MÉXICO, D.F. (apro).- Empeñado en construir su propio “ciclo sexenal de la esperanza”, como llamaba el panista Abel Vicencio Tovar a cada periodo presidencial, Enrique Peña Nieto es un imitador de Carlos Salinas: Los mismos acuerdos cupulares, la misma retórica y hasta el mismo número de promesas para ilusionar con un México con todo resuelto.
Sólo por eso, aunque hay más, tenemos derecho a no creerle.
Salinas, quien también llegó al cargo mediante prácticas fraudulentas y tomó posesión en medio de la violencia atizada por provocadores infiltrados, propuso en 1988 tres “acuerdos” que se concretaban en 94 “compromisos” de gobierno, mientras que Peña planteó en el Pacto por México cinco “acuerdos” que suman 95 “compromisos”.
Con el fin de establecer un pacto para la “modernización” política, económica y social de México, Salinas formuló en su toma de posesión el “Acuerdo Nacional para la ampliación de Nuestra Vida Democrática”, el “Acuerdo Nacional para la Recuperación Económica y la Estabilidad”, y el “Acuerdo Nacional para el Mejoramiento Productivo del Bienestar Popular”.
Peña ahora plantea los suyos: “Acuerdos para una Sociedad de Derechos y Libertades”, “Acuerdos para el crecimiento económico, el empleo y la competitividad”, “Acuerdos para la Seguridad y la Justicia”, “Acuerdos para la Transparencia, Rendición de Cuentas y Combate a la Corrupción” y “Acuerdos para la Gobernabilidad Democrática”.
La única diferencia en el amasijo de promesas de Salinas y de Peña es que, en 1988, el plan de Salinas fue avalado sólo por el PAN y ahora, en 2012, se suma el grupo de dirigentes del PRD –que no el partido como tal– proclives a los arreglos de este calado.
¿Qué prometió Salinas? Cito algunos “compromisos”: “1. Poner en práctica una Presidencia democrática”; “5. Gobernar para todos los mexicanos y servirlos a todos sin distinción ni preferencia”; “7. Gobernar con apego indeclinable a los principios y al proyecto de la Revolución Mexicana”; 22. “Elevar el bienestar de nuestros compatriotas”.
También, “28. Hacer que la transformación del Estado sea encuentro con su futuro y no vuelta al pasado”; “70. Con la participación de los maestros, padres de familia y organizaciones responsables, integrar un programa que permita realizar la transformación del sistema educativo”; y “87. Modernizar las relaciones entre el Estado y la prensa”.
Naturalmente Salinas no cumplió y terminó en el basurero de la historia, de donde no saldrá aunque diga que tiene la sonrisa tatuada en el rostro por el regreso del PRI, y Peña por lo pronto promete lo mismo que su mentor, con la apuesta, además, de que México olvide cómo llegó al cargo.
Si materializa sus compromisos del Pacto por México, contrapuestas a su biografía de gobernador y político, Peña exhibirá una paradójica metamorfosis: El hombre que se hizo demonio para luego volverse santo y hacer de la patria un paraíso.
Un político que compró votos de los pobres para acabar con el hambre.
Que se alió con la escoria para sanear el régimen.
Que defraudó para inaugurar la pulcritud electoral.
Que recibió apoyo de los monopolios para destruirlos.
Que despilfarró para implementar la austeridad.
Que robó para combatir a los corruptos.
Que adoptó la opacidad para auspiciar la transparencia.
Que delinquió para hacer justicia.
Si esto se acredita, a la largo del sexenio, Peña no sólo arrebatará las banderas a Andrés Manuel López Obrador, sino que, enhorabuena, no habrá más víctimas del “ciclo sexenal de la esperanza” que apenas construye.
Si se cumple con todos los compromisos que él, más que los opositores asumen, y si no hay letras chiquitas –como los “mitos y paradigmas” que dice que hay que romper–, entonces habrá que reconocerlo.
Pero vistas las traiciones de la práctica a la prédica, como en el caso de Salinas, tenemos derecho a no creerle a Peña.
Y lo ratifico: Ante él –y ante cualquier político y autoridad– los periodistas no debemos dar el beneficio de la duda, eufemismo de mansedumbre y adulación, sino ratificar el deber crítico.
Apuntes
Mal augurio del nuevo gobierno: Peña no sólo incumplió con el mandato de protestar la Constitución como lo ordena el artículo 87, sino que la Presidencia de la República falseó esa información. Fue un juramento mocho, porque protestó “guardar y hacer guardar la Constitución”, pero omitió “Política de los Estados Unidos Mexicanos”, que la Presidencia de la República aseguró que sí lo había hecho.
Sólo por eso, aunque hay más, tenemos derecho a no creerle.
Salinas, quien también llegó al cargo mediante prácticas fraudulentas y tomó posesión en medio de la violencia atizada por provocadores infiltrados, propuso en 1988 tres “acuerdos” que se concretaban en 94 “compromisos” de gobierno, mientras que Peña planteó en el Pacto por México cinco “acuerdos” que suman 95 “compromisos”.
Con el fin de establecer un pacto para la “modernización” política, económica y social de México, Salinas formuló en su toma de posesión el “Acuerdo Nacional para la ampliación de Nuestra Vida Democrática”, el “Acuerdo Nacional para la Recuperación Económica y la Estabilidad”, y el “Acuerdo Nacional para el Mejoramiento Productivo del Bienestar Popular”.
Peña ahora plantea los suyos: “Acuerdos para una Sociedad de Derechos y Libertades”, “Acuerdos para el crecimiento económico, el empleo y la competitividad”, “Acuerdos para la Seguridad y la Justicia”, “Acuerdos para la Transparencia, Rendición de Cuentas y Combate a la Corrupción” y “Acuerdos para la Gobernabilidad Democrática”.
La única diferencia en el amasijo de promesas de Salinas y de Peña es que, en 1988, el plan de Salinas fue avalado sólo por el PAN y ahora, en 2012, se suma el grupo de dirigentes del PRD –que no el partido como tal– proclives a los arreglos de este calado.
¿Qué prometió Salinas? Cito algunos “compromisos”: “1. Poner en práctica una Presidencia democrática”; “5. Gobernar para todos los mexicanos y servirlos a todos sin distinción ni preferencia”; “7. Gobernar con apego indeclinable a los principios y al proyecto de la Revolución Mexicana”; 22. “Elevar el bienestar de nuestros compatriotas”.
También, “28. Hacer que la transformación del Estado sea encuentro con su futuro y no vuelta al pasado”; “70. Con la participación de los maestros, padres de familia y organizaciones responsables, integrar un programa que permita realizar la transformación del sistema educativo”; y “87. Modernizar las relaciones entre el Estado y la prensa”.
Naturalmente Salinas no cumplió y terminó en el basurero de la historia, de donde no saldrá aunque diga que tiene la sonrisa tatuada en el rostro por el regreso del PRI, y Peña por lo pronto promete lo mismo que su mentor, con la apuesta, además, de que México olvide cómo llegó al cargo.
Si materializa sus compromisos del Pacto por México, contrapuestas a su biografía de gobernador y político, Peña exhibirá una paradójica metamorfosis: El hombre que se hizo demonio para luego volverse santo y hacer de la patria un paraíso.
Un político que compró votos de los pobres para acabar con el hambre.
Que se alió con la escoria para sanear el régimen.
Que defraudó para inaugurar la pulcritud electoral.
Que recibió apoyo de los monopolios para destruirlos.
Que despilfarró para implementar la austeridad.
Que robó para combatir a los corruptos.
Que adoptó la opacidad para auspiciar la transparencia.
Que delinquió para hacer justicia.
Si esto se acredita, a la largo del sexenio, Peña no sólo arrebatará las banderas a Andrés Manuel López Obrador, sino que, enhorabuena, no habrá más víctimas del “ciclo sexenal de la esperanza” que apenas construye.
Si se cumple con todos los compromisos que él, más que los opositores asumen, y si no hay letras chiquitas –como los “mitos y paradigmas” que dice que hay que romper–, entonces habrá que reconocerlo.
Pero vistas las traiciones de la práctica a la prédica, como en el caso de Salinas, tenemos derecho a no creerle a Peña.
Y lo ratifico: Ante él –y ante cualquier político y autoridad– los periodistas no debemos dar el beneficio de la duda, eufemismo de mansedumbre y adulación, sino ratificar el deber crítico.
Apuntes
Mal augurio del nuevo gobierno: Peña no sólo incumplió con el mandato de protestar la Constitución como lo ordena el artículo 87, sino que la Presidencia de la República falseó esa información. Fue un juramento mocho, porque protestó “guardar y hacer guardar la Constitución”, pero omitió “Política de los Estados Unidos Mexicanos”, que la Presidencia de la República aseguró que sí lo había hecho.
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