José Agustín Ortiz Pinchetti
H
ace 20 años justamente se llevó a cabo el primer plebiscito en la ciudad de México. El objetivo era consultar a la población sobre: 1) la transformación del DF en estado 32; 2) la elección directa de los gobernantes; 3) la creación de un Congreso local. Los organizadores más destacados fueron Demetrio Sodi (PRI) y Amalia García (PRD). También el PAN participó. Se formó un consejo de observadores en que participaron Federico Reyes Heroles, Santiago Creel, Luz Rosales, Julio Faesler, Guadalupe Loeza y centenares más y yo el último. Se opusieron vivamente el PRI nacional, sindicatos priístas y, por supuesto, las televisoras. Participaron 332 mil votantes. Los resultados fueron conocidos la misma noche gracias al trabajo de Sergio Aguayo y Calderón Alzati.
Al recordar el plebiscito siento nostalgia. Valdría la pena hacer un balance de esta experiencia. Para empezar, dentro del grupo participante muchos se encumbrarían en distintas posiciones. Ejemplo: Santiago Creel, que participó en estas lides por primera vez, llegaría a ser consejero del IFE, diputado externo del PAN, secretario de Gobernación y senador; Adolfo Aguilar Zinser (de muy grata memoria) llego a ser diputado, senador y representante en la ONU. Demetrio Sodi haría la difícil cabriola de pertenecer a tres partidos políticos en menos de 10 años. Muchos analistas consideran que el plebiscito tuvo tanto éxito que impactó de modo decisivo en la reforma de 1996 (ya en la época de Zedillo), que sacó a los capitalinos del carácter de parias políticos y les permitió designar a su gobernador (jefe de Gobierno).
Es muy interesante el papel que jugó Manuel Camacho (regente de la ciudad): él estaba convencido de que debería liberarse a la ciudad de México de las absurdas tutelas que le imponía la ley. Era el más prodemocrático de los colaboradores de Salinas. Pero la designación estaba ya muy cerca, él era uno de los principales candidatos y tenía que moverse con cautela, así que nos apoyó y nos acotó. La momiza del PRI casi lo acusaba de traición, y suponían que una vez que la capital eligiera a sus gobernantes, en cascada se vendrían otras derrotas del PRI hasta perder la Presidencia. Tenían razón. Si no hubiera sido por Vicente Fox, el PRI sería hoy un pequeño partido histórico. A 20 años del plebiscito podemos ufanarnos de la incorporación de muchos nuevos actores políticos y asombrarnos de los giros ideológicos y las maromas políticas de varios de los participantes. Podemos hoy elegir a nuestro gobernador y a nuestros diputados y delegados. No parece poca cosa, pero lo es en términos de la evolución política. Está pendiente cerrar el círculo y promulgar una Constitución local. Quizás los astros se alineen en ese sentido. A lo mejor sería necesario otro plebiscito.
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