Escrito por Jenaro Villamil el 04 abril 2012 a las 9:00 am en Sociedad
El lunes 2 de abril, en el marco de los funerales de Estado de Miguel de la Madrid, la “familia feliz” volvió a reunirse públicamente en Palacio Nacional. Muchas historias, traiciones, pactos y golpes bajos y hasta arrepentimientos (como el del mismo ex presidente que pronto fue acallado por su familia, Carlos Salinas y él mismo) han ocurrido en este grupo que puede protagonizar una teleserie. Una misma trama los une ahora: el retorno al edificio ícono del poder presidencial.
Hubo una época en que a la mayoría de los asistentes a este funeral se le conoció como “la familia feliz”. Formaban parte de una gran madre –la Secretaría de Hacienda-, un padre providencial que a todos les dio trabajo y poder –el Banco de México-, y se fusionaron para llegar al poder en la Secretaría de Programación y Presupuesto, creada en 1979 por José López Portillo, el “último presidente de la Revolución”, como él mismo se definió.
La “familia feliz” de los tecnócratas estaba predestinada a ser gobernada por los “político-políticos”, es decir, los operadores surgidos de la entraña del PRI, acostumbrados a ganar elecciones, a formar alianzas y pactos de poder, con trayectoria en el Congreso, los gobiernos estatales, desentendidos de las finanzas nacionales.
Paradójicamente, fue López Portillo quien decidió encumbrarlos con Miguel de la Madrid, al nombrarlo candidato presidencial del PRI en 1982. La “familia feliz” acabó por satanizar a Jolopo, recordado por los “orgullos de su nepotismo”, por la corrupción de su gobierno que se cobijó en la bonanza petrolera y por su último gran pecado: la nacionalización de la banca, en septiembre de 1982, tras la debacle del peso y de los precios del petróleo.
A José López Portillo no le hicieron funerales de Estado como a Miguel de la Madrid. Falleció disminuido física y mentalmente, distanciado de su propia generación. Gran profesor de teoría del Estado en la UNAM, López Portillo nunca imaginó que acabaría por desmantelar a este mismo Estado que teorizó en sus cátedras universitarias.
Con Miguel de la Madrid, la “familia feliz” copó los grandes centros de decisión política, financiera, electoral y gubernamental. Fue un destacado abogado egresado de la UNAM, pero también el primer Chicago Boy que trajo la ortodoxia financiera al país. Su gobierno no sólo enfrentó los vaivenes de una crisis económica imparable, sino grandes desastres naturales y crisis políticas con consecuencias históricas innegables: el sismo del 85, el huracán Gilberto, la fractura del PRI en 1987 con la salida de la Corriente Democrática, el inicio frontal de la “guerra contra las drogas”, a raíz del caso Camarena, entre muchos otros sucesos.
Dentro de la “familia feliz” no todo fue miel sobre hojuelas. La sucesión presidencial de 1988 rompió la cohesión política de esa élite. En el seno del gobierno se impuso el “grupo compacto” formado por Carlos Salinas de Gortari, titular de la SPP. Ese “grupo compacto” le ganó la sucesión a otros personajes que aspiraron a la candidatura del PRI: Manuel Bartlett, el férreo secretario de Gobernación (ahora candidato al Senado de la izquierda); Alfredo del Mazo González, (el “hermano que nunca tuvo” el propio De la Madrid y tío del actual candidato presidencial priista); y el mismo Sergio García Ramírez (actual consejero del IFE).
El “grupo compacto” de Salinas tuvo la habilidad de escalar y volverse indispensables. Así lo bautizó Manuel Camacho Solís, el teórico político del salinismo. A él pertenecieron varios personajes que fueron colaboradores de primera línea de Salinas en la SPP: Pedro Aspe, Luis Donaldo Colosio, Ernesto Zedillo, Patricio Chirinos, José Córdoba, María de los Angeles Moreno, María Elena Vázquez Nava, Rogelio Montemayor, Sócrates Rizzo, Otto Granados, Francisco y Carlos Rojas, Jacques Rogozinski, principalmente. Aliados fundamentales de ese “grupo compacto” fueron Emilio Gamboa Patrón, poderoso secretario privado de Miguel de la Madrid; Manlio Fabio Beltrones, el heredero del poder de Fernando Gutiérrez Barrios; y Carlos Hank González, el hombre más poderoso de su generación, a quien De la Madrid lo mantuvo en la “banca” durante el sexenio de la renovación moral de la sociedad.
El “grupo compacto” de Salinas se deshizo tras la sucesión de 1994. La irrupción de la guerrilla zapatista, el crimen de Luis Donaldo Colosio, la designación de Ernesto Zedillo como candidato emergente, el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu y la debacle financiera de diciembre del mismo año marcaron el fin del sueño de la generación salinista.
Fue un desarreglo en el reparto del poder de los tecnócratas que aprendieron a hacer política con instrumentos de control financiero y se distanciaron de una sociedad que pedía un cambio político.
A pesar del pleito feroz entre Carlos Salinas y Ernesto Zedillo no existió diferencia sustancial en el manejo del modelo económico entre uno y otro. La ruptura en la cúpula fue por los saldos negativos del sexenio salinista, la persecución judicial al “hermano incómodo” y la alternancia que acabó por derrotar al PRI en los comicios presidenciales del 2000.
Los funerales de Miguel de la Madrid trajeron de nuevo esta historia que no ha terminado de ser contada. El gobierno de Felipe Calderón más que una ruptura lo que intenta en el ocaso de su sexenio es un pacto con aquella “familia feliz” y ese “grupo compacto” que se ha reciclado en torno a Enrique Peña Nieto.
Están muy cerca de retornar al poder presidencial. Aún no sabemos si los funerales fueron la anticipación del retorno o el recuerdo de batallas que pueden revivir.
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