Yo no tenía simpatía por Manuel Bartlett. Como secretario de Gobernación me pareció un hombre de poder, duro y autoritario. Somos de la misma generación y teníamos vivencias, convicciones y amigos en común, pero él había escalado con gran tesón y éxito en el sistema y yo tenía un repudio cordial contra ese aparato. Consideraba que impedía la modernización del país. Estuve con centenares en la antesala de Bartlett el célebre 6 de julio de 1988. Fue el día en que se cayó el sistema”. Se cayó o se calló el sistema. Observé a Bartlett sereno, rígido, presidiendo la comisión electoral y junto con Jaime González Graf me di cuenta que hubo un grupo de operadores ajenos a la Secretaría de Gobernación impuestos por Salinas, el candidato priísta, y autorizados seguramente por De la Madrid. La caída o callada del sistema no fue obra de Bartlett, sino de Salinas y de sus operadores. Esto ha sido constatado por todos los actores que estuvieron cerca del proceso e investigado a fondo por Martha Anaya, quien en su libro 1988: El año en que cayó el sistema, alcanza una versión definitiva.
Hoy no sólo soy amigo de Manuel Bartlett, lo respeto y lo admiro. Por supuesto que somos aliados, es candidato del Movimiento Progresista y uno de los defensores más decididos de AMLO. Considero que va a sacudir el árbol semipodrido del PRI en Puebla, que puede ganar y arrastrar un gran número de votos en favor de nuestra causa. Pero además creo que debe ser respetado por todos aquellos que estamos en favor de un verdadero cambio.
Creo que Bartlett es progresista, es decir, es un hombre que desde hace muchos años, adentro y afuera del PRI, ha sostenido como principio la necesidad de que se reduzca la desigualdad social entre los mexicanos, que es nuestra peor característica. Es un hecho que desde hace diez años comparte en forma pública las principales causas de la izquierda. También es cierto que fue un excelente gobernador de Puebla, que trasformó la ciudad y la entidad, y que se destacó por su preocupación por fortalecer la posición de los más pobres en el estado.
Admiro a Bartlett por su vocación política, por su enjundia. He visto cómo organiza su precampaña en Puebla y cómo visita incansablemente todos los medios, todas las regiones, una por una las cabeceras de distrito, las principales poblaciones. En jornadas exhaustivas que agotarían a un hombre de 30 años, pero que dejan fresco a Bartlett, de 76. El punto de coincidencia más alto que tengo con él está en su patriotismo. Su amor y lealtad a México, sin alardes ni exhibicionismos, lo distingue radicalmente de la pandilla de entreguistas que controlan al PRI de hoy.
joseaorpin@hotmail.com
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