MÉXICO, D.F. (Proceso).- Los primeros forcejeos de las fracciones legislativas, particularmente con motivo de la reforma laboral –enviada como iniciativa preferente por el presidente Felipe Calderón–, dejan muy claro que la mayoría que logra el PRI en la Cámara de Diputados, con el apoyo del PVEM y del Panal, le permitirá imponer condiciones por lo menos durante los próximos tres años.
El PRI ya dejó claro que hará valer dicha mayoría y, por lo tanto, no dejará pasar nada con lo que no esté de acuerdo, e inclusive se dará el lujo de establecer los tiempos, como ya precisó Manlio Fabio Beltrones, líder de la fracción tricolor en la Cámara de Diputados, ante la pregunta de si la reforma laboral estaría lista antes del 1 de diciembre.
En el pasado, incluso cuando estuvo en minoría, el PRI tuvo la habilidad de marcar las pautas, con prácticas no plausibles pero sin duda efectivas, en la negociación en paquete de diversos temas, con lo cual lograba obtener beneficios, a veces a cambio de futuros apoyos que en varias ocasiones no se concretaron.
Basta recordar cómo, en octubre de 2003, los priistas vendieron a los panistas el apoyo al incremento del IVA a cambio de imponer sus condiciones en la integración del Consejo General del Instituto Federal Electoral, lo que a la postre se tradujo en la exclusión de los partidos que ahora conforman el Frente Progresista. Los priistas consiguieron lo que deseaban, colocar a cinco de los nueve integrantes, y finalmente rechazaron la propuesta de reforma fiscal que presentó el entonces presidente Vicente Fox.
Pero no es el único ejemplo de cómo mezclaban diversos temas para lograr sus propósitos: Recuérdese aquel polémico acuerdo suscrito por los presidentes del PAN y del PRI, con la firma en calidad de testigo del entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, en el cual el blanquiazul se comprometía a no ir en alianza con la izquierda en las elecciones para gobernador del Estado de México. Y apenas el miércoles pasado, en una mesa radiofónica, el ahora líder de los senadores priistas, Emilio Gamboa, argumentó que si no aprobaron la reforma laboral en la pasada legislatura fue por las alianzas electorales entre el PAN y la izquierda en los comicios estatales.
Es evidente que para el PRI el fin justifica los medios y que es capaz de sacrificar las mejores iniciativas para el país en aras de mantener o ampliar sus privilegios, o simplemente cumplir sus compromisos con las fuerzas que lo apoyaron para regresar al poder. Para los tricolores no existe la lógica de cada asunto en sus méritos, es decir, en función de sus defectos y bondades, sino que en su pragmatismo extremo pueden negociar un asunto por otro, siempre y cuando se traduzca en un saldo positivo para su partido, sus militantes y/o sus simpatizantes, aun cuando vaya en demérito del bienestar general.
Por otra parte, el PRI es también el partido con la fracción más disciplinada; los votos particulares de la fracción priista son excepcionales y normalmente conducen a la exclusión del partido o de posiciones relevantes de quienes los emitieron, lo cual también se traduce en una mayor fortaleza. Por elemental lógica, esta disciplina seguramente se acrecentará con su regreso a Los Pinos; y aunque todavía falta ver si ésta se traslada también a las fracciones de sus aliados, hasta hoy así ha sido. De modo que la escueta mayoría de un diputado puede ser sostenible mientras se mantenga la alianza partidista.
El ejemplo de la reforma laboral sirve para ilustrar el juego priista y la falta de comprensión del mismo por parte de la oposición: Enrique Peña Nieto comprometió con los empresarios la flexibilidad laboral; y con los líderes sindicales, el sostenimiento de sus privilegios. Hasta hoy todo indica que se saldrá con la suya, debido a que el PAN optó simplemente por dejar constancia de su voluntad de impulsar la democracia sindical, aunque con plena conciencia de que el producto final no la incluirá.
Este es precisamente uno de los elementos que más debilitan la posición negociadora del PAN. Los priistas ya saben que siempre terminan quedándose con lo que ellos llaman lo posible y olvidan lo deseable; o bien, ceden ante la posibilidad de provocar lo que denominan una crisis institucional (como sería posponer la designación de los integrantes de un órgano de gobierno). Los panistas, en cambio, están dispuestos a perderlo o ganarlo todo, y no temen llegar a las últimas consecuencias; lógica que, en términos generales, también mantiene la izquierda, aunque siempre desde una posición de mayor debilidad o de menor fortaleza.
Por si las mismas condiciones no fueran ya de por sí favorables para el PRI y desfavorables para la oposición, la elección de los coordinadores de las fracciones las refuerza, pues mientras los tricolores se definieron por dos experimentados parlamentarios que están por segunda o hasta tercera ocasión como líderes de su fracción, panistas y perredistas optaron hasta por legisladores primerizos, como es el caso de Ernesto Cordero, quien por primera vez está en estas funciones, mientras que en el resto, aunque los tres designados han tenido experiencia legislativa, nunca han sido líderes de su fracción.
En estas condiciones, todo indica que si el PAN y el PRD no mejoran sus habilidades negociadoras, lo cual desde luego incluye la capacidad de ser menos predecibles (el PAN siempre cediendo en la recta final, y el PRD montando sus escándalos en las cámaras), el PRI impondrá sus condiciones durante los siguientes tres años.
El PRI ya dejó claro que hará valer dicha mayoría y, por lo tanto, no dejará pasar nada con lo que no esté de acuerdo, e inclusive se dará el lujo de establecer los tiempos, como ya precisó Manlio Fabio Beltrones, líder de la fracción tricolor en la Cámara de Diputados, ante la pregunta de si la reforma laboral estaría lista antes del 1 de diciembre.
En el pasado, incluso cuando estuvo en minoría, el PRI tuvo la habilidad de marcar las pautas, con prácticas no plausibles pero sin duda efectivas, en la negociación en paquete de diversos temas, con lo cual lograba obtener beneficios, a veces a cambio de futuros apoyos que en varias ocasiones no se concretaron.
Basta recordar cómo, en octubre de 2003, los priistas vendieron a los panistas el apoyo al incremento del IVA a cambio de imponer sus condiciones en la integración del Consejo General del Instituto Federal Electoral, lo que a la postre se tradujo en la exclusión de los partidos que ahora conforman el Frente Progresista. Los priistas consiguieron lo que deseaban, colocar a cinco de los nueve integrantes, y finalmente rechazaron la propuesta de reforma fiscal que presentó el entonces presidente Vicente Fox.
Pero no es el único ejemplo de cómo mezclaban diversos temas para lograr sus propósitos: Recuérdese aquel polémico acuerdo suscrito por los presidentes del PAN y del PRI, con la firma en calidad de testigo del entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, en el cual el blanquiazul se comprometía a no ir en alianza con la izquierda en las elecciones para gobernador del Estado de México. Y apenas el miércoles pasado, en una mesa radiofónica, el ahora líder de los senadores priistas, Emilio Gamboa, argumentó que si no aprobaron la reforma laboral en la pasada legislatura fue por las alianzas electorales entre el PAN y la izquierda en los comicios estatales.
Es evidente que para el PRI el fin justifica los medios y que es capaz de sacrificar las mejores iniciativas para el país en aras de mantener o ampliar sus privilegios, o simplemente cumplir sus compromisos con las fuerzas que lo apoyaron para regresar al poder. Para los tricolores no existe la lógica de cada asunto en sus méritos, es decir, en función de sus defectos y bondades, sino que en su pragmatismo extremo pueden negociar un asunto por otro, siempre y cuando se traduzca en un saldo positivo para su partido, sus militantes y/o sus simpatizantes, aun cuando vaya en demérito del bienestar general.
Por otra parte, el PRI es también el partido con la fracción más disciplinada; los votos particulares de la fracción priista son excepcionales y normalmente conducen a la exclusión del partido o de posiciones relevantes de quienes los emitieron, lo cual también se traduce en una mayor fortaleza. Por elemental lógica, esta disciplina seguramente se acrecentará con su regreso a Los Pinos; y aunque todavía falta ver si ésta se traslada también a las fracciones de sus aliados, hasta hoy así ha sido. De modo que la escueta mayoría de un diputado puede ser sostenible mientras se mantenga la alianza partidista.
El ejemplo de la reforma laboral sirve para ilustrar el juego priista y la falta de comprensión del mismo por parte de la oposición: Enrique Peña Nieto comprometió con los empresarios la flexibilidad laboral; y con los líderes sindicales, el sostenimiento de sus privilegios. Hasta hoy todo indica que se saldrá con la suya, debido a que el PAN optó simplemente por dejar constancia de su voluntad de impulsar la democracia sindical, aunque con plena conciencia de que el producto final no la incluirá.
Este es precisamente uno de los elementos que más debilitan la posición negociadora del PAN. Los priistas ya saben que siempre terminan quedándose con lo que ellos llaman lo posible y olvidan lo deseable; o bien, ceden ante la posibilidad de provocar lo que denominan una crisis institucional (como sería posponer la designación de los integrantes de un órgano de gobierno). Los panistas, en cambio, están dispuestos a perderlo o ganarlo todo, y no temen llegar a las últimas consecuencias; lógica que, en términos generales, también mantiene la izquierda, aunque siempre desde una posición de mayor debilidad o de menor fortaleza.
Por si las mismas condiciones no fueran ya de por sí favorables para el PRI y desfavorables para la oposición, la elección de los coordinadores de las fracciones las refuerza, pues mientras los tricolores se definieron por dos experimentados parlamentarios que están por segunda o hasta tercera ocasión como líderes de su fracción, panistas y perredistas optaron hasta por legisladores primerizos, como es el caso de Ernesto Cordero, quien por primera vez está en estas funciones, mientras que en el resto, aunque los tres designados han tenido experiencia legislativa, nunca han sido líderes de su fracción.
En estas condiciones, todo indica que si el PAN y el PRD no mejoran sus habilidades negociadoras, lo cual desde luego incluye la capacidad de ser menos predecibles (el PAN siempre cediendo en la recta final, y el PRD montando sus escándalos en las cámaras), el PRI impondrá sus condiciones durante los siguientes tres años.
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