En el nuevo estilo de golpes rápidos, espectaculares y consensuados en la cúpula, reeditado de los 90 priistas por este gobierno, se lanza la iniciativa de reforma a las telecomunicaciones. La unanimidad apabulla, pocas voces críticas han salido a indicar las limitaciones de los cambios y los despropósitos de muchos de ellos.
Lo primero que destaca es el carácter pro-empresarial de la reforma. Está orientada a hacerle lugar a nuevos competidores industriales y especialmente para que los capitales foráneos puedan apropiarse de un bien originario de la nación. Permitir 100% de inversión extranjera en telecomunicaciones y 49% en radiodifusión es desnacionalizar el espectro. Pese a los dos grandes jugadores mexicanos: Televisa y Telmex, por esta vía muy pronto tendremos a varias de las 10 corporaciones gigantes existentes en el mundo disputándose a los consumidores de servicios de telefonía, internet, satélite y a la audiencia de contenidos.
La supuesta acotación de los monopolios es un chiste. Según la iniciativa para considerar a una empresa como dominante, ésta necesita abarcar 50% del mercado, es decir que con 2 empresas ya se acaban las opciones. Si hubiera más de dos, la que tenga el 50% necesariamente será demasiado fuerte para competir en condiciones de igualdad con las demás.
Por otro lado, la licitación de dos nuevas cadenas televisivas a la que no pueden ingresar ni Televisa ni Azteca, tampoco es garantía de pluralidad ya que esta decisión parece destinada a empresas que desde tiempo atrás han venido luchando por entrar al negocio de la radiodifusión abierta: Telmex y MVS. Aunque también están el Grupo Imagen (Excélsior, Cadena Tres o Canal 28 y radiodifusoras) y el grupo Milenio (periódicos, cadena de televisión en cable). Todos han dado prueba de su vocación lucrativa, escasa calidad editorial y partidarismo en las campañas.
La segunda gran falla de la iniciativa es que atiende a las necesidades planteadas por los cambios tecnológicos sin ocuparse de los mensajes. Al conjuntar en una ley las telecomunicaciones y la radiodifusión –que por razones técnicas hoy utilizan los mismos dispositivos y lenguaje para transmitir datos, voz, imágenes, sonido–, el tema de los contenidos que circulan por esas redes queda fuera. Es necesario abrir un capítulo sobre este asunto. Los significados son la parte delicada por cuanto se trata de cultura, valores, sentido social de la vida y la comunidad. La radiodifusión no es una industria como cualquier otra, su especificidad radica en que divulga ideas, establece agendas, educa, crea ciudadanía y consumidores. El concepto empresarial que rige la iniciativa se presenta también en la ausencia de directrices para los medios públicos. Las televisoras culturales existentes ya han sufrido este año una merma en su presupuesto, y en su autonomía al depender de OPMA para ampliar su cobertura a través de repetidoras en señal digital.
La pura conectividad a la banda ancha no genera desarrollo, como pretenden hacerlo creer. Lo que sí produce son ganancias a las empresas de telecomunicaciones pues el flujo se incrementa así como las horas destinadas a esa actividad.
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