el problema no era ése,
cómo gobernarlos, sino, más bien, cómo permitirles que se gobernaran a sí mismos. ¿Cómo fue que, en lugar de amacizar en ellos el sentido de la democracia, el ejercicio del gobierno hizo que los perredistas se convirtieran en unos autoritarios centralistas? Pues algo pasó con ellos. O no supieron gobernar de verdad o se acostumbraron al poder por el poder mismo.
Agustín Guerrero, cuando fue diputado (en la Legislatura anterior), me invitó a varios eventos que organizó sobre la reforma política del DF. Recuerdo que en uno de ellos, en el seno del grupo parlamentario del PRD, cuando yo trataba de explicar lo que es el autogobierno, uno de los diputados saltó de su asiento gritando: “¡Un momento! ¿Cómo que ‘autogobierno’? ¡Cuidado!, no empecemos con demagogias”. Fue inútil que yo buscara explicarle al diputado que no se trataba de ninguna bandera demagógica ni subversiva y que la expresión era invención de los gringos(Selfgovernment).
Miedo al pueblo cuando se autogobierna, es lo único que explica el temor a la muy justa exigencia de la municipalización del Distrito. Aparte los muchos artículos que he publicado sobre la materia, he impartido, literalmente, decenas de conferencias en todas las delegaciones de la capital. En todas partes me he encontrado con la mayor receptividad de los ciudadanos a darse una vida municipal, en la que ellos mismos tengan oportunidad de resolver sus problemas. En Tepito llegué a escuchar que sus habitantes, de hecho, ya cuentan con un autogobierno y están listos para darse un municipio.
El finado Jorge Legorreta calculaba que había en el Distrito Federal más de 600 barrios (aparte los que en la zona rural todavía se conservan como pueblos) que estaban perfectamente cualificados para convertirse en municipios, desde el punto de vista demográfico, económico, político, social, antropológico y cultural. ¿Qué harían los municipios por el orden político de nuestra entidad capital? En primer lugar, desarrollar la tarea de gobierno, resolviendo los problemas locales y ligando estrechamente la población a esa tarea de gobierno.
Los gobernantes perredistas sólo ven los problemas que traería consigo la municipalización. Poblaciones motivadas
artificialmente(piensan) para crear más problemas de los que hoy tenemos; se la pasarían pidiendo, cuando hay escasez de recursos, volverían locos a los gobernantes con sus absurdas exigencias y, en una palabra, no dejarían gobernar. La verdad es que es una muy mezquina y muy autoritaria visión de la vida cívica. Hoy en día y desde hace decenios, las poblaciones se organizan para cualquier cosa, hasta para construir una banqueta.
No sólo no hay que temerle a la autorganización del pueblo, sino que hay que buscarla. Los gobiernos de la ciudad no encontrarán mejores colaboradores para resolver todo tipo de problemas, en particular los de la seguridad en las calles y en los hogares, que los ciudadanos autogobernándose en sus municipios. Los ciudadanos están deseosos de participar en la política y tomar decisiones por sí mismos. Lo hacen cada vez que pueden. La corrupción en las delegaciones, que en los dos últimos gobiernos se ha vuelto intolerable, los tiene muy preocupados y estarían felices de poder autogobernarse tan sólo para vigilar a los corruptos.
Nadie podría decir, por lo demás, que los municipios serían un cuerpo extraño en el organismo social y político de la ciudad capital. Siempre los tuvo y funcionaron muy bien, al grado de ser grandes protagonistas de nuestra historia, como lo fue el Ayuntamiento de la Ciudad de México en los días de Primo Verdad. Fue hasta 1927 cuando, como se recordará, Álvaro Obregón dio al traste con ellos al presentar una iniciativa en su calidad de candidato presidencial electo, proponiendo su supresión. Hoy es el tiempo de restaurarlos de nueva cuenta.
Si de verdad deseamos que nuestra capital vuelva a ser una auténtica entidad fundadora de la Federación, tenemos que dar a sus ciudadanos, como en los demás estados, la oportunidad de poder autorganizarse en sus municipios y hacer realidad, en ella, los principios del federalismo que ahora se busca escamoteárseles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario