L
a propaganda en contra de los maestros –que defienden sus derechos, de paso los nuestros, los de los niños de hoy y de mañana– es perversa e implacable; se les presenta como holgazanes que no quieren trabajar y abandonan aulas y alumnos, como si dormir en el duro cemento del Zócalo, en tiendas de campaña, soportar el agua, el sol, el viento fuera lo más placentero del mundo; como si marchar, ser repelidos y empujados por los escudos de los granaderos fuera una especie de sofisticado deporte con el que se divierten y entretienen.
Y ¿quiénes les echan en cara ésto? Elegantes conductores de televisión y gritones de la radio, que cobran, y mucho, por la campaña indigna, por la guerra sucia en contra de uno de los sectores peor pagados en la absurda estructura de nuestra sociedad, que premia con riqueza y honores a futbolistas, estrellas de espectáculos y políticos atildados, y deja un punto por arriba de la miseria a quienes, con cierta ironía y conscientes de la realidad, se autonombran
pobresores, debido a lo poco que reciben por desempeñar el importatísimo y duro trabajo de educar, en las más difíciles condiciones pensables, en las aulas más pobres y abandonas de Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán, entre otros estados.
La emperifollada y perfumada señora, peinada en salón y que toma
cajeta latte, critica que el Zócalo huele mal, sin haber estado por ahí; el yupi de Santa Fe, que dice despreocupado:
Ya, que se pongan a trabajar, mientras escoge con que bastón le pegará a su pelotita que le espera en la grama del campo de golf.
Los maestros, los profesores del Zócalo y de las marchas causan molestias sin duda, su didáctica es dura, nos enseñan con sus ropas modestas, a veces empapadas por la lluvia, con sus gargantas adoloridas de gritar sus lecciones en las calles de la gran ciudad, nos recuerdan que somos ciudadanos dueños de nuestras ciudades, nuestras plazas y nuestras avenidas y no súbditos dóciles dispuestos a callar frente a leyes absurdas e injustas que nos imponen.
Las lecciones que nos dan son de civismo y de dignidad; en primer lugar, que el artículo 123 constitucional sigue vigente, que es, como se sabe, una conquista de la Revolución Mexicana y que garantiza a los trabajadores derechos frente a sus empleadores.
Nos recuerdan también que en México aún están vigentes la garantía de libre manifestación de las ideas y de libre opinión, que tenemos derecho de asociarnos y reunirnos pacíficamente con cualquier objeto lícito; que no podrá ser disuelta ni debe considerarse ilegal una asamblea o reunión que tenga por objeto hacer una petición o presentar una protesta contra actos de las autoridades y que sigue vigente el derecho de libre tránsito y el principio de la igualdad de todos ante la ley, igualdad entre quienes hacemos uso de la vía pública, que por supuesto, no está destinada sólo para los automovilistas, sino que puede ser usada por los que caminan y marchan y con más razón cuando defienden valores tan importantes como los de la educación de la infancia y los derechos de los trabajadores.
Sólo transcribo, casi textualmente, artículos constitucionales. Los maestros en sus lecciones en las calles de la ciudad de México nos enseñan que debemos recordarlos y tenerlos presentes cuando las autoridades se olvidan de la historia de México, del bien común de los mexicanos y de los derechos fundamentales y pretenden imponer leyes que sólo benefician a los que ya están en el sector privilegiado de la sociedad.
Lean, dicen con su ejemplo los maestros, los artículos primero, tercero, sexto, séptimo, octavo, noveno y los demás de nuestra Carta Magna. Cuando escribo esto, los docentes están rodeados en su campamento del Zócalo y no sabemos si los desalojarán con violencia o no, lo menos que podemos hacer por ahora es agradecerles sus esforzadas lecciones y solidarizarnos con su lucha.
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