La Familia, la Pornomiseria y el
Estado Por: Alma Delia Murillo - noviembre 9 de 2013
Si hemos asumido que la familia es
la base de la sociedad, entonces dejémonos de pendejadas y aceptemos que los
mecanismos más nocivos del tejido social también nacieron ahí, en esa casa que
tanto veneramos, y a la vera de esa santa madrecita, y ese padre ejemplar. O a
la sombra de la ausencia de alguno de los dos. Lo cierto es que nos
sorprenderíamos al escarbar en la historia y encontrar que no hay desastre
social, guerra, asesinatos en serie y patologías colectivas, que no tengan su
origen en un corazón lastimado por una profunda herida primigenia, y que sólo
puede perpetrarse entre los que están ineludiblemente vinculados por la sangre.
Si usted, lector hijo de familia funcional intachable, cree que soy injusta o
que exagero; lo invito a ir hacia atrás en la configuración del mundo: todas las
piezas del rompecabezas formarán dinastías, casas reales, familias
descendientes del mismo Dios y tribus que en el sanguinario juego de
conquistadores y conquistados diseñaron el desastre sociodemográfico que hoy
habitamos. Y en todas se registrarán traiciones, incestos, abusos, abandonos. Y
eso es sólo la punta del iceberg, imaginemos el universo infinito de actos
miserables que subyacen en lo que permanece oculto. Pues ahí en la familia;
entre amores infecciosos, odios cancerígenos y culpas degenerativas, nació uno
de los vicios más jodidos y dañinos de las relaciones humanas: el chantaje.
Semilla de la extorsión emocional, que una dinastía de sinvergüenzas,
mercenarios, asesinos a sueldo del pensamiento complejo han llevado a su máxima
expresión con su vomitivo show de pornomiseria que nos recetan año con año.
Porque, ¿quién podrá negar que es pornográfico ver a una meretriz de
telenovelas meneando las tetas delante de un parapléjico con espasmos
musculares a ritmo de “gracias a ti, a ti, a ti” para luego atiborrar la
pantalla de morbo con el zoom más amplio de la cara llorosa de un niño sin
brazos mientras de fondo suena la Sinfonía Patética de Tchaikovsky?. Teletón se
llama nuestro circo, y poco le pide a las prácticas más decadentes del romano.
¿Cuándo saciará nuestro apetito voraz e indiscriminado de entretenimiento? ¿Qué
mecanismo se activa en el alma humana que nos seduce el morbo, el llanto, la
miseria del otro y nos lleva a aprobar y ensalzar estas prácticas? Ya sabemos
de la trampa fiscal que redunda beneficiando a las empresas participantes con
una menor aportación de impuestos, pero que perjudica el presupuesto estatal,
pues hay menos recursos para ser destinados por la vía correcta a los sectores
Salud o Educación, por hablar de dos de los temas más dolorosos de este país.
Sabemos también de la vergonzosa calidad ética y moral de las organizaciones
que lo sustentan, por citar algunas: Televisa, Legionarios de Cristo, Telmex,
Aeroméxico. Todas responsables directas de las obscenas condiciones inequitativas
en que vivimos los mexicanos; todas monopolios no sólo de sus escandalosamente
costosos productos y servicios sino también de la educación, de la comunicación
y hasta de la fe. Pero quiero insistir para que veamos el mecanismo perverso.
La caridad es el camino tramposo para paliar los temas de agenda pública que el
Estado no resuelve. Los centros de atención del Teletón corean por todo lo alto
a sus sesenta mil enfermos atendidos; cifra que representa sólo el 0.1% de la
población mexicana que vive en condiciones de pobreza. ¿No sería mejor que
cualquier ciudadano enfermo tuviera garantizado por el Estado un servicio de
salud con calidad?, ¿no sería más digno que para recibir atención médica nadie
tuviera que exhibir su dolor, su cuerpo, sus carencias físicas mediante la más
grosera táctica mercadológica del melodrama? ¿No sería mejor que los
empresarios dejaran de ser caritativos y simplemente fueran menos voraces, más
moderados con los precios de sus servicios para que gente con menor poder adquisitivo
tuviera acceso a ellos? Eso sí que sería un detallazo por su parte. ¿No sería
lo correcto que el Estado regulara los límites de precios para no sangrar a los
consumidores y ejecutara limpiamente y sin concesiones la recolección de
impuestos para destinarlos a las partidas públicas correspondientes? Sí, ya sé:
sueno de lo más ingenua, incluso idiota. Pues directamente proporcional a mis
declaraciones idiotas es la obviedad del mecanismo perverso. Ver o no ver, he
ahí el dilema. El círculo vicioso se cierra con broche de oro volviendo al
origen: cuando escucho a la gente conmovida –chantaje comprado- decir que están
felices porque con su donación ayudaron a que cinco niños tuvieran la silla de
ruedas que les hacía falta. Pensar que la familia es el perfecto origen de las
bondades humanas no nos hace mejores, al contrario: es muy peligroso. Pensar
que el Teletón es la solución, tampoco. Ayuda a unos pocos, pero no resuelve
nada, y perpetua una patología que se alimenta principalmente de nuestra
disposición al chantaje. Desde luego, como modelo de rentabilidad para los
verdaderos beneficiados es impecable. Estos ancestrales ambiciosos tienen
experiencia y sumaron bien las variables para obtener la fórmula perfecta.
Pobreza más idiosincrasia de pueblo católico, más gobierno corrupto, más
sistema fiscal alcahuete y extorsión emocional: negocio redondo. Ni Og Mandino
con su Oración del vendedor, me cae.
Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/09-11-2013/18865. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX
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