El pozo de los deseos reprimidosÁlvaro Cueva
Un insulto, la transmisión de la boda de Eugenio Derbez y Alessandra Rosaldo, el sábado pasado, por El Canal de las Estrellas, fue un insulto para el pueblo de México, pero no por el casamiento, por su lectura.
Aquí hay tres elementos: El primero, la unión de dos queridísimas figuras del espectáculo nacional. El segundo, el fenómeno de las bodas mediáticas. Y el tercero, lo que usted y yo padecimos el 7 de julio.
Eugenio y Alessandra, como personas, están en su derecho de amarse, de casarse y de hacer las extravagancias que quieran. ¡Felicidades!
A usted le podrán gustar, no gustar, caer bien, caer mal, pero eso es algo que no se discute. Es de ellos.
El problema es que todo ese amor, todo ese derecho, se vino abajo desde el momento en que Televisa decidió convertir su enlace en una patética mezcla de circo jala rating con tianguis de mala muerte.
No hay amor que se sostenga cuando, entre suspiro y suspiro, se cuentan chistes, se presentan sketches, aparecen anuncios de calzones o se le pide a diferentes figuras públicas que graben bromas sobre el matrimonio.
¿Por qué? Porque parece burla y porque pocas cosas pueden ser más delicadas, hoy por hoy, que burlarse de una institución tan sagrada como el matrimonio y, peor tantito, desde el corazón de un templo católico.
A todos nos gustan las bodas y si no es por cursis o por morbosos es por la más elemental biología. Una boda es una manifestación de esperanza, una ceremonia que representa nuestra continuidad como especie.
Y no importa si es entre María Félix y Jorge Negrete, Angélica María y Raúl Vale, Lucero y Mijares, Bibi Gaytán y Eduardo Capetillo, Gloria Trevi y Armando Gómez, entre comunicadores de Monterrey o entre la realeza europea.
Cualquier boda es un éxito y no tiene nada de malo que se transmitan en televisión. El problema es cómo se transmitan y los mensajes que se manden.
El Canal de las Estrellas invirtió más horas en la transmisión de la boda de Eugenio Derbez y Alessandra Rosaldo que en la cobertura de las elecciones presidenciales del 1 de julio.
Dígame, por favor, si esto no es delicado. Desde las 9:00, con Sabadazo, hasta poco después de las 23:00, con Estrella2, la estación más importante de la televisora abierta más poderosa de México y de toda América Latina se entregó a Eugenio y Alessandra.
Y aquí nadie se atrevió a interrumpir para presentar un partido de futbol como en las elecciones.
El colmo fue cuando el mismísimo Emilio Azcárraga, que jamás se presentó durante las coberturas electorales, se atrevió a participar, en un sketch, en esta transmisión que a todas luces sí era especial, más especial hasta que la de Chespirito.
Nadie discute el talento ni de Eugenio ni de Alessandra. Aquí mismo le he publicado que el hijo de Silvia Derbez es un genio. Merece un Emmy.
¿Pero a usted no se le hace demasiada casualidad que esta ceremonia haya sido programada exactamente un fin de semana después de las elecciones como para relajar el ambiente?
Con lo que estos señores no contaban era con las protestas que se iban a organizar ese día en diferentes puntos de la nación, incluida la zona de la boda.
¿Resultado? Una catástrofe. Eugenio y Alejandra se estaban casando y el sonido de fondo era la multitud gritando “¡fraude!” afuera de la iglesia. ¡Se oía en pantalla!
Si Televisa realmente hubiera querido mandar alguna otra clase de señal, ¿por qué no cubrió las marchas?
¿Por qué no transmitió el momento en que, según reportaron algunos portales de Internet, Eugenio habló con los manifestantes para decirles que estaba de su lado?
Y que no nos salgan con el cuento de que se trataba de un evento privado porque una fiesta que se transmite durante 14 horas consecutivas en televisión abierta nacional no es una fiesta privada.
Mucho menos, una fiesta para cuya realización se bloquean diferentes espacios públicos como las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México.
Además, aquello estuvo lleno de errores, desde la pésima participación de una chica sin facilidad de palabra llamada Yuliana Peniche (ex Se vale).
Hasta ese insulto, para los talentos de las áreas de espectáculos de Televisa, de haber llamado a Lili Estefan y a Raúl de Molina a hacer lo que Juan José Origel, Flor Rubio o Aurora Valle hubieran hecho.
¿Y qué me dice de esas animaciones como de 1987, del detalle antihigiénico de haber metido a Bárbara Torres (‘Excelsa’) a la cocina a manosear el banquete, de esa extraña puntada de haber puesto a un “bebé” de narrador o de algunos destellos insólitos de vestuario?
Sí, hubo momentos fabulosos, como los recuerdos, como el video de los buenos deseos o como la agilidad mental de Mara Patricia Castañeda durante la alfombra roja.
Pero, desgraciadamente, se perdieron ante la inmensidad de todo lo demás. Qué triste, ¿no? ¿O usted qué opina?
Aquí hay tres elementos: El primero, la unión de dos queridísimas figuras del espectáculo nacional. El segundo, el fenómeno de las bodas mediáticas. Y el tercero, lo que usted y yo padecimos el 7 de julio.
Eugenio y Alessandra, como personas, están en su derecho de amarse, de casarse y de hacer las extravagancias que quieran. ¡Felicidades!
A usted le podrán gustar, no gustar, caer bien, caer mal, pero eso es algo que no se discute. Es de ellos.
El problema es que todo ese amor, todo ese derecho, se vino abajo desde el momento en que Televisa decidió convertir su enlace en una patética mezcla de circo jala rating con tianguis de mala muerte.
No hay amor que se sostenga cuando, entre suspiro y suspiro, se cuentan chistes, se presentan sketches, aparecen anuncios de calzones o se le pide a diferentes figuras públicas que graben bromas sobre el matrimonio.
¿Por qué? Porque parece burla y porque pocas cosas pueden ser más delicadas, hoy por hoy, que burlarse de una institución tan sagrada como el matrimonio y, peor tantito, desde el corazón de un templo católico.
A todos nos gustan las bodas y si no es por cursis o por morbosos es por la más elemental biología. Una boda es una manifestación de esperanza, una ceremonia que representa nuestra continuidad como especie.
Y no importa si es entre María Félix y Jorge Negrete, Angélica María y Raúl Vale, Lucero y Mijares, Bibi Gaytán y Eduardo Capetillo, Gloria Trevi y Armando Gómez, entre comunicadores de Monterrey o entre la realeza europea.
Cualquier boda es un éxito y no tiene nada de malo que se transmitan en televisión. El problema es cómo se transmitan y los mensajes que se manden.
El Canal de las Estrellas invirtió más horas en la transmisión de la boda de Eugenio Derbez y Alessandra Rosaldo que en la cobertura de las elecciones presidenciales del 1 de julio.
Dígame, por favor, si esto no es delicado. Desde las 9:00, con Sabadazo, hasta poco después de las 23:00, con Estrella2, la estación más importante de la televisora abierta más poderosa de México y de toda América Latina se entregó a Eugenio y Alessandra.
Y aquí nadie se atrevió a interrumpir para presentar un partido de futbol como en las elecciones.
El colmo fue cuando el mismísimo Emilio Azcárraga, que jamás se presentó durante las coberturas electorales, se atrevió a participar, en un sketch, en esta transmisión que a todas luces sí era especial, más especial hasta que la de Chespirito.
Nadie discute el talento ni de Eugenio ni de Alessandra. Aquí mismo le he publicado que el hijo de Silvia Derbez es un genio. Merece un Emmy.
¿Pero a usted no se le hace demasiada casualidad que esta ceremonia haya sido programada exactamente un fin de semana después de las elecciones como para relajar el ambiente?
Con lo que estos señores no contaban era con las protestas que se iban a organizar ese día en diferentes puntos de la nación, incluida la zona de la boda.
¿Resultado? Una catástrofe. Eugenio y Alejandra se estaban casando y el sonido de fondo era la multitud gritando “¡fraude!” afuera de la iglesia. ¡Se oía en pantalla!
Si Televisa realmente hubiera querido mandar alguna otra clase de señal, ¿por qué no cubrió las marchas?
¿Por qué no transmitió el momento en que, según reportaron algunos portales de Internet, Eugenio habló con los manifestantes para decirles que estaba de su lado?
Y que no nos salgan con el cuento de que se trataba de un evento privado porque una fiesta que se transmite durante 14 horas consecutivas en televisión abierta nacional no es una fiesta privada.
Mucho menos, una fiesta para cuya realización se bloquean diferentes espacios públicos como las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México.
Además, aquello estuvo lleno de errores, desde la pésima participación de una chica sin facilidad de palabra llamada Yuliana Peniche (ex Se vale).
Hasta ese insulto, para los talentos de las áreas de espectáculos de Televisa, de haber llamado a Lili Estefan y a Raúl de Molina a hacer lo que Juan José Origel, Flor Rubio o Aurora Valle hubieran hecho.
¿Y qué me dice de esas animaciones como de 1987, del detalle antihigiénico de haber metido a Bárbara Torres (‘Excelsa’) a la cocina a manosear el banquete, de esa extraña puntada de haber puesto a un “bebé” de narrador o de algunos destellos insólitos de vestuario?
Sí, hubo momentos fabulosos, como los recuerdos, como el video de los buenos deseos o como la agilidad mental de Mara Patricia Castañeda durante la alfombra roja.
Pero, desgraciadamente, se perdieron ante la inmensidad de todo lo demás. Qué triste, ¿no? ¿O usted qué opina?
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